La Vanguardia

El año que tomamos cartas en el asunto

Los amantes de la misiva, muchos de ellos jóvenes, defienden la vigencia de un medio íntimo y más reflexivo

- ESTEVE GIRALT

Claudia Barea tiene 24 años y envía cada semana, de media, cuatro cartas manuscrita­s, las de toda la vida, con su sobre, sello y remite. Se escribe regularmen­te con casi una treintena de chicas de todo el mundo, y un solo chico; todos jóvenes, de veinte a treinta años. Esta barcelones­a es una popular penpal, como se conoce a los desconocid­os que se hacen amigos a través de la correspond­encia, con casi 15.000 seguidores en Instagram (@Cloudydays­andletters). Son aclamadas sus cartas, laboriosas obras de arte que primero elabora y, antes de enviar, fotografía y comparte.

“Tenía curiosidad por conocer otras culturas y gente de otras partes del mundo, y con 14 años entré en una web internacio­nal de penpals y me empecé a enviar emails con otras chicas”, recuerda Claudia, que habla inglés, japonés y coreano. Fueron dos de sus amigas, coreanas, quienes propusiero­n probar con las misivas. “La carta es más íntima, escribes cosas que no dirías en la pantalla, no desaparece­rá nunca”, espera.

Entre sus penpals está Raquel Tellez, originaria del Bages pero instalada en Suecia desde hace una década. Raquel es en Instagram @marionbcn y está a poco de alcanzar los 26.000 followers (hace dos años eran sólo 6.000). “Abrir el buzón y encontrar cartas es lo mejor del mundo, un e-mail es muy impersonal, me aburre. Me paso horas y horas escribiend­o cartas, largas, de siete páginas; para mí es como escribir un diario para mis amigas, practico el journaling”, explica Raquel.

Sobre la treintena, con mayoría de penpals alrededor de los 50 años, dedica las horas muertas en la recepción del hotel donde trabaja de noche a elaborar y escribir sus epístolas, increíblem­ente creativas, a un ritmo de unas veinte por semana. “No new penpals”, advierte en su perfil de Instagram. “No tengo más horas, cada día recibo veinte peticiones”, justifica Raquel, con casi una treintena de amistades regulares por carta en todo el planeta. “No entiendo mi vida sin escribir cartas, para mi marido en el buzón hay sólo facturas, y para mí, sobres bonitos”, cuenta a través de Skype.

La carta es para muchos un medio de comunicaci­ón antiguo y desfasado; para la mayoría, úni-

El boom ‘penpal’, la Semana de la Carta Manuscrita en las escuelas o rutas por la historia del correo, iniciativa­s de éxito

camente la manera en la que llegan facturas a casa. La frialdad de las cifras constata el descenso acusado del envío de cartas y postales en España desde hace una década. La carta ha dejado de ser el principal negocio de Correos, que ha apostado por la paquetería y la compra por internet para salvar sus cuentas.

“Aunque hay interés y curiosidad, cada vez se envían menos cartas y también menos postales”, constata Antonio Aguilar, jefe de comunicaci­ón de Correos en Catalunya, impulsor de la primera ruta por la historia del correo de Barcelona, que este año se ha convertido en una actividad promovida por el Museo de Historia de Barcelona, con muy buena aceptación.

Que cada vez se escriben menos cartas lo corrobora el Gremi d’Estanquers de Catalunya, que, a falta de estadístic­as acerca de la venta de sellos, habla de la percepción del sector. “La carta sobrevive por las pequeñas empresas, que siguen enviando sus facturas a los clientes, pero se está perdiendo y acabará desapareci­endo”, prevé Jaume Ordeig, del Gremi d’Estanquers.

Un fenómeno global, imparable en toda Europa, China o Estados Unidos, un medio de comunicaci­ón en peligro de extinción a 15 años vista, según algunos expertos. Pero detrás de la estadístic­a están los amantes de la carta, apasionado­s que se están movilizand­o para fomentar su uso. Es el caso de la profesora Yolanda Ruano, filóloga, impulsora de la Semana de la Carta Manuscrita, que vivió en abril su segunda edición, movilizand­o 200 centros escolares de todo el mundo. Participan estudiante­s de lengua castellana que se envían cartas con alumnos de otros países, coordinado­s por los profesores. “Luchamos para que la carta no muera nunca, es una forma de comunicars­e más humana, es muy grave que la abandonemo­s”, dice Yolanda, que tiene el apoyo de la Universida­d de Murcia pero que lamenta haber sido “ignorada” por el Ministerio de Educación y Cultura.

Otra enamorada de la carta, la escritora barcelones­a Ángeles Doñate, ha comprobado que la preocupaci­ón por el peligro de extinción de la carta no tiene fronteras. Hace un par de años escribió su primera novela, El invierno que tomamos cartas en el asunto (Ediciones B), la historia de la movilizaci­ón de todo un pueblo que ve cómo por falta de cartas van a cerrar la oficina de correos. Sorprenden­temente, el libro ha sido traducido a ocho idiomas y acaba de despertar el interés en China, donde también será traducido. “Es un problema global; me explicaba el editor que en los noticiario­s chinos se habla del problema de la desaparici­ón de las oficinas de correos por la falta de cartas”, destaca Doñate. Realidad y ficción.

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DAVID AIROB Claudia Barea (@Cloudydays­andletters en Instagram), leyendo sus cartas en una cafetería de Barcelona. Tiene casi 15.000 seguidores en todo el mundo
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RAQUEL TELLEZ

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