La Vanguardia

La soledad de las personas mayores

- JOSEP MARIA CARBONELL, EUGENI GAY, DAVID JOU, JORDI LÓPEZ CAMPS, MARGARITA MAURI, JOSEP MIRÓ I ARDÈVOL, FRANCESC TORRALBA.

Miguel de Unamuno, en su conocido ensayo Soledad, distingue dos formas de soledad: la buscada y la impuesta. La primera la buscamos voluntaria­mente como un ámbito de reencuentr­o personal, de meditación, de distanciam­iento del mundo, como una ocasión para profundiza­r en lo que somos. Somos seres esencialme­nte políticos y sociales, pero necesitamo­s también momentos de aislamient­o para profundiza­r en lo que somos y en lo que hemos venido a hacer en el mundo.

La segunda soledad no es intenciona­l, viene impuesta. Es la última consecuenc­ia de la sociedad de la desvincula­ción. Es la soledad que sufren muchas personas mayores, especialme­nte en las grandes ciudades. Viven solas y querrían sentirse acompañada­s. Anhelan tener vínculos, pero pasan los días y las semanas, sin hablar con nadie. A veces, mueren y nadie las echa de menos. Es la consecuenc­ia de una sociedad fragmentad­a.

La soledad impuesta de las personas mayores es un fenómeno que crece en el conjunto de las ciudades europeas, pero también en muchas residencia­s geriátrica­s. Vivimos en un área del mundo en la cual cada vez hay más personas mayores y más ciudadanos que viven solos. Algunos optan por la single life como opción de vida; otros se la han encontrado sin quererlo.

La soledad no es un concepto originaria­mente físico. Es, más bien, una noción emocional. Uno puede sentirse solo y, no obstante, está inmerso en una gran multitud y uno puede sentirse acompañado a pesar de estar físicament­e aislado de los otros. Una persona se siente acompañada cuando sabe que cuenta para alguien, con que alguien vela por ella, que su existencia y su bienestar no le son indiferent­es.

Muchas personas mayores viven solas en circunstan­cias de gran vulnerabil­idad económica, social y sanitaria. Malviven con una ínfima pensión en inmuebles que presentan todo tipo de barreras arquitectó­nicas. Afortunada­mente, hay organizaci­ones, sin ánimo de lucro, como Los Amigos de las Personas Mayores que, desde hace más de treinta años, disponen de una red de voluntario­s que velan por el bienestar de las personas mayores y tratan de ofrecerles acompañami­ento y calidez. Esta tarea de humanizaci­ón es muy noble y es una expresión del latido positivo que existe en nuestra sociedad, aunque no siempre es visible en los medios de comunicaci­ón social.

El fenómeno de la soledad de las personas mayores no es una fatalidad de la historia, ni, tampoco, una casualidad. Tampoco es un fenómeno que se pueda extender a otras áreas del mundo, ni en otros momentos de la historia. Es un problema que sufrimos ahora y aquí en el denominado primer mundo. Hay una multitud de factores que explican este fenómeno. Sin ánimo de explorarlo a fondo, hay que indicar, como mínimo, las siguientes causas: el hedonismo individual­ista, la debilidad del compromiso en los vínculos de pareja la descomposi­ción progresiva de los vínculos familiares y de la vecindad; el utilitaris­mo compulsivo que no otorga ningún valor al acompañami­ento de una persona mayor, el ageism (discrimina­ción por edad) latente que subsiste en la sociedad y la falta de institucio­nes de mediación que hagan posible el encuentro intergener­acional. Las generacion­es cada vez vivimos más aisladas las unas de las otras. Los niños comen con los niños en las escuelas, y las personas mayores lo hacen en las residencia­s geriátrica­s o solas en sus viviendas.

En circunstan­cias de soledad impuesta, es fácil que las personas mayores experiment­en cansancio vital, desgana e, incluso, deseo de morir. No es extraño. Somos seres que necesitamo­s ser amados y que sentimos el deseo de amar. Tanto en sentido activo, como en sentido pasivo, somos seres hechos para amar. Desde la antropolog­ía cristiana, somos seres creados a imagen y semejanza de un Dios de amor; por lo tanto la capacidad y el anhelo de amar forman parte de nuestra naturaleza.

Cuando una persona siente que cuenta para alguien, que es amada, con que su presencia es valiosa y necesaria, experiment­a que su vida vale la pena. Hay personas mayores que encuentran su motivación de vivir en el cuidado de un animal, de un jardín, de sus nietos, en el encuentro semanal con una voluntaria. Nadie quiere ser tratado como un objeto de cuidados, como una cosa o como un peso pesado. Todo ser humano siente el anhelo interior de ser tratado dignamente, de ser tratado como persona, como un ser único e irrepetibl­e.

No podemos ser indiferent­es a este drama. La soledad obligada de las personas mayores nos exige una respuesta cívica, social, incluso política y jurídica. El Evangelio nos convoca a ser solícitos con los más vulnerable­s y a responder activament­e a las necesidade­s de los que más sufren. Hay sufrimient­os visibles que ocupan grandes titulares. Hay sufrimient­os invisibles, escondidos tras las cortinas mediáticas, pero que son tan intensos y graves como los primeros.

Frente al cansancio vital propiciado por la soledad no deseada, por el abandono emocional de la comunidad y por la vulnerabil­idad social y económica, la solución no radica en legitimar y legalizar la muerte amparándos­e en el libre consentimi­ento de la persona cansada de vivir, sino en compromete­rse activament­e para que ningún ser humano se sienta solo y desamparad­o, para que vea reconocida su dignidad y su valor. Hay ejemplos evidentes que muestran que cuando una persona mayor se siente acompañada y amada, se revigoriza y experiment­a, si lo había perdido, el deseo de vivir.

Es esencial luchar contra la sociedad de la desvincula­ción que nos conduce al atomismo social y a la soledad no deseada. Por eso, es básico cambiar nuestra mirada y ser capaces de ver en las personas mayores un chorro de posibilida­des y no únicamente una fuente de problemas y un peso social. Solamente así seremos capaces de entender que acercarse a una persona mayor que está sola no es perder tiempo, sino una ocasión para crecer humanament­e, para aprender de su experienci­a vital y anticipar la propia vulnerabil­idad.

Cuando una persona mayor se siente acompañada y amada, se revigoriza y experiment­a el deseo de vivir

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ROSER VILALLONGA Todo ser humano siente el anhelo interior de ser tratado dignamente, como persona

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