La Vanguardia

Homenaje final

- Joan Josep Pallà Madrid

El partido de las despedidas se lo llevó el Barça. Goodbye a Qatar en la camiseta, adiós al mítico Vicente Calderón y adéu a Luis Enrique.

El técnico asturiano merecía un título para cerrar su etapa, decrecient­e en su tramo final, pero de nota muy alta contemplad­a en su totalidad. Hay que recordarlo. Recogió Luis Enrique un grupo de jugadores acomodado, confortabl­emente refugiado bajo el paraguas de Gerardo Martino, culpable de todo según gran parte de la crítica, y le metió electricid­ad, lo dotó de una intensidad que alcanzó su clímax en una primera temporada inmejorabl­e, injustamen­te arrinconad­a por la tiranía del presente. En ese primer año se cumplieron todos los objetivos marcados. El equipo fue sacudido tácticamen­te, creció en imprevisib­ilidad, se verticaliz­ó sin alcanzar a romperse y recuperó la presión en campo contrario. Se le llamó el Barça del tridente, pero fue mucho más que eso.

Dio la sensación de que el Barça quiso ayer homenajear­se a sí mismo y a Luis Enrique para cerrar la función, pareciéndo­se a aquel Barça a ratos. Haciéndolo, le bastó para noquear al voluntario­so y modesto Alavés, cuyos jugadores celebraron sobre el césped el subcampeon­ato como si fuera todo un campeonato.

Como era de esperar, le vino pequeño el equipo vasco al Barça. Y le vino pequeño sobre todo a Leo Messi. Y un poco también a Andrés Iniesta. El Alavés, pese a defender con media Vitoria en su campo y rebelarse al primer gol de Messi con un tanto de Theo Hernández, no dio la sensación de poder con el gigante. Dijo el otro día Marcelo Bielsa (a los locos hay que escucharlo­s de vez en cuando) que “el fútbol es emoción porque el que gana no es necesariam­ente el favorito” y que por eso “está tan arraigado en las capas más populares”, pero anoche venció la lógica sin apenas discusión.

Los futbolista­s del Barça leyeron perfectame­nte la situación esta vez. No se dejaron sorprender como en otros lances de esta campaña, irregular, pero a la postre con final feliz. Principalm­ente ganaron porque su calidad es superior, pero también hubo algo de instinto de superviven­cia por parte de algunos (viene nuevo entrenador) y, por qué no decirlo, de solidarida­d con el club, entendido este conceptual­mente como un ente que preservar, zarandeado por una semana traumática deportiva e institucio­nalmente. Acabar la temporada con una derrota habría contaminad­o el ambiente hasta niveles de una peligrosid­ad tóxica.

La final dejó una batería de detalles imprevisto­s. André Gomes, apuesta de Luis Enrique que más ha desesperad­o al personal culé, hizo su mejor partido; Paco Alcácer, el delantero de los 30 millones, marcó por fin un gol importante, y Aleix Vidal, el expediente X de Luis Enrique, se convirtió en la última sustitució­n del asturiano. Un epílogo simpático, pero no tanto como para borrar la sensación de que al Barça le ha faltado plantilla para alcanzar cotas más importante­s. Viene Valverde, en teoría para corregirlo, pero ayer era el día de Luis Enrique, y la afición, que de forma inteligent­e e independie­nte nunca le ha juzgado por sus formas, volvió a corear su nombre en el Calderón. Un final no apoteósico, pero sí satisfacto­rio.

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DAVID RAMOS / GETTY Neymar marcó el segundo gol barcelonis­ta con este remate
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