Lo que la cámara no ve
La Fundación Mapfre dedica una amplia retrospectiva al norteamericano Duane Michals, uno de los grandes revolucionarios del lenguaje fotográfico
Dice Duane Michals (McKeesport, Pensilvania, 1932) que cuando fotografía a una pareja haciendo el amor no le interesa mostrar el modo en que lo hacen sino el por qué, y que de la misma manera, cuando ve a una mujer llorando su intención no es la de retratar las lágrimas sino el motivo de su tristeza. Su anhelo es fotografiar lo que no se ve. Y en ese camino de compromiso con la autenticidad y lo extraordinario, no mira en la vida de los demás: actúa como un director teatral que inventa escenas misteriosas (un abuelo con alas de ángel que como se ve en la imagen adjunta se va plácidamente al cielo mientras se despide sonriente de su nieto, dos hombres intercambiando miradas de temor y deseo en un oscuro callejón...) para proyectar sus propias experiencias de vida y sus ideas en torno los temas esenciales de la existencia humana, el sexo y la muerte, los sueños, el amor y la violencia. Lo hace desde la curiosidad y la imaginación, la humanidad, la sensibilidad, la absoluta libertad intelectual y un sentido del humor inquebrantable.
Duane Michals, quien hace unos meses paseaba frente a las Trump Tower de Nueva York con una pancarta en la que podía leerse “Deport Adolph Trump”, ha viajado a Barcelona para inaugurar la espléndida retrospectiva que le dedica la Fundación Mapfre en su sede de la casa Garriga i Nogués (del 31 de mayo al 10 de septiembre). Tiene 85 años, pero mantiene el espíritu creativo de un principiante. “Seguramente no volveremos a vernos nunca más, así que aprovechen para preguntar todo lo que quieran”, reta a los periodistas, a los que contará que su próximo proyecto es una exposición sobre el nuevo presidente de EE.UU. “Esa es mi nueva frontera, atacarlo tanto como pueda”. Luego, ya en las salas, con su camisa de flores y sus elegantes pantalones a rayas, se convierte en un imán para los fotógrafos, a los que regala poses y muecas haciendo gala de una generosidad infinita. En una de las paredes ha escrito de su puño y letra: “Cuando observas mis fotografías, estás observando mis pensamientos”. Sus imágenes parecen pensadas no tanto para ser miradas como para ser leídas, y él mismo “inserta palabras escritas en las impresiones fotográficas tirando por tierra la orgullosa afirmación de que una imagen vale más que mil palabras”, apunta la comisaria Enrica Viganò.
La exposición comienza en 1958, cuando el joven diseñador de arte decide viajar como turista a Rusia, en plena guerra fría, con una cámara prestada por un amigo. Retrataba a las personas que se va encontrando a su paso, casi de manera accidental, pero la experiencia le cambió la vida porque le descubrió que la fotografía le permitía explicarse a sí mismo. A su regreso a Nueva York, empezó a trabajar como fotógrafo, convirtiéndose en un especialista en retratos (su amigo Andy Warhol, Marcel Duchamp, Warren Beatty, Meryl Streep, Clint Eastwood, Sean Penn y Madonna... o sus maestros-musas pintores: Balthus, René Magritte y Giorgio de Chirico, a los que la muestra dedica un apartado propio) y realizando trabajos comerciales (suya es por ejemplo la portada de The Police Synchronicity) que le dan tranquilidad financiera y por tanto plena libertad para crear una obra personal sin restricciones.
En 1966 logra liberarse de “la tiranía del instante decisivo” y las convenciones de la fotografía creando secuencias de imágenes que desarrollan pequeñas narraciones. Su trabajo es como el de un escritor o un filósofo que utiliza aspectos de la realidad para especular y representar lo que sólo se puede imaginar. “Ya no era necesario recorrer las calles en busca de la vida. Tú eres la vida, basta con sentarte y mirar dentro”, recuerda. Sus ideas políticas se cuelan también a través de foto-textos, frases que escribe a mano en el papel fotográfico. Le frustra “el silencio de la fotografía”. “Tú ves una fotografía de tu madre pero no te dice cómo era. ¿Era buena madre? Has de ir siempre a buscar aquello que no se ve”.
Inspirándose en el fotógrafo francés Eugène Atget retrató el Nueva York vacío y silencioso de los domingos a primera hora de la mañana, y cuando tenía 70 años regresó a las ruinas de la casa donde creció para componer un retrato familiar desgarrador. Pinta directamente sobre fotografías compradas en mercadillos de viejo, denuncia la deriva comercial del arte contemporáneo en una demoledora serie titulada Cómo la fotografía perdió su virginidad camino del banco y más recientemente ha entrado en el mundo del cine a través de una serie de cortos que se presentan por primera vez en Barcelona.
Michals vive desde hace medio siglo con Fred, su pareja, que actualmente padece alzheimer y parkinson. “Me siento cada vez más protector, como una madre que cuida un bebé. Cada día le doy como mínimo 200 abrazos y dos mil besos”, le confiesa a la comisaria en el catálogo.
“Cuando observas mis fotografías, estás observando mis pensamientos”