Terror en la ciudadela de Kabul.
Un camión bomba causa 93 muertos y 463 heridos en la capital afgana
Un terrorista suicida causó ayer 90 muertos y más de 400 heridos al explosionar un camión en un control a las puertas de la zona de máxima seguridad de las embajadas en la capital afgana.
La guerra de Afganistán, lejos de desenredarse, golpea cada vez más fuerte y más cerca de su centro neurálgico. Ni la ciudadela de Kabul se libra ya del caballo de Troya del terrorismo suicida y ayer una carga explosiva descomunal oculta en un camión de limpieza sembró de cadáveres y de mutilados la plaza de Zanbaq, que bordea la zona de máxima seguridad. Afganos que a primera hora de la mañana se dirigían al trabajo o a la escuela engrosan la lista de víctimas facilitada por los hospitales, que a última hora de ayer contaban ya 93 muertos y 463 heridos, en el que ya es el peor atentado en Kabul desde la invasión estadounidense.
La matanza fue perpetrada por un terrorista suicida al volante de un camión de limpieza de alcantarillas. Cuando se le dio el alto detonó la tonelada de explosivos que según calcula la policía de Kabul debía ocultar en la cisterna. “Parecía un terremoto”, han declarado incluso testigos que se encontraban relativamente lejos de la onda expansiva, que arrancó de cuajo puertas y ventanas a cientos de metros. El cráter de cinco metros da fe de que la deshumanización está alcanzando cotas inéditas de profundidad.
Más de media docena de embajadas fueron sacudidas por la explosión y declaran daños materiales cuantiosos e incluso víctimas, de nacionalidad afgana: dos heridos y un muerto en el caso de la embajada alemana y nueve muertos –de forma no oficial– en el caso de la estadounidense, pese a que esta estaba bastante más leel jos. Las embajadas de Francia, Turquía, India o China también registraron cuantiosos daños materiales.
La explosión se produjo justo enfrente de Roshan Telecom, la primera multinacional afgana, encabezada por el empresario canadiense Karim Khoja y vinculada al Agá Jan. Aunque los ismaelitas han sido objetivo terrorista sectario en Afganistán y Pakistán, parece que la explosión se habría producido allí enfrente por el simple hecho de que el vehículo fue detenido a esa altura. Así se deduce de la declaración de las fuerzas multinacionales, que agradecen a las fuerzas de seguridad afganas que impidieran que vehículo entrara en lo que es propiamente la “zona verde”, evitando así la muerte de extranjeros –aunque se habla de siete contratistas estadounidenses heridos–. Aunque sólo cabe hacer hipótesis sobre el objetivo último del atentado, llama la atención la relativa proximidad de la embajada del Reino Unido, país que acude a las urnas en breve.
Tampoco está clara la autoría, aunque los servicios de inteligencia afganos la atribuían a última hora de ayer a la milicia de Haqqani, que opera desde la frontera de Pakistán con el apoyo no declarado de la inteligencia militar pakistaní. Los talibanes, por su parte, han condenado el atentado. Mientras que el Estado Islámico, el otro gran candidato, no se ha pronunciado hasta el momento.
Lo más llamativo del atentado es la enorme carga de explosivos, que podría constituir una respuesta no convencional al uso por parte de EE.UU. –en primicia hace seis semanas– de la bomba convencional más potente de su arsenal, contra la red de cuevas en las que se refugia Estado Islámico. Sin olvidar que “la madre de todas las bombas” es solo la guinda de un repunte de bombardeos aéreos, con 460 salidas en abril, el máximo en cinco años.
Otra pista es el duro golpe recibido veinticuatro horas antes por el caudillo Gulbedin Hekmatiar, cuyo suegro y exsecretario fue asesinado en Peshawar, Pakistán. Hacía pocas semanas que Hekmatiar –que, como otros, pasó de ser invitado a la Casa Blanca y Downing Street a enemigo público– había vuelto a Afganistán, tras el perdón de Kabul.
EE.UU. mantiene actualmente 8.500 soldados en suelo afgano, muy lejos de los 100.000 de hace seis años. Pese a quince años de fiasco, algunos generales piden más tropas, para frenar el avance talibán. Y para frenar de paso los avances de la diplomacia rusa, de regreso al caos de Afganistán, cuando el Gobierno de Kabul –apuntalado por la OTAN– controla ya menos de un 57% del país.
Una primera consecuencia del bárbaro atentado es que Alemania ha suspendido el vuelo de repatriación de afganos que debía partir ayer mismo. No obstante, Berlín aclara que no hay cambio de política y que simplemente su legación en Kabul no está ahora mismo en disposición de gestionar su llegada.