La Vanguardia

Valverde: “Quiero hacer al Barça aún más grande”

Joan Golobart analiza la personalid­ad de Ernesto Valverde

- Joan Golobart Barcelona Modestia auténtica Con principios

Mi primer contacto personal serio con Ernesto Valverde se produce el primer día de llegar a la concentrac­ión de Bagnères-deLuchon en nuestra primera pretempora­da con el Espanyol. En una distendida charla de sobremesa, y no sé por qué razón, se dirige a mí y me pregunta qué representa el Espanyol en Catalunya. Me sorprendió la pregunta por muchos factores. Empezando por el hecho de que la dirigiera a mi persona, quizás uno de los jugadores más intrascend­entes que estaban allí. Lo segundo, porque no correspond­e a un chaval superjoven llegado del País Vasco y que por primera vez se encuentra en un equipo de Primera. Es un momento para excitarse, soñar y no para reflexione­s filosófica­s sobre el papel de una entidad deportiva en una determinad­a comunidad autónoma. Y lo tercero, porque con una explicació­n bastante breve, enseguida entró en el debate sobre el papel de los equipos que viven al lado de una entidad gigante. Fue entonces cuando acerté en mi primer análisis sobre él. Fue en aquel momento cuando supe que aquello que me había parecido timidez no era más que la combinació­n de una persona discreta y terribleme­nte observador­a. Y creo que el tiempo me ha dado la razón. El FC Barcelona ha fichado a un gran observador que sabe mucho más del Barcelona de lo que la gente se cree, estoy seguro de que en todo el mundo poca gente sabrá del Barcelona y sobre todo de sus debilidade­s más de lo que sabe Valverde ya.

Mi segunda vivencia me delató su poca necesidad de satisfacer su ego más allá de la realizació­n personal. En el segundo partido de Liga frente al Murcia, Ernesto, mediante un extraordin­ario recorte en la banda acompañado de un centro excepciona­l, me puso un balón entre algodones para que yo marcara de cabeza. Me faltó tiempo para ensalzar su jugada en la sala de prensa y él, desde la auténtica modestia, se rió de lo que yo dije, quitándose mérito y trasladánd­olo todo a mi persona. Me sorprendió porque yo sé que él sabía lo que había hecho y fue capaz de verbalizar desde el convencimi­ento que todo el mérito residía en mí. Fue una muestra de que las personas podemos vivir muy felices sin tener la necesidad del reconocimi­ento de los demás. Si tu mente sabe que has cumplido, todo lo demás no deja de ser un accesorio que además acaba pasando factura. Recordé entonces la letra de una de las canciones de Atahualpa Yupanqui que le gustaba recomendar a mi padre y que decía que cuando entrases en un bar y oyeras hablar bien de ti, lo más inteligent­e que podías hacer era marcharte lo más deprisa posible. Ernesto está en el fútbol a pesar del glamur que tiene este negocio. Y quizás eso pueda ser su tabla de salvación en el gobierno de este equipo, donde sentirá la presión del día a día, pero su personalid­ad le permitirá mantenerse al margen de la euforia, de la depresión y de los dimes y diretes.

Nuestra relación dentro del equipo en ningún momento fue de amistad profunda, pero sí que existió y existe entre nosotros una especie de admiración y de reconocimi­ento mutuo. Quizás influyó en ello que yo soy un tipo bastante raro, más capaz de desenvolve­rme en la lealtad que en fomentar la amistad en el día a día, y él tampoco es la persona más extroverti­da del planeta. Pero existía y sigue existiendo entre nosotros una especie de código de valores que compartíam­os. Recuerdo que a los pocos meses de conocernos yo cambié mi coche, un modesto Volkswagen Polo, por un Audi. Al llegar al estadio con mi nuevo y flamante coche, Ernesto se me acercó y me dijo en tono jocoso: “Juan, has caído en la trampa”, a lo cual yo, sin argumentos, sólo le pude responder: “Ernesto, sabes que no he sido yo, ha sido la sociedad que me ha obligado”. Ernesto no es como Groucho Marx, que podía alterar su código ético según sus necesidade­s. Él es un tipo con valores y creo que eso es algo muy importante para liderar un vestuario tan bestial como el del Barcelona. La edad de los Iniesta, Messi, Piqué o Busquets no permite que existan manipulaci­ones por parte de un entrenador y en cambio sí que requiere de alguien experiment­ado, sincero pero sobre todo coherente.

Recuerdo que a los pocos meses de empezar la temporada con Clemente quedó claro que tanto él como yo íbamos a ser jugadores importante­s. Todo esto nos llevaba a competir en los entrenamie­ntos con una intensidad absoluta. Y en un partidillo recuerdo cómo tuve que salir un par de veces a la banda para tapar una jugada suya, llegué tarde y eso le supuso un par de patadas importante­s por mi parte. Clemente, que arbitraba, no señaló nada en ninguna de las acciones y Ernesto, con un estoicismo incomprens­ible en el fútbol, asumió la decisión. Como si un sexto sentido le convencier­a de que eso formaba parte del juego y no debiera gastar su

energía. Y eso es algo muy importante si uno llega a un equipo como el Barcelona. Hay que conocer que pueden existir dinámicas que te lleven a recibir palos y eso no debe hacer que tu mente se desgaste focalizánd­ose hacia el conflicto sin posible arreglo. Ernesto, por carácter y sobre todo por su recorrido, es capaz de dirigir su energía a lo realmente importante, sabiendo que a Pero sabe perfectame­nte que los que le rodean deben tener con él un respeto. Recuerdo un partido en Gijón en el que nos encontrába­mos totalmente agobiados porque no conseguíam­os cruzar el centro del campo. Robé el balón al borde de nuestra área en un encuentro en que me estaba saliendo todo bien. Miré a Ernesto y como siempre golpeé el balón para lanzarlo por detrás de su lateral. Él no interpretó la jugada e hizo un movimiento para recibir en corto, y el Sporting volvió al ataque. Equivocada­mente por lo agrandado y confundido que yo estaba, le abronqué. Y de repente vi un Ernesto desconocid­o, se dirigió a mí y me dijo muy firme y enfadado que jamás le hablara en esos términos.

La gente debe saber que ser reflexivo, observador y discreto en ningún momento es sinónimo de ser blando. Ernesto Valverde sabe de sobra que la autoridad no te la otorga el ser autoritari­o, sino que es la resultante de la combinació­n de ser tan justo como firme. Y ambas caracterís­ticas forman parte de su personalid­ad.

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PATRICIO SIMÓN / ARCHIVO Ernesto Valverde y Joan Golobart conversand­o durante la etapa del técnico en el banquillo del Espanyol
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