Merkel y Trump, demasiada distancia
EL mundo que hoy conocemos descansa en un hecho históricamente insólito pero decisivo en términos de estabilidad internacional: la sólida alianza tejida por Estados Unidos al terminar la Segunda Guerra Mundial con las dos potencias derrotadas, Alemania y Japón. Han desfilado presidentes, cancilleres y emperadores, pero la esencia de la relación ha sido fiel a los principios de lealtad, intereses compartidos y una complementariedad militar remarcable. Washington, Berlín, Tokio, todos han ganado. Hasta que llegó Donald Trump y en menos de cinco meses de presidencia ha abierto un interrogante que inquieta: ¿ha dejado Alemania de ser el socio de EE.UU. en Europa, Reino Unido aparte?
Los últimos días son el relato de un distanciamiento acelerado, que se resume en las afirmaciones de la canciller Merkel: “Los tiempos en que podíamos depender completamente de otros hasta cierto punto han terminado(...) Los europeos tenemos que luchar por nuestro propio destino”. Es una lástima que también la canciller Merkel haya olvidado la relevancia de las formas y la dignidad institucional, porque hizo tal declaración en un marco inapropiado como un almuerzo bávaro regado con cerveza y risas en Munich. La respuesta del presidente Trump, nada más regresar a Estados Unidos de su visita a Bruselas y Taormina, llegó vía Twitter, lo que confirma esta pérdida lamentable de los cauces diplomáticos tradicionales que tantos deslices han maquillado en aras de la concordia mundial. En un tono que roza el exabrupto, el presidente estadounidense echa en cara a Berlín “el masivo déficit comercial con Alemania, con el plus de que pagan menos de lo que deberían a la OTAN. Esto va a cambiar”.
El distanciamiento es preocupante y empieza a ir más allá de la relación personal, que ya descarriló con la visita de la canciller a la Casa Blanca cuando Donald Trump se negó a estrechar su mano en el despacho oval, en contra de la tradición, las peticiones de los fotógrafos y la elemental cortesía. Una cosa es que Alemania alerte a los socios europeos de la conveniencia de espabilar a la vista del Brexit y los desaires de Washington, y otra muy distinta es que Estados Unidos y Alemania liquiden una relación fructífera y sincera que ha contribuido a estabilizar la Europa del Este desde la caída del comunismo, con la salvedad de la guerra de los Balcanes. La precaria estabilidad en Ucrania es una bomba de relojería si Estados Unidos prima las tesis de Rusia sobre las de Bruselas o Berlín. La cruzada de Trump para que Europa aumente el gasto en defensa es negociable. La ruptura estratégica, no.