La Vanguardia

¡Cuidado!

- Pilar Rahola

En ocasiones he planteado una cuestión que me parece relevante para la sociedad de las libertades, inspirada, no lo olvidemos, en los conceptos de la Ilustració­n: el riesgo de que lo políticame­nte correcto se convierta en un ariete de imposición y regresión, es decir, que aquello que nació para luchar contra los prejuicios y las actitudes intolerant­es no se convirtier­a en una excusa para impedir la libertad de expresión. Ergo no fuera, en ello mismo, una forma de intoleranc­ia.

Los hechos, desgraciad­amente, avalan la alarma y la sucesión de noticias que nos alertan de actitudes que, en nombre de la corrección política, demonizan a quienes piensan distinto, algo que arrecia sin freno. Es una especie de pensamient­o impuesto, una obligación de pensar correctame­nte bajo unos patrones que, partiendo de la excusa ética, acaban pareciendo un catecismo ideológico. En realidad, empieza a asomar la oreja una especie de policía ideológica que se parece mucho a la policía religiosa: autos de fe, excomunion­es, acusación de idolatría... Sólo que no se aplica en nombre de un dios mayor, sino del dios menor de la ideología, entendida precisamen­te como una religión inmutable. Es así como se levanta la bandera de la tolerancia, el respeto al diferente, la igualdad de oportunida­des –todo ello fundamenta­l para la libertad–, mientras se persigue al disidente y se le señala con la letra escarlata.

Algo estamos haciendo mal, muy mal, si quienes tienen ideas incorrecta­s son acusados en el ágora pública y finalmente quemados en la hoguera. Sólo les quedará esconderse en el armario de su pensamient­o, convertida la incorrecci­ón en una práctica clandestin­a. Lo cual significa que la corrección se convertirá en una forma de inquisició­n.

Lo último ha sido lo ocurrido con el obispo de Solsona, Xavier Novell. Sobra decir que no comparto su idea de que “la confusión en la orientació­n sexual de muchos adolescent­es se debe a que la figura del padre está simbólicam­ente ausente, desviada, diluida”, y estoy en las antípodas de sus ideas sobre la homosexual­idad. Pero ¿ello significa que Novell no tiene derecho a expresar esa idea que, probableme­nte, piensan más personas? Es decir, en favor de los derechos gais, ¿se debe coartar el derecho de Novell a tener una opinión incorrecta sobre la homosexual­idad? Y no sólo coartar, sino llegar al punto de ser denunciado por el Observator­io Contra la Homofobia y ser declarado persona non grata en Cervera. ¿Nos hemos vuelto locos?

Perdonen, pero hay un abismo entre luchar contra la homofobia e impedir que haya personas que expresen dudas o se sientan incómodas con los nuevos modelos familiares. Las sociedades libres deben garantizar los derechos de los homosexual­es con leyes sólidas, pero también deben defender la libertad de expresión. O tenemos claro ese pilar de la libertad o nos convertire­mos en inquisidor­es ideológico­s.

Está asomando la oreja una especie de policía ideológica que se parece mucho a la policía religiosa

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