La ley de Moore o nada
El californiano Gordon Moore pasará a la historia por ser uno de los mayores aceleradores de avances tecnológicos. Además de cofundador de la compañía de procesadores Intel, este doctor en Física y Química predijo en 1965 el patrón regular de tiempo en el que se doblaría el número de transistores de un chip. En realidad, su predicción inicial se ceñía a transistores en tarjetas impresas –aún no existían los procesadores– y fijaba el plazo en un año. El pronóstico acabó corregido en dos años. Se conoce como ley de Moore.
Desde que se inventaron los chips, en 1971, las compañías y los ingenieros de ese sector han cumplido –con ligeros desfases– la ley de Moore. Eso significa que el chip que hoy es puntero en un par de años empezará a estar desfasado. Por tanto, el liderazgo en este sector implica siempre un gran esfuerzo.
Fíjese en algún electrodoméstico de su hogar que tenga pocos años. Pongamos por caso una lavadora. Puede ocurrir que, si tiene que llamar al servicio de mantenimiento por algún problema de funcionamiento menor, la reparación se limite a una actualización de software. Hoy, los procesadores son el núcleo de cualquier máquina. Hace mucho tiempo que los chips gestionan el funcionamiento de los coches y están en infinidad de aparatos de todo tipo que tiempo atrás nacieron sin ellos en su interior.
Los procesadores son un tipo de industria esencial para el futuro, pero si repasamos su geografía, Europa, de forma inexplicable, parece estar muy lejos de Norteamérica y Asia. El viejo continente es competitivo en industrias de todo tipo. Aviones y cohetes espaciales son dos ejemplos del éxito de la industria tecnológica europea. En innovación, lidera numerosos proyectos repartidos, pero no dispone de los principales referentes en los procesadores.
En el reducido territorio de Silicon Valley, al sur de San Francisco, en California, se encuentran compañías como Intel, AMD o Qualcomm. En Taiwán está TSMC. En Corea del Sur, Samsung. En China, MediaTek. Israel es otro de los focos importantes.
Apple hace años que diseña los potentes procesadores que gobiernan los iPhone y los iPad, aunque luego encarga su fabricación a factorías asiáticas. Europa, sin embargo, no tiene el peso específico en este campo que debería y podría tener.
La importancia que tiene la implantación de una industria fuerte y competitiva como la de
Europa tendrá que hacer un gran esfuerzo para alcanzar a quienes van rápido y salieron hace tiempo
los procesadores es económica. Uno de los componentes más caros que tienen nuestros
smartphones es el chip. La ley de Moore sigue vigente a duras penas. Existen barreras físicas que hacen que la miniaturización de los procesadores tenga un límite. Las nuevas tecnologías para reducir el tamaño de los procesadores permitirán mantener la norma un poco más. Europa deberá hacer un gran esfuerzo para alcanzar a quienes ya van a gran velocidad y llevan mucho tiempo en la carrera. La CE apuesta ahora por esa estrategia. La incierta alternativa es esperar a que la ley de Moore se agote.