‘We have to love...’
La rampa que sube al Fòrum, donde se celebra el macrofestival Primavera Sound, está separada de la calzada de la avenida Eduard Maristany por una hilera de bancos de hormigón que probablemente el año pasado ya estaban allí. No hay indicios, a criterio de este diario, de que hayan sido añadidos recientemente.
En la rampa están los de siempre, los de cada primavera, o los que podrían ser de cada primavera: varias decenas de tríos, cuartetos o septetos de jóvenes apuran cervezas y aguas antes de acceder al recinto mientras esperan a algún colega: en el control de acceso les obligarán (como en los aeropuertos post 11-S) a dejar cualquier clase de recipiente. También está un tipo que toca la batería, compuesta por: un bidón de gasolina (vacío), un recipiente metálico para secar los cubiertos (es de Ikea, modelo Ordning), una bandeja como de canelones, un cuenco metálico. Atrae la atención de la avalancha que se presta a entrar en el Fòrum. Miles, vigilados –que se vea– por apenas dos furgonetas de los Mossos y tres guardias urbanos. Nada más.
En la rampa también están los de Nantes del año pasado, los de Bilbao o Teià, aquellos de Berlín o Nottingham, una pareja que aún no ha acabado los exámenes, un matrimonio italiano con su hijo de seis años (que luego veremos sobre una pilastra, encantado con los Local Natives), muchos nativos locales, del Guinardó, Les Corts, Eixample, los de la plaza John Lennon, miles de barceloneses que han hecho suya esta fiesta de la primavera musical, una de las mayores citas musicales de Europa, ajenos, o exactamente al revés, perfectamente sabedores de que la peor derrota es ceder a las amenazas del fanatismo, volverán el año que viene. Hace apenas diez días de Manchester. A media actuación, el líder de los Local Natives, Taylor Rice, es el único que habla de Manchester: “We have to love each other”, resumimos. Y prosiguen con Fountain of
youth y Dark days, sin que tengamos que emplearlos en el título.