La Vanguardia

Contento con Els Delai

- Julià Guillamon

El verano pasado, en aquella hora en que ya no sabes qué tienes ni qué te pasa, has cenado mucho, has bebido más, no sabes si retirarte o si ya esperas a que cierren el bar, Els Delai empezaron a tocar El muerto vivo, que es aquella canción de Peret que habla de un amigo suyo, Blanco Herrera, que cobró la paga, se fue a celebrarlo y estuvo un montón de días perdido por el mundo: tantos, que su familia lo daba por muerto. “¡No estaba muerto, estaba de parranda!”, cantaba la gente en la Taverna del Pirata, en Llançà, donde Els Delai tienen la base de operacione­s.

Hace años que conozco la canción y nunca me había pasado: aquel día, no sé si fue el cansancio, le cogí ojeriza y empecé a refunfuñar. “Mira que llega a ser bestia esta rumba de Peret que la gente encuentra tan estupenda y canta a gritos. ¿Qué está diciendo, realmente? Que el Blanco Herrera este de las narices cobró la semanada y se la petó. Le importaba un carajo la mujer, los hijos y el dios que los menea. Imagínate el sufrimient­o de la mujer, pensando que el tipo se la ha pegado o que estaba desangránd­ose por ahí. Llamando a los hospitales a ver si lo encuentra. Y al cabo de unos días aparece, naturalmen­te sin un duro, feliz de la vida (o borracho como una cuba buscando bronca con todo quisqui). Cris aguantaba mi perorata impertérri­ta en la barra. “¡Es una historia que ha pasado miles de veces en este país!” –dije escandaliz­ado–. Pegué un trago de Voll Damm y di un golpecito a un móvil de lata de un papagayo que en la Taverna del Pirata es el metrónomo de muchas noches felices.

Estos días he estado escuchando el nuevo disco de Els Delai, Alchimia, y he comprobado con satisfacci­ón que han compuesto una versión personal de El muerto vivo. Tal vez no acababa de convencerl­es el cinismo de Blanco Herrera. Tal vez quisieron llevar la historia al terreno de las cosas cotidianas del Alt Empordà, como hacen siempre. El caso es que han escrito esta canción que, a diferencia de la de Peret, tiene un punto de picaresca bonachona. El protagonis­ta sale a comprar tabaco (la excusa clásica) y se encuentra a un amigote que le saluda efusivamen­te: “¡Mister Sunday!”. El tipo se tomaría un quinto y a dormir. Pero el colega lo va liando: del bar del pueblo van a la Taverna del Pirata a ver si toca Joaquín el Gitano (que canta las canciones de Manzanita tan bien como Manzanita). En un momento de la noche el amigo le pregunta por la Luisa. “Ostia, ¡la Luisa!”. ¡Se le había olvidado! Le manda un mensaje de WhatsApp con unas flores: “¡Esto no puede fallar!” –piensa–. Le explica que se ha encontrado con un amigo que hacía años que no veía (“el famoso Joselito”) y que “aunque esté por ahí ya sabes que pienso en ti”. La fiesta termina que está saliendo el sol.

Ante la alegría caradura y culpable de Peret y del amigo que se funde la paga, la aceleració­n inconscien­te de los borrachine­s de Estoy contento, que se cuecen hasta el amanecer, vuelven a casa de puntillas, la sangre no llega al río. “¡Hoy yo me siento contento, las penas se las lleva el vientooooo!”. Con Els Delai.

El colega lo va liando: del bar del pueblo van a la Taverna del Pirata a ver si toca Joaquín el Gitano

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