La Vanguardia

Enamorado de la Juve

- Joaquín Luna

Todos los síntomas apuntan al flechazo: me he enamorado del Juventus. Y de las calles de Turín, que imagino pavimentad­as, con cafés excelsos en cuyas terrazas pasaría estas horas dulces que nos separan del sábado viendo el desfile garboso de los piamontese­s y las piamontesa­s.

Imagino la plaza del Castillo de Turín –como la de Pamplona pero con su palacio real y esa fidelidad de los italianos por lo inútilment­e bello–, los paisajes del Piamonte, la salida alegre de los operarios del turno vespertino de la Fiat y un risotto que borra todos los risottos dulzones sufridos en esta vida.

Imagino, sobre todo, a Buffon alzando la Copa de Europa mientras llueve confeti blanco y negro sobre el Milennium de Cardiff y no hay imágenes ni noticias de Cristiano Ronaldo porque no ha podido soportar la escena, llora en el vestuario y tiene, como queremos creer, mal perder.

Sí, amo al Juventus más que al Barça, a Fellini más que a García Berlanga y ante la virilidad impostada de Donald Trump siento nostalgia por Silvio Berlusconi, que es milanista pero da igual, el caso es compartir con el lector culé esta sensación volátil, placentera y sedosa de los enamoramie­ntos súbitos.

–Y si les eliminó la Juventus, ¿no les gustaría que el Real Madrid les vengara?

Sólo un señor de Chicago, Alburquerq­ue o Toledo (Ohio) podría hacer semejante pregunta, no exenta de lógica pero tan desafortun­ada.

Los culés no queremos venganza el sábado, queremos justicia. Justicia arbitraria, irracional, turbia: Dios mío, no permitas que el Real Madrid gane, otra vez, y serían ya doce veces,

Dios mío, líbranos del mal: conexión con Cibeles, la torería de Ramos, el tuit de Figo, la sonrisa del presi...

la Copa de Europa. No nos hagas esto. Lo peor no es el partido: son las conexiones televisiva­s con Cibeles, la estampa del palco del Bernabeu, los gritos desgarrado­res de Tomás Roncero, la media sonrisa de Florentino Pérez, las chicas del As, las declaracio­nes pospartido de Butragueño, la torería de Sergio Ramos, la resurrecci­ón de Pedja Mijatovic, los tuits de Luis Figo, el cocidito madrileño y esa insufrible facilidad merengue para conquistar la Liga de Campeones.

Ya sabemos que el Barça no se merecía este trofeo. Las cosas como son. Y que no disputar la final teniendo al mejor del mundo es un fracaso monumental. Sólo pedimos al destino que sea benévolo, y si tiene que ganar el Real Madrid –como uno teme–, que sea con un escándalo arbitral de los que hacen época. No veo otra forma de digerir esta final. Sí, tengo madriditis. Y también unas ganas enormes de que la Juve correspond­a la declaració­n de amor sincera de un barcelonés.

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