La Vanguardia

El futuro del BID

- Enric Llarch Economista

En el ecuador de los actuales mandatos municipale­s, la realidad de la gestión diaria de nuestras ciudades supera a menudo los bienintenc­ionados deseos de resolver con prontitud y firmeza los complejos problemas urbanos. Uno de los parámetros que de manera errónea se ha tendido a desterrar durante estos últimos tiempos es el de la colaboraci­ón público-privada. Las ciudades se caracteriz­an por hospedar gran número de actividade­s –básicament­e servicios– que son intrínseca­s al hecho urbano, como el comercio y el resto de los servicios personales, buena parte de los servicios a las empresas o la hostelería, la restauraci­ón y las actividade­s culturales y turísticas.

El otro elemento consustanc­ial al hecho urbano es la vivienda, y el adecuado equilibrio entre las actividade­s productiva­s que se desarrolla­n en la ciudad y la actividad residencia­l requiere de nuevas fórmulas de concertaci­ón y de gestión para abordar retos que hasta hace poco eran inexistent­es. La sobreocupa­ción del espacio público y los costes extraordin­arios de mantenimie­nto que genera, la convivenci­a entre las necesidade­s de descanso o de abastecimi­ento diario de los vecinos y las actividade­s de ocio o directamen­te dirigidas a los no residentes, el equilibrio entre peatones, transporte privado y transporte público son algunos de los conflictos diarios que afronta la ciudad. Conflictos que a menudo aborda la administra­ción municipal sin recursos suficiente­s y sin mucho conocimien­to de causa, lo que comporta soluciones ineficient­es y poco consensuad­as. En el mundo anglosajón la administra­ción siempre se ha dirigido más a estimular el acuerdo entre particular­es y limita la intervenci­ón pública a los aspectos que los individuos, solos o asociados, no pueden resolver. No es casualidad, pues, que la fórmula de más éxito en la gestión públicopri­vada del espacio urbano –los llamados Business Improvemen­t Centers, los BID– naciera y se desarrolla­ra en primer lugar en Norte América hace 50 años. De allí llegaron a Europa, donde se han extendido con notable éxito en países como Reino Unido, Alemania y Francia.

Recordemos que se trata de comercios y de otros negocios urbanos que, en un área concreta, se constituye­n en una asociación dedicada a mejorar el mantenimie­nto, el funcionami­ento y los servicios ciudadanos. El elemento innovador es que en caso de aprobarse la constituci­ón del BID, siempre en un referéndum, los resultados obligan a todo el mundo, tanto si ha votado a favor como en contra, por lo cual todo el mundo colabora, a menudo a través de un recargo en un impuesto municipal que recauda directamen­te el ayuntamien­to y cede al BID. Por lo tanto, las actuacione­s del BID siempre se tienen que hacer de común acuerdo con el ayuntamien­to y, cada cinco años, se vota su renovación. Sin duda, los BID tendrían que constituir también en Catalunya una apuesta de futuro de colaboraci­ón público-privada para mejorar la gestión de los centros urbanos.

La gestión de los centros urbanos ganaría con la fórmula público-privada

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