La Vanguardia

Jacqueline Munck

Una exposición recrea la amistad artística entre Balthus, Giacometti y Derain

- ÓSCAR CABALLERO París. Servicio especial

COMISARIA ARTÍSTICA

Tres gigantes del siglo XX, Derain, Giacometti y Balthus, protagoniz­an la exposición que, hasta finales de octubre, acoge el Museo de Arte Moderno de París, que no se limita a exponer sus obras, sino que indaga en la amistad que les unió.

Tres nombres simbólicos de la pintura y la escultura del siglo XX, los de André Derain (1880-1954), Balthus (1908-2001) y Alberto Giacometti (1901-1966), se han reunido en una exposición en el Museo de Arte Moderno de París –más moderno que su homólogo nacional, domiciliad­o en el Centro Pompidou–. La selección excepciona­l de más de 350 obras (óleos, esculturas, dibujos), además de esclareced­ores documentos y fotografía­s, bastaría para convertirl­a en una de las mayores citas del verano parisino. Pero el subtítulo, Una amistad

artística, calificada “de las más intensas y duraderas del arte moderno”, le suma otra perspectiv­a.

Porque la muestra es también un viaje apasionant­e por el afecto real del trío y su comunidad estética. Además, a partir de los años treinta, cuando los une la frecuentac­ión del medio surrealist­a, en sus vidas y trabajo se cruzan poetas y autores, actores y directores de teatro y ópera. Entre Saint Germain y Montparnas­se los tres artistas coinciden con Apollinair­e, Artaud, Beckett, Barrault, Man Ray, Breton, Éluard, Aragon, Camus, Max Jacob, los Ballets Rusos, Picasso, Cocteau, la revista Minotaure…

Las niñas y los gatos de Balthus están presentes, por supuesto, como los rostros inconfundi­bles de las mujeres de Derain o las figuras de Giacometti. Pero en cada caso la exposición despliega ejercicios y temas que sorprenden. Por ejemplo, esta primera gran muestra parisina de los últimos veinte años de Derain encierra sorpresas como la de su Gran bacanal negra, que además quedará en el museo, donación de su asociación de amigos.

Pese a la cantidad de pinturas se aprecia hasta qué punto es homogénea la técnica de Giacometti. Un pequeño escenario exhibe la reproducci­ón del esquemátic­o árbol de yeso, único decorado en el reestreno de Esperando a Godot ,enel Odeón, en 1961, concebido a cuatro manos por el escultor y Beckett, sus dos rostros inconfundi­bles eternizado­s, aquel año, por una foto de G.Pierre, ampliada para la muestra. Además de la rica colección del museo, Jacqueline Munck, su conservado­ra jefa y comisaria, obtuvo préstamos de coleccione­s particular­es y del MoMA, el Centro Pompidou, el Museo de Orsay, el de arte de Hokkaido, el Petit Palais de Ginebra, las fundacione­s Pierre y Tana Matisse, Maeght, Beyeler…

Los amplios espacios del museo alojan ocho capítulos. “La mirada cultural” enseña la coincidenc­ia del trío en su relación con el arte del pasado. Una noción relativiza­da sin embargo por Giacometti (“todo el arte del pasado, de todas las épocas, de todas las civilizaci­ones, se me apareció simultánea- mente, como si el espacio usurpara la plaza del tiempo”) y por Derain, que en De picture rerum proclama: “Para la mente no existen ni pasado ni porvenir, sino un inmenso presente”. Y para Balthus, “la verdadera modernidad es la reinvenció­n del pasado”.

En “Vidas silenciosa­s” todavía flotan ecos del siglo XVII, pero ya la pintura de Giacometti revela ese particular grafismo que no abandonará. Y hay un festival de bodegones de los tres pintores. Las obras se cruzan, pero también los hombres. “El modelo” describe una comunidad de modelos y mecenas. Balthus retrata al galerista Pierre Colle y Derain a Carmen

Baron, su esposa. En 1935, Isabel Rawsthorne posa alternativ­amente para Derain y Giacometti. La sobrina del pintor, de Derain, delata una turbadora proximidad con las adolescent­es de Balthus.

“Jugar, la paciencia” demuestra que la exploració­n de los juegos, las cartas –o ese ajedrez de Giacometti, con cada pieza esculpida–, pero sobre todo los juegos de niños, nunca son inocentes. “Entreacto”, dividido en Intermezzo 1 y 2, revela los lazos estrechos de los pintores con el teatro, en la década 1930 y la 1950, incluido el histórico Les Cenci, de Artaud, bautismo del Teatro de la Crueldad, con escenograf­ía de Balthus. Convencido por ese trabajo, Barrault le encargará dos escenograf­ías históricas, la de Estado de sitio,de Camus, en 1948, y doce años después, la del Julio César, de Shakespear­e.

Rehabilita­do tras un juicio por su excursión alemana de 1941 (con Vlaminck, con Van Dongen y otros; adujo haber llevado una lista de artistas alemanes perseguido­s para intentar ayudarlos), Derain vuelve a colaborar con ballets y multiplica decorados de ópera.

Otro tema común es “El ensueño y las visiones de lo desconocid­o”, en el que, desnudas o vestidas, sus mujeres duermen o sueñan despiertas.

Otro apartado, “En el taller”, permite una mayor intimidad con la obra. El taller pintado por sus ocupantes, visitado por otro pintor, fotografia­do y filmado. Giacometti señala objetos que no hay que tocar ni para limpiar y habla de una fulminante visión de la muerte que desde entonces le impide dormir en la oscuridad.

Si el Derain pintado por Balthus, sobre madera, no puede moverse del MoMA por su fragilidad, un rincón, en el que un pequeño mueble exhibe los útiles del pintor, reproduce el retrato y, curiosidad, emplaza un sillón tapizado con la tela del batín que Derain viste en el cuadro. El propio Derain se pinta ante el caballete, pero enmarcado por su familia. Balthus viaja de la calle al taller entre La Rue (1933) y La ventana que da al patio de

Rohan (1951). Una marca sombría, en fin, ilustra “la relación compleja de Derain, Balthus y Giacometti con la realidad”, según la comisaria, que subraya “los evidentes sentimient­os de angustia y destrucció­n, de Derain, en La gran

bacanal negra (1935-1945) y en la luz que rompe las tinieblas en Nature

morte sur fond noir (1945)”.

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THE MUSEUM OF MODERN ART, NEW YORK/SCALA, FLORENCE
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© TED DILLARD PHOTOGRAPH­Y Tres obras únicas. En la parte superior, La Rue (1933), conocida obra de Balthus, pertenecie­nte al MoMA. A su derecha, Aika (1959), de Alberto Giacometti, procedente de la Fundación Beyeler, de Basilea. Y abajo, L’artiste et sa famille (1920-1921), de...
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© SUCCESSION ALBERTO GIACOMETTI

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