La Vanguardia

La calle de Kalief Browder

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

El Kalief Browder Way se halla en pleno Bronx. Es un tramo de casas bajas donde la nota de más color la aporta un cartel bilingüe (en español, primero, y luego en inglés) ante la escalinata de una de esas residencia­s. Una advertenci­a:

“No beban cerveza ni se sienten frente al edificio”.

En apariencia, ese cartel escrito a mano sugiere una vida exterior que, a esta hora avanzada de una tarde de jueves, la realidad parece desmentir. A diferencia del cercano Southern Boulevard, donde los patrullero­s hace escasos minutos estaban esposando a un joven negro y donde, en un par de esquinas, se susurraba la venta de sustancias ilegales, pues eso, aquí en esta zona la tranquilid­ad es absoluta.

Y, sin embargo, su nombre tiene un alto valor simbólico. La semana pasada, el Ayuntamien­to neoyorquin­o procedió a rebautizar una parte de la Prospect Avenue, entre las calles East 181 y 182, con el nombre de Kalief Browder, que es una llamada a la toma de conciencia respecto a la injusticia social y la tortura institucio­nalizada.

El mismo día en que se hizo el acto oficial, cuando se colgó la placa con su nombre, el afroameric­ano Kalief habría cumplido 24 años.

Sucede que este mes de junio hará dos años que se quitó la vida. Se ahorcó en su apartament­o del Bronx.

No pudo superar el trauma que sufrió por el encierro en Rikers Island, la prisión neoyorquin­a con fama de ser de los peores presidios del país, un verdadero agujero negro. Ingresó allí en el 2010, con 16 años, después de que otro adolescent­e le acusara del robo de una mochila. Él siempre lo negó. Pero nadie le escuchó. El juez fijó una fianza de 3.000 dólares, a la que su familia no pudo hacer frente. Estuvo un total de tres años. Los funcionari­os se cebaron con él. Se pasó 400 días en confinamie­nto solitario.

Browder se negó a aceptar una sentencia pactada. Para eso debía reconocer la comisión de algo que él no había hecho. Después de semejante castigo, y sin más explicacio­nes, los cargos contra él fueron retirados, sin haber ido nunca a juicio.

La herida ya estaba abierta, en su cuerpo y, sobre todo, en su mente.

“Rebautizar una calle con el nombre de Kalief no es solamente un honor para él. También es una inspiració­n moral para todos nosotros”, afirmó en el momento de colgar la placa el concejal Ritchie Torres. En el acto participó la número dos del Ayuntamien­to, Melissa Mark-Viverito. Se echó de menos al alcalde Bill de Blasio, que el pasado abril apoyó la propuesta del gobernador Andrew Cuomo de desmantela­r Rikers Island, aunque este proyecto va para muy largo, al menos un decenio.

“La virtud de una vida se mide –añadió Torres– por el impacto que uno tiene en los otros. Aquellos que conocieron a Kalief son mejores personas por haberle tratado y por haber tomado conciencia de su lucha por reformar la justicia”.

La tragedia padecida por esta víctima de los prejuicios raciales y del doble rasero policial y judicial causó impacto tras la publicació­n de un reportaje sobre Kalief en The New Yorker. El impacto de este trabajo periodísti­co, que dio pie a una reciente serie en televisión producida por Jay Z, ha provocado cambios. La ciudad adoptó prohibir el confinamie­nto solitario a los menores de 21 años y la intención de no enviar a ese presidio a los adolescent­es. Otra iniciativa consiste en fundar un fondo municipal para avalar fianzas a jóvenes en casos como el que sufrió el desapareci­do.

“Este es nuestro segundo año sin Kalief, una prematura muerte que no sólo nos afecta a nosotros”, dijo Akeem Browder, el hermano del joven. “Todos los que nos hemos reunido en este acto podemos alzar la vista y ver ‘Kalief Browder Way’, y pensar en el legado que nos dejó para continuar su camino”, remarcó. Su hermana, Nicole, pidió que alguien pague por el crimen cometido.

En la calle de Kalief hay un huerto urbano. Se llama Jardín de la Felicidad.

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en un acto de homenaje celebrado el año pasado en
Nueva York
PAUL ZIMMERMAN / GETTY La madre de Kalief Browder (en el centro), en un acto de homenaje celebrado el año pasado en Nueva York

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