La Vanguardia

La noche del cazador

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No había conocido nunca a un cazador hasta que, hace un cuarto de siglo, llegué a Maçanet de Cabrenys. Había tres sociedades: Els Russos, Els Americans y Els Coreans. Por las denominaci­ones que adoptaron queda claro que se debieron formar durante la guerra de Corea; al menos esta última, que reunía a los amantes de la cinegética de la zona de Tapis, ya de camino hacia Costoja. Si no me equivoco ya no existe. En las paredes de algunos bares había fotos dedicadas de varios jugadores del FC Barcelona, sobre todo de Hristo Stoitxkov, que era muy aficionado a ir a cazar a Maçanet el fin de semana que se lo podía permitir.

Era impactante ver cómo, al día siguiente de una cacería, la sangre de los jabalíes corría calle de la Burriana abajo, desde el matadero que había en un local minúsculo que después pasó a ser una pescadería. Una vez hubieron construido uno mayor y con todo detalle, a la salida del pueblo, junto al cementerio, se acabó aquel río matinal de sangre. En aquella época a menudo me invitaban a acompañarl­os algún día, y quedarme en una parada, para ver cómo funcionaba la cosa. En parte me habría gustado, pero me daba pereza levantarme al amanecer, con el frío y la humedad del invierno. Los que me invitaban eran hombres mayores. La mayoría de sus hijos pasaban de eso, cada vez más animalista­s. Algunos opinaban que cazar es una burrada, y sé que en algunas casas era motivo de debate habitual. Los padres mantenían la tradición y los hijos les decían que ya era hora de que empezaran a olvidarse. Ernest Hemingway y el campechano contra el Pacma. (Y viceversa.)

La situación, ahora, ha cambiado un poco. publicaba días atrás que los cazadores se han hartado de tener que hacerlo por obligación, desde que las administra­ciones consideran que tienen que ser ellos quienes les saquen las castañas del fuego de la superpobla­ción de jabalíes. El presidente de la Federación Catalana de Caza, Sergi Sánchez, dice que salir de cacería es cada vez más una necesidad social y no una actividad de ocio: “Nos encontramo­s gestionand­o daños. De los noventa días que salimos a cazar, cuarenta lo hacemos obligados para solucionar un problema de exceso de animales que provocan daños. Hace cinco años capturábam­os 30.000 jabalíes y ahora estamos en 60.000. Cazamos mucho más, y no porque queramos. No es justo que tengamos que asumir el gasto de todos los días que la administra­ción nos está diciendo ‘solucionad­nos el problema’”. Lo dijo durante la primera sesión de debate de la nueva ley de caza, que tuvo lugar en Vic.

Yo, que no he cazado nunca ni nunca cazaré, tengo bien claro que si me dedicara sería por placer (un placer que no siento) y no obligado porque las administra­ciones me lo exigen por el morro. Si lo exigen, al menos que paguen, porque, si te obligan, el placer desaparece.

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