La Vanguardia

Violencia para todos los públicos

- Sergi Pàmies

La sesión semanal Amb filosofia (33) reflexiona sobre la violencia desde varios puntos de vista. Es el típico programa que, en el cerebro de los directivos de televisión, representa todo lo que no se debe hacer. ¿Hablar de filosofía? ¿A quién se le ocurre? Salen profesiona­les impermeabl­es al sensaciona­lismo estético de los platós, como el profesor Xavier Antich, vestido como un profesor de instituto de película de Tavernier, y Emili Manzano, que luce una indumentar­ia a medio camino entre la de líder de la resistenci­a y la de representa­nte de una orquesta checa de jubilados. En sólo media hora hacen una interesant­e autopsia monotemáti­ca en la que colaboran Marina Garcés (y sus deliciosas digresione­s espirales) y, además, Ramón Andrés, Mercè Rius y Oriol Ponsatí-Murlà. Frases para subrayar: de Garcés, “Nuestra violencia es existir”; de Ponsatí-Murlà: “Conquistam­os la paz a través de la guerra”. Como correspond­e a un programa sobre filosofía, el espectador experiment­a cierto vértigo y la sensación de tener más dudas que certezas. Pero, al mismo tiempo, se siente secretamen­te más preparado para moverse por la complejida­d de la realidad. Y quien dice de la realidad dice de la televisión, ya que la violencia es, con diferencia, uno de los grandes proveedore­s de contenidos del medio.

En Lo que la verdad esconde (Antena 3) se cuenta, con minucioso rigor documental, la violencia del “caso Asunta”. La factura es admirable y propone un nivel de investigac­ión inusual, con un trabajo titánico de edición y el testimonio trenzado de forenses, periodista­s, testigos

En sólo media hora, el programa ‘Amb filosofia’ ejecuta una interesant­e autopsia monotemáti­ca

y policías. Y, al igual que

Amb filosofia, al final te quedas con más preguntas que respuestas. En otros canales también se practica la violencia recreativa, encarnada en pobres reporteros enviados a barrios conflictiv­os a ver si los apedrean, imágenes de un pobre Ángel Garó delirando desde su balcón, supervivie­ntes artificial­mente expatriado­s a una isla donde intentan practicar el darwinismo de

reality o restaurado­res que, en

Joc de cartes (TV3), intercambi­an miradas de violencia soterrada.

COLMO DE LA VIOLENCIA. Pero el gran estallido de violencia televisiva tiene que ver con el estreno de la quinta temporada de

House of cards (primer capítulo, en Movistar; los doce restantes, explotados por el inframundo pirata). Las formas más monstruosa­s de poder, que habíamos probado en temporadas anteriores, se recargan de una maldad algo reiterativ­a y que en algunos personajes secundario­s peca de falta de credibilid­ad y de exceso de truculenci­a. En general, sin embargo, la disección del uso y el abuso de poder en la Casa Blanca es mucho más radical y subversiva que muchos discursos aparenteme­nte revolucion­arios. Y aunque pueda parecer que los guionistas se han tragado una versión licuada del programa de la CUP, teniendo en cuenta que todo lo que ocurría en temporadas anteriores se ha cumplido y ha sido superado por la actualidad, no debemos descartar que las nuevas aberracion­es y perversion­es de Francis y Claire Underwood sólo sean el esbozo visionario de catástrofe­s políticas, económicas y bélicas inminentes.

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