Seguir un guion
Para mí, lo más bonito es llevar este grupo y hacerlo bien. Más que la táctica. Todo es importante, pero saber manejar a las personas es más importante”. Lo dijo hace unos quince días Zinédine Zidane, que aspira a conducir el Real Madrid a la segunda Champions consecutiva. La reflexión, muy interesante, podría dar a entender que, para cualquier míster, cuanto mejores sean los jugadores que entrena, y en el Madrid siempre han jugado primeras espadas, es más importante la gestión de los egos que el trabajo táctico. Cada club elige su camino para conseguir la victoria. En comparación con otros, el Madrid siempre ha difuminado la figura del entrenador para dar todo el protagonismo a las estrellas. En el otro extremo de la balanza, encontraríamos los clubs más aguerridos, con entrenadores intervencionistas y carismáticos, como el Atlético de Madrid, que compiten contra los grandes a base de disciplina, la estricta obediencia a un plan trazado, máxima exigencia en la entrega física y una fuerte motivación psicológica de los jugadores.
Por eso hace un par de días me hizo gracia que, en la rueda de prensa de su presentación como entrenador del Barça, Ernesto Valverde recitara de memoria el credo blaugrana: control de la pelota, protagonismo de los centrocampistas, juego combinatorio y sobre todo, la idea de que mediante el juego se obtienen los resultados y no al revés. Si hiciéramos estereotipos, mientras en un extremo Zidane y el madridismo nos hacen pensar en el laissez faire, laissez passer del liberalismo clásico, en el otro encontraríamos el régimen espartano de Simeone. En un término medio –socialdemócrata, me atrevería a decir– encontraríamos el Barça, que siempre intenta hallar el equilibrio entre el juego colectivo
El Barça siempre intenta encontrar el equilibrio entre el juego colectivo y las grandes individualidades
y las grandes individualidades.
Se ve que el Txingurri, para sus charlas con los jugadores, siempre se escribe un guion. Muchos entrenadores, sobre todo los que habían sido jugadores, lo tienen claro. Los mensajes tienen que ser ciertos, claros y breves. Luis Enrique era un enemigo declarado de las charlas interminables. Por eso, su equipo técnico era un aparato de recopilación, análisis y síntesis de la información, con el objetivo de hacer más digeribles las instrucciones a los jugadores. Demuestra profesionalidad y respeto por el tiempo y la inteligencia de quien te tiene que escuchar. Exactamente lo contrario que el presidente Bartomeu, que en la rueda de prensa del lunes nos ofreció un triste recital de incapacidad comunicativa. Me sabe mal insistir, pero no dijo nada cierto, ni claro, ni breve. O breve quizás sí, pero sólo en el turno de preguntas... Todo el mundo que ha subido a un escenario lo sabe: cuando se trata de hablar en público, incluso para decir mentiras, es mucho mejor llevar un guion.