El vecino que deja libros en los bancos
CON LA PREJUBILACIÓN LE LLEGÓ UN CAMBIO DE VIDA Y DECIDIÓ ALIGERAR SU BIBLIOTECA DE 2.500 LIBROS. DESDE HACE UNAS SEMANAS, LOS DEJA EN LOS BANCOS QUE TIENE CERCA DE SU NUEVA OFICINA
“Las personas a partir de 35 años son las que más se interesan; los jóvenes pasan”, asegura
Intentó donar los libros a bibliotecas, centros cívicos e institutos, pero no los querían, y los regala a la gente
“Hace tres semanas que de vez en cuando dejo libros en los bancos de la Gran Via de Barcelona, entre Sardenya y Marina. Es una alegría ver como la gente que pasa o va paseando los mira y los coge. Este es el motivo de dejarlos. Todos son libros en muy buen estado e incluso alguno sin estrenar. Hoy he dejado una veintena...”. Así arrancaba Xavier Amorós el escrito que envió hace unos días a la sección de Cartas de los Lectores de La Vanguardia.
Amorós (Vilanova de Bellpuig, 1959) ha encontrado en la donación de libros una manera de ayudar, aunque la motivación inicial fue ganar espacio, dando salida a la extensa biblioteca que ha ido acumulando a lo largo de su vida. Prejubilado como directivo de banca hace tres años, a lo largo de su carrera profesional hizo hasta quince mudanzas junto a su familia. Entre su equipaje, llevaba siempre su “mochila de libros”, como se refiere en broma a los más de 2.500 títulos que guarda en la oficina en la que desde hace tres años instaló su consultoría. Pero está decidido a soltar lastre. Tomando ejemplo de su hija, que vive muy ligera de equipaje, en Londres, se dijo que él también tenía que aligerar su vida.
El pasado mes de abril, en vísperas de Sant Jordi, cuando en Barcelona ya se vivía el ambiente previo a la Diada, Xavier Amorós hizo su primera entrega. “Cogí una pila de libros y los repartí en los bancos, en la zona donde tengo mi oficina. Me subí y desde la ventana iba vigilando. Algunas personas los cogían, los hojeaban y los dejaban, pero otros se los llevaban. Eso me animó y en los días siguientes hice nuevas entregas. Siempre en el mismo sitio, en la Gran Via entre Marina y Sardenya. También los dejo en una acera de la calle Marina dirección mar; allí hay bancos y unas terrazas, con paso de gente. Así es más fácil que los cojan enseguida. A veces no duran ni diez minutos y, como máximo, dos horas”, explica.
Xavier Amorós, que nació en un pueblo de mil habitantes del Pla d’Urgell, aprendió a leer con su abuela, a los cuatro años, explica. Y a los seis empezó a estudiar francés con un vecino que había estado exiliado en Francia tras la guerra. Aprendió la gramática francesa antes que la castellana. “Siempre he tenido curiosidad por temas diversos, literatura, historia, música, geografía, psicología, finanzas y también bricolaje, que me interesó mucho en una época de mi vida. Tengo novelas, ensayos, cuentos y colecciones de todo tipo”, detalla.
Le gusta leer y durante años ha disfrutado pasando tardes enteras en una librería, de la que salía con varias bolsas de libros. Los ha comprado de forma casi compulsiva. Sigue disfrutando de ese placer que adquirió desde que empezó a ganarse la vida, de jovencito, primero como vendedor, de seguros, de detergentes, de libros, y luego ya en la banca. Tuvo suerte, las cosas le iban bien, fue promocionando hasta llegar a un cargo de responsabilidad en uno de los grandes bancos.
Cuando hace tres años supo que le iban a prejubilar, explica, se le cayó el mundo encima. Luego decidió que abriría una consultoría para poder seguir ayudando a la gente. En el banco trabajaba en cohesionar equipos, motivación, crear buen ambiente, los equipos crecían, la gente promocionaba. “Me dije que eso era lo que quería seguir haciendo. Me gusta mucho ayudar, incluso a aquellos que no lo piden pero veo que lo necesitan y me ofrezco. Y la inmensa mayoría de las veces lo hago sin cobrar. No vivo de eso y solo pretendo que me ayude a pagar los gastos de la oficina. Eso me mantiene en forma, no paro de estudiar, de actualizarme”, confiesa.
Antes de decidirse a dejar sus libros en la calle contactó con bibliotecas, centros cívicos, un instituto, miró en internet. “No los querían en ningún lado en Barcelona y yo necesitaba ganar espacio”, explica.
A partir de su experiencia como donante de libros, Amorós ha ido haciendo su particular estudio sociológico. “Las personas de mediana edad, a partir de 35 o 40 años, son los que más se interesan por los libros que dejo, a veces se llevan tres o cuatro. Los jóvenes pasan olímpicamente, es triste decirlo, pero es así. Y los niños pequeños se acercan, por curiosidad, aunque la primera reacción de los adultos que van con ellos es decirles: ‘No toques nada’”, se ríe. “Los más tímidos –concluye– son los ancianos; a veces si pasan en pareja uno se lo dice al otro, miran, no se atreven, siguen caminando, ven que en el banco siguiente vuelve a haber libros, en el otro también y algunos ya se deciden a acercarse. Me encanta ver las reacciones, estoy disfrutando”.
Tiene previsto seguir con el goteo de entregas hasta que se acaben los libros. Los que más éxito tienen, admite, son los prácticos, de bricolaje, manualidades. Los de literatura cuesta más que se los lleven. “Pero también desaparecen”, asegura.