La Vanguardia

Un mechón de su cabello

- MARIÁNGEL ALCÁZAR

La Reina Letizia lo ha vuelto a hacer. Su nuevo peinado, una cola de caballo de burbujas, ha ocupado tanto espacio en los medios de comunicaci­ón que incluso ha provocado el aumento de los tutoriales de YouTube en los que se explica cómo conseguir el efecto bolas en la coleta. Por lo visto lo más eficaz para que la burbuja no se desinfle es colocar un postizo de pelo dentro, como aquellos rellenos que en los años cuarenta algunas señoras se ponían dentro de los tupés para darles volumen hasta alcanzar la altura del popular peinado conocido como Arriba España. El pelo de Letizia, a diferencia del de su predecesor­a, la reina Sofía, es un pelo inquieto, al que le gustan los cambios y que igual se muestra humilde con una melenita lisa, como tenso, enredado en mil trencitas sujetas al cogote. Tiene días de esplendor con ondas dignas de un anuncio de champú y otros recatados con recogidos como recién salidos de debajo de una cofia. Un pelo muy versátil que pasa de una noche en la ópera a una mañana de meditación; un pelo que precisa cuidados constantes para estar siempre listo ante un nuevo reto; un pelo sin personalid­ad o con tantas identidade­s que a veces resulta difícil entender que está cubriendo la misma cabeza. Un pelo, en definitiva, que tiene, en ocasiones, la alta responsabi­lidad de sostener una corona, la misma que en algún momento se posó sobre el pelo de otras mujeres que quizá un día dejaron, enredado entre los brillantes, un mechón de su cabello.

ERA DE NOCHE EN MADRID

La misma noche en la que la Reina se quedó con los focos gracias a su nuevo peinado, el Rey rindió homenaje a su abuelo, Juan de Borbón, de cuya renuncia a los derechos dinásticos se cumplieron 40 años el pasado 14 de mayo. Aquel día era el 15º aniversari­o de boda de Juan Carlos y Sofía, la única singularid­ad de una jornada cuya austeridad, años después, lamentaría el rey Juan Carlos. El recordator­io del rey Felipe se enmarcó en el discurso que pronunció en la cena del 60º aniversari­o de la agencia de prensa Europa Press. Era de noche y la frase podría seguir con aquello de “y sin embargo, llovía”, por el absurdo que supone que el Rey haga un homenaje público a su abuelo y, al día siguiente, solo se hable de burbujas.

EL REGRESO DE DIANA

El reinado de lady Di duró poco más de 16 años. Desde el anuncio de su compromiso matrimonia­l el 24 de febrero de 1981 hasta su trágica muerte en París, el 31 de agosto de 1997. Unos años en los que sufrió una metamorfos­is que la llevó de tímida y cursi muchachita de una familia de rancio abolengo a estrella rutilante, que fue de los palacios a los campos de minas aunque nunca se olvidó de calzar sus mocasines Tod’s. Este año se cumplen veinte años de su muerte, un periodo en el que su estela se ha ido alejando pero cuyo recuerdo, lógicament­e, permanece inalterabl­e en sus hijos. Tanto el príncipe Guillermo como su hermano, Enrique, han confesado que la muerte de su madre les ha marcado la vida y que ambos han necesitado llegar casi a la edad que tenía Diana cuando murió (solo 36 años) para asumir la pérdida. En todo el barullo que siguió a la muerte de la primera esposa del príncipe Carlos, lo más recurrente fue culpar a los servicios secretos de preparar el accidente con la autorizaci­ón del príncipe Felipe. Mohamed al Fayed, padre de Dodi, el que quiso ser novio de Diana y solo consiguió acompañarl­a a la tumba, se empeñó en culpar a la familia real británica de la pérdida, aunque fue él quien convenció a su pusilánime hijo de que cortejara a la aburrida princesa para, de una vez por todas, dejar de ser un nuevo rico despreciad­o por la clasista sociedad británica y vengarse de todos ellos de la mano de Diana. Todos utilizaron a la princesa y ella sola se murió.

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JUANJO MARTÍN / EFE La Reina, junto al Rey, con su nuevo peinado de burbujas
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