La Vanguardia

EL AMIGO AMERICANO

- TERESA AMIGUET

Hoy apenas es noticia la llegada de un crucero a Barcelona y más bien preocupa su proliferac­ión, pero en 1951 el avistamien­to de un buque extranjero alcanzaba el rango de gran acontecimi­ento. Y sobre todo si se trataba de la VI Flota norteameri­cana, que iba a dejar huella en la memoria colectiva de la época. El 9 de enero, como si de un regalo de Reyes se tratara para el régimen de Franco, atracaba en nuestro puerto su buque insignia, el crucero Newport

News, al que escoltaban cuatro destructor­es. La división venía al completo. Salió a su encuentro el cañonero español Magallanes y hubo gran alharaca ese día en los muelles: se dispararon salvas de saludo, sonó una banda de música y las autoridade­s locales y altos mandos de la armada se concitaron para recibir a lo grande al amigo americano, mientras la marinería se preparaba para pasarlo en grande durante los cuatro días que duró la escala. Realizaron el tour típico que todo turista americano sigue hoy, seis décadas después: Rambla, Pueblo Español y visita a Montserrat. Que se sepa, sólo les faltó el sombrero mexicano.

Fue un año pleno de gestos de distensión y amistad entre Estados Unidos y España, que iban camino de sellar una amistad provechosa para sus necesidade­s políticas del momento. Franco ofreció una entrevista a la cadena americana CBS, en la que hizo equilibrio­s verbales para explicar a los americanos, que vivían en democracia, por qué en España eso no era posible. La República, sin nombrarla of course, quedaba despachada en sus palabras como unos “convencion­alismos legales”, ante los cuales “nuestra generación” había tenido que saltar para “salvar a la nación”, amenazada de “perecer”. Eso sí, a continuaci­ón, Franco era capaz de sostener que todo eso se había realizado “sin detrimento de la libertad, que sólo bajo el orden, la paz y la seguridad colectiva puede garantizar­se”. Spain is different, en definitiva. Estados Unidos le premió con la llegada de un embajador, Stanton Griffis, recibido en Madrid con honores de rey, sin que faltase ni siquiera la Guardia Mora desfilando a caballo por la Gran Vía.

Pero en el Madrid de entonces no todo era oropel, como iba a mostrar ese mismo año la película de corte neorrealis­ta Surcos, que, aunque nacida en el entorno de la Falange, parece mentira que lograse pasar la censura. Retrataba el triste destino de una familia rural que se deja tentar por la promesa de una vida mejor en la capital (originalme­nte se tenía que titular Surcos sobre el

asfalto), para encontrars­e tras su éxodo con una existencia trufada de empleos precarios, intentos de estafa, coqueteos con la delincuenc­ia y, en general, degradació­n. Todo ello, evidenteme­nte lejos de los mejores barrios madrileños, ya que acaban habitando una modesta corrala en Lavapiés. La idea del guión fue de Eugenio Montes y la adaptó Torrente Ballester. En la película lucían desde María Asquerino hasta Montserrat Carulla e incluso intervenía brevemente Marujita Díaz volteando su mantilla mientras cantaba un premonitor­io pasacalle en el que retrataba los parcos consuelos de la gente de a pie: “¡Por la noche en la verbena se acaban todas las tristezas y las penas!”.

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Los amigos americanos tomaron la Rambla
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Surcos, el difícil éxodo de una familia a la gran ciudad

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