La Vanguardia

Me acuerdo de Raimon

- JOAN DE SAGARRA

Je me souviens de Xavier Cugat” (“Me acuerdo de Xavier Cugat”), escribe Georges Perec en su libro Je me souviens (1978), una mezcla de autobiogra­fía y memoria colectiva, de lo eterno y lo efímero, escrito a semejanza del I remember de Joe Brainard, publicado ocho años antes. ¿Qué recuerda Perec de Xavier Cugat? Probableme­nte una imagen suya y de su orquesta, de su música, en una película, una de las películas que se rodaron en Hollywood a mediados del pasado siglo. O tal vez un disco, un 45 r.p.m., escuchado en la radio o en casa de unos amigos, en un guateque más o menos improvisad­o. Vete a saber. Lo cierto es que Perec se acordaba, se acordó de Xavier Cugat, cuando Cugat era todavía un ser vivo, un personaje de otra época, desapareci­do de los escenarios, de las películas, y cuya música sonaba un tanto exótica.

Pues bien, si Perec se acordaba de Xavier Cugat, yo me acuerdo de Raimon. A partir de la noche del domingo (28 de mayo), Raimon ha entrado a formar parte de mi particular y personalís­imo Je me souviens. Así pues, me acuerdo de Raimon y, podría añadir, me acuerdo de Raimon en su último recital en el Palau. Porque desde el momento en que Raimon se retira de los escenarios, su figura en cierto modo desaparece. Queda, claro está, su voz –una voz inconfundi­ble que escucho mientras escribo estas líneas–, pero no es lo mismo. Para mí, Raimon es un personaje, una voz, un grito, visible, palpable, en un lugar concreto –el Palau o un campus universita­rio-, en una época, en unos años concretos. Y es por ello que puedo escribir: me acuerdo de Raimon, como algo que ya no volverá, pero que sigue presente en mi memoria.

Yo no conocí a Raimon en ninguna película, como Perec descubrió a Xavier Cugat, o en algún disco y menos en un guateque, porque lo que cantaba Raimon en sus años mozos poco tenía que ver con lo que se oía en un guateque. Tampoco le vi en la tele cantando aquel famoso Se’n va anar, cap enllà… A Raimon lo conocí en el Palau dela Música, hace cincuenta años. Y eso me debió de marcar. Yo venía de la chanson francesa y del jazz y con Raimon descubrí algo nuevo: el Palau convertido en un ring. Algo que no tenía nada que ver con el Olympia de París donde Montand y Brel montaban sus recitales, hacían sus espectácul­os, unos espléndido­s espectácul­os. Lo de Raimon era una mezcla de combate y de mitin, distinto, muy distinto del Léo Ferré anarquista del Mayo del 68, donde el mitin se confundía con lo que aquí decimos fer el número, a veces de la manera más descarada. Puede que Al vent tenga algo que ver Blowin ’in the wind, como sostiene un chico de mi barrio que confunde, alegrement­e, a Raimon con Bob Dylan, pero cuando yo se la oí cantar, “la cara al vent”, me sonó como algo totalmente nuevo (en cuanto a la canción de Dylan, siempre me sonó como un viejo espiritual, maravillos­amente amañado).

Cuando Raimon empezó a cantar, yo cubría gran parte de sus recitales. Quiero decir que me correspond­ía hacer la crítica, vamos, hacer de Sebastià Gasch (la cançó, la nova cançó, empezaba y todavía no disfrutaba de unos plumíferos especializ­ados como disfruta hoy). Eran años en que la cançó era un arma, como dijo aquél, “cargada de futuro”. Hoy ese futuro se ha acabado o, mejor dicho, lo tenemos aquí. En aquellos años, en los recitales de Raimon –y no sólo en los suyos–, había una fila 0 reservada a la clase política emergente, enfrentada con la dictadura, con el tardofranq­uismo. Hoy –la noche del domingo, 28 de mayo, para ser exacto–, el “futuro” estaba allí, en el Palau, aplaudiend­o a Raimon como Dios manda. Allí estaban la alcaldesa Ada Colau; su antecesor, Xavier Trias; el conseller de Cultura, Santi Vila; el secretario general del PSC, Miquel Iceta “que tampoco quiso perderse la fiesta” (E. Linés, La Vanguardia, 29 de mayo). Todos, o casi todos, estaban allí, para salir en la foto como Dios manda.

El martes (30 de mayo), el colega Sergi Pàmies en su Escaparate no mostraba demasiada simpatía con esas gentes. “Raimon deja los escenarios –escribe Pàmies–, y una vistosa representa­ción política acude al Palau, no sé si para certificar que no volverá o para evitar que les pregunten por qué en las últimas décadas ha sonado tan poco (Raimon) en nuestras emisoras públicas”. Las palabras de Pàmies me recuerdan las que pronuncié el día que despedimos a Ovidi Montllor. Allí también estaban los políticos, los mismos que le habían negado el pan y la sal en sus últimos años (por cierto, mi presencia y mis palabras fueron silenciada­s en TV3).

Me acuerdo de Raimon, me acordaré de Raimon en su último recital en el Palau. Me gustaría que eso no terminase así. Me gustaría que tras esa retirada asomase la cabeza una Fundació Raimon, o algo así, que recogiese, estudiase y divulgase todo lo que aquel mozo socarrat de Xàtiva representó y representa para la Cultura, con mayúscula, de este bendito país y, si me apuran, de los Països Catalans. Y me encantaría que esos políticos que se apresuraro­n a salir en la foto se apresurase­n a reconocer y dignificar lo que representó la nova cançó. Como algo vivo, es decir, dotándola de un espacio propio en Barcelona o en otra capital catalana. ¿Por qué no convertir el viejo Arnau, en el Paral·lel, frente a la estatua de Raquel Meller –“Cómpreme usted este ramito, cómpremelo señorito, para lucirlo en el ojal”–, en el teatro de la cançó, la de ayer, de hoy y de siempre?

Me gustaría, me encantaría que así fuese, pero, la verdad, no me hago demasiadas ilusiones. Mientras tanto, me acordaré, me acuerdo de Raimon, “la cara al vent”.

Me gustaría que esos políticos que se apresuraro­n a salir en la foto se apresurase­n a dignificar lo que representó la nova cançó

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CÉSAR RANGEL Raimon, en el concierto que ofreció el pasado domingo en el Palau de la Música
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