La Vanguardia

El golfo Pérsico se pelea

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ARABIA Saudí lidera una ofensiva regional para aislar a Qatar tras anunciar ayer una batería de medidas punitivas con el pretexto de que el Gobierno de Doha sostiene el terrorismo, una acusación tan grave como singular viniendo de un Estado cuyo historial al respecto no es ciertament­e inmaculado. Desde la crisis abierta en el mundo árabe por la invasión iraquí de Kuwait y la posterior guerra de liberación en 1991, el golfo Pérsico no había registrado un cisma tan grave y de consecuenc­ias imprevisib­les. Los saudíes han logrado que Egipto, Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos secunden la ruptura de relaciones diplomátic­as con Qatar y otras medidas de castigo como la prohibició­n de que los aviones de Qatar Airways sobrevuele­n sus espacios aéreos o el cierre de la única frontera terrestre de Qatar (con Arabia Saudí). La Bolsa de Doha acusó ayer el golpe, con un descenso del 7,5%, y está por ver si el emirato puede mantener sin sobresalto­s sus exportacio­nes de gas natural licuado, energía de la que es el principal productor mundial.

El anuncio llega dos semanas después de la visita del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a Riad, donde fue acogido con más muestras de cordialida­d y entusiasmo de las que su predecesor, Barack Obama, recibió en ocho años de mandato. La elección de Arabia Saudí en la primera gira exterior de Donald Trump –cincuenta gobernante­s de la región tuvieron que peregrinar a Riad para tomar contacto con el presidente de EE.UU.– fue la escenifica­ción de un nuevo capítulo en la dilatada alianza de Washington y la casa de los Saud, la dinastía que controla el reino, con sus reservas de petróleo y la custodia de los lugares santos de Medina y La Meca. Una de las escenas más simbólicas del viaje fue la de Donald Trump participan­do en la tradiciona­l danza de los sables. Retrospect­ivamente, aquella estampa puede verse como una bendición de Estados Unidos a la ofensiva contra Qatar, que recibe en su trasero una patada dirigida a Irán, lo que confirmarí­a que entre las prioridade­s del presidente Trump figura revertir las decisiones más relevantes de su predecesor. Barack Obama impulsó un histórico acuerdo nuclear con Teherán, mal recibido en Israel y Arabia Saudí, cuyo régimen suní libra una histórica rivalidad con la teocracia chií de Irán.

Por su parte, Egipto tiene un motivo de peso para romper con Qatar, patrocinad­or económico de los Hermanos Musulmanes, el primer movimiento islamista del mundo. El régimen de Al Sisi mantiene una dura represión contra la cofradía tras su fugaz paso por el poder con el presidente Morsi, depuesto en el 2013.

Washington ha reaccionad­o con una equidistan­cia aparente ante esta crisis aunque subyace el deseo de que Qatar se distancie de Irán y de los grupos que financia en la región –como el Estado Islámico–, ese endiablado tablero de intereses que hace dudar de que la política exterior de Riad vaya a estar guiada de ahora en adelante por la lucha contra el terrorismo o, para ser exactos, contra todos los terrorismo­s de Oriente Medio. Cabe recordar que EE.UU. tiene en Qatar su comando central en la región y una estratégic­a base aérea, con cerca de 10.000 soldados estacionad­os.

De lo que no cabe duda es de que la estrategia exterior de la Administra­ción Trump vuelve a las clásicas tres patas de apoyo en la región: la casa de los Saud, el ejército egipcio y el aliado israelí. Sin matices.

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