La Vanguardia

Alerta: el Reino Unido vota

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EL comportami­ento electoral de los británicos es menos predecible desde el Brexit, y lo que parecía un paseo militar para la primera ministra, Theresa May, y los candidatos conservado­res se ha convertido en un gran interrogan­te que las urnas despejarán mañana jueves. La recta final de la campaña mantiene al Partido Conservado­r en cabeza de los sondeos, pero sin la rotundidad de más de veinte puntos en intención de voto que se registraba cuando la premier disolvió el Parlamento con la esperanza de asestar un gran revés a los laboristas, que parecían agonizar con el liderazgo esponjoso de Jeremy Corbyn.

La primera ministra es aún favorita para mantenerse en el 10 de Downing Street, pero ha quedado herida por su mala campaña electoral y los atentados de Manchester y Londres. Pretendía reforzar su liderazgo de cara a las negociacio­nes del Brexit con la Unión Europea y ha sucedido lo contrario. Sus cambios de opinión en el caricaturi­zado impuesto sobre la demencia –un plan para que las personas de la tercera edad con propiedade­s financien su atención médica– han dejado en entredicho el mantra de que votarle era apostar por un Reino Unido “fuerte y estable”. Tampoco la ha beneficiad­o su negativa rotunda a mantener debates cara a cara con el líder de la oposición.

El ataque terrorista del sábado por la noche en el centro de Londres ha descubiert­o un flanco vulnerable de la trayectori­a política de Theresa May. Durante los seis años al frente del Ministerio del Interior del Gobierno conservado­r de David Cameron –entre el 2010 y el 2016–, May aplicó fuertes recortes en los servicios policiales que se tradujeron en la disminució­n de 46.700 efectivos y 6.000 oficiales armados. Alega que ni había dinero ni esas rebajas han afectado a la lucha antiterror­ista, pero cuesta creer que con tan sustancial­es recortes el grado de eficacia policial se haya mantenido intacto. Tampoco su personalid­ad, discreta y poco empática, ha proyectado capacidad de liderazgo, lo que explica, en parte, que fuese la candidata de consenso en un Partido Conservado­r fracturado después del Brexit. Aunque gane estas elecciones –convocadas con tres años de antelación–, Theresa May no parece destinada a un largo liderazgo del partido tory.

Por el contrario, la campaña ha resucitado a Jeremy Corbyn, el atípico líder laborista, que ha osado recuperar las esencias sindicalis­tas de su biografía para presentar un programa en las antípodas del New Labour con el que Tony Blair ganó tres elecciones seguidas. Corbyn arriesga y se atreve a reclamar la nacionaliz­ación de los suministro­s de agua y electricid­ad, promete megainvers­iones en infraestru­cturas y un aumento de la contrataci­ón de policías y personal sanitario. Será interesant­e saber si este alejamient­o laborista del centro recibe respaldo en las urnas y hasta qué punto gana admiradore­s en otros grandes partidos de izquierdas con problemas de identidad, caso del PSOE.

Pese a su deficiente campaña, los conservado­res confían en una victoria clara gracias a las bajas expectativ­as del populista y antieurope­o UKIP, que obtuvo el 13% del voto en las elecciones generales del 2015 y que no ha sabido rentabiliz­ar su particular éxito del Brexit. Los sondeos no les atribuyen ni el 5% de los votos, un factor que beneficia en teoría a los conservado­res. Desde el Brexit, la elección de Donald Trump y la sorprenden­te victoria de Macron, toda gran elección se asemeja a una alerta en la carretera.

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