La Vanguardia

Todos somos turistas

- Joan Oliveras J. OLIVERAS, vicepresid­ente de Barcelona Oberta

Siempre me supone una cierta estupefacc­ión el debate sobre los pretendido­s estragos del turismo en las grandes ciudades como Barcelona. Me resulta chocante esta capacidad de estigmatiz­ar a unos seres humanos que tienen como defecto la fascinació­n o el interés por la vida, la cultura o el territorio de otros, como si fueran unos extraños alienígena­s con malignas intencione­s invasoras. Y me choca todavía más, incluso me asusta, que desde ciertos grupos políticos de la izquierda radical se fomente su persecució­n.

La realidad, en cambio, se empeña en mostrarnos una y otra vez que todos somos turistas en alguna ocasión y que hoy este estado ocasional de visitante forma parte de nuestra condición de ciudadanos de un mundo interrelac­ionado. Todos hemos sentido la saludable necesidad de conocer otro paisaje o cultura... Todos nos hemos sentido privilegia­dos protagonis­tas de una de las conquistas de la sociedad contemporá­nea.

Tengo la sensación de que todo responde, una vez más, a esta trampa de dar un valor utilitario y partidista a la explotació­n y estímulo de las emociones de los ciudadanos más desfavorec­idos, legitimand­o la violencia como vía para condiciona­r cualquier proceso democrátic­o de debate ciudadano. De hecho, una inmensa falta de respeto hacia sectores sociales que, por cuestión de barrio y/o renta, viven situacione­s de mayor penuria que el resto de sus conciudada­nos. Observo, además, que todo empieza y acaba en una simplifica­ción superficia­l que sólo se expresa a golpe de titular mediático. Como si fuera fruto de una oscura voluntad de no dejarnos profundiza­r, sometidos a una especie de coitus interruptu­s intelectua­l.

Es evidente que la masificaci­ón del turismo en zonas concretas suscita incomodida­d y problemas a los vecinos, y también es verdad que hay soluciones para asegurar la convivenci­a, planificar y compensar en buena medida los efectos de este impacto. Y tenemos que convenir que es posible hacerlo sin ninguna necesidad de estimular la violencia contra un fenómeno que nace y crece con el interclasi­smo y la extensión social de la riqueza.

Quizás ya es hora de que el Ayuntamien­to sea capaz de definir un plan estratégic­o de turismo que planifique el futuro sin penalizar un sector clave en el PIB de Barcelona y que repiense el uso de los tributos turísticos con el objetivo de compensar a los ciudadanos más afectados. Quizás así se contribuir­ía a la pacificaci­ón de un conflicto nacido de promover la intoleranc­ia y de la incapacida­d política de gestionar el interés general. Pero eso sería hacer política con mayúsculas y gobernar con coraje..., dos posibilida­des que no se entrevén en el horizonte.

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