Todos somos turistas
Siempre me supone una cierta estupefacción el debate sobre los pretendidos estragos del turismo en las grandes ciudades como Barcelona. Me resulta chocante esta capacidad de estigmatizar a unos seres humanos que tienen como defecto la fascinación o el interés por la vida, la cultura o el territorio de otros, como si fueran unos extraños alienígenas con malignas intenciones invasoras. Y me choca todavía más, incluso me asusta, que desde ciertos grupos políticos de la izquierda radical se fomente su persecución.
La realidad, en cambio, se empeña en mostrarnos una y otra vez que todos somos turistas en alguna ocasión y que hoy este estado ocasional de visitante forma parte de nuestra condición de ciudadanos de un mundo interrelacionado. Todos hemos sentido la saludable necesidad de conocer otro paisaje o cultura... Todos nos hemos sentido privilegiados protagonistas de una de las conquistas de la sociedad contemporánea.
Tengo la sensación de que todo responde, una vez más, a esta trampa de dar un valor utilitario y partidista a la explotación y estímulo de las emociones de los ciudadanos más desfavorecidos, legitimando la violencia como vía para condicionar cualquier proceso democrático de debate ciudadano. De hecho, una inmensa falta de respeto hacia sectores sociales que, por cuestión de barrio y/o renta, viven situaciones de mayor penuria que el resto de sus conciudadanos. Observo, además, que todo empieza y acaba en una simplificación superficial que sólo se expresa a golpe de titular mediático. Como si fuera fruto de una oscura voluntad de no dejarnos profundizar, sometidos a una especie de coitus interruptus intelectual.
Es evidente que la masificación del turismo en zonas concretas suscita incomodidad y problemas a los vecinos, y también es verdad que hay soluciones para asegurar la convivencia, planificar y compensar en buena medida los efectos de este impacto. Y tenemos que convenir que es posible hacerlo sin ninguna necesidad de estimular la violencia contra un fenómeno que nace y crece con el interclasismo y la extensión social de la riqueza.
Quizás ya es hora de que el Ayuntamiento sea capaz de definir un plan estratégico de turismo que planifique el futuro sin penalizar un sector clave en el PIB de Barcelona y que repiense el uso de los tributos turísticos con el objetivo de compensar a los ciudadanos más afectados. Quizás así se contribuiría a la pacificación de un conflicto nacido de promover la intolerancia y de la incapacidad política de gestionar el interés general. Pero eso sería hacer política con mayúsculas y gobernar con coraje..., dos posibilidades que no se entrevén en el horizonte.