Nada que declarar
El hospital público con mejores vistas de todo el Mediterráneo –¿qué no estaría dispuesto a pagar un fondo internacional de inversiones por reconvertir este equipamiento sanitario centenario en una clínica privada en primera línea de mar?– fue el lugar elegido por Ada Colau para reaparecer públicamente con esa condición de alcaldesa de la que no ha acabado de desprenderse durante el periodo de licencia maternal. Seis semanas después de dar a luz, la edil barcelonesa regresó al lugar donde alumbró a su segundo hijo, Gael, para inaugurar en compañía del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, la esperada ampliación del hospital del Mar. Un acto oficial relevante para la ciudad, pero que decepcionó a quienes esperaban determinadas lecturas políticas del reencuentro entre el president y la alcaldesa justo el día después de que los comunes se descolgaran del Pacte Nacional pel Referèndum.
Hasta ahora Ada Colau sólo se había dejado ver en contados actos de partido y en los despachos de la Casa Gran, donde suele rendir visita los lunes para no perder el hilo de la actividad municipal y reunirse con sus tenientes. Todo justificaba que hiciera una excepción para estar en la inauguración del nuevo edificio del hospital de la Barceloneta (15.000 m2 donde se agrupan los servicios oncológicos y nuevos espacios de urgencias, cirugía, obstetricia y ginecología). La mejora del hospital obedece a una vieja reivindicación ciudadana y de los trabajadores de la sanidad pública que no se concretó en un programa de obras e inversiones hasta el anterior mandato. Es el fruto de un acuerdo completado por el actual gobierno de BComú, pero que, en realidad, parte del pacto suscrito entre CiU –representada ayer por el exalcalde Xavier Trias– y el PSC del segundo teniente de alcalde, Jaume Collboni.
Con buen criterio, Puigdemont y Colau consideraron que sus diferencias políticas, por muy grandes que sean, no podían aguar la fiesta de celebración de la entrada en funcionamiento de unas instalaciones que han costado 76 millones a la Generalitat y el Ayuntamiento. Desde hace bastantes años las inauguraciones –ya sea porque poco hay que estrenar o porque el exhibicionismo cotiza a la baja– escasean en la agenda de los políticos. Y en estas circunstancias, ayer no era el mejor día para hablar de un proceso cada vez más incierto.
Colau y Puigdemont evitaron que sus diferencias sobre el referéndum aguaran la fiesta del hospital