La Vanguardia

Theresa May

Dudas sobre la superviven­cia de su pacto con los unionistas del Ulster

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

PRIMERA MINISTRA BRITÁNICA

La premier conservado­ra Theresa May ha fracasado en el intento de fortalecer su liderazgo y recibir en las urnas un mandato fuerte de cara a la complicada negociació­n de la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

Como si no hubiera pasado nada, Theresa May prometió ayer estabilida­d para afrontar las negociacio­nes sobre el Brexit, que deberían empezar dentro de diez días. Y aunque no es conocida por su sentido del humor –más bien todo lo contrario–, incluso se mostró confiada en permanecer otros cinco años al frente de un gobierno apoyado por los unionistas norirlande­ses del DUP. La realidad sin embargo es muy diferente, porque todo ha cambiado. Su autoridad ante el propio partido, el país y Europa se ha esfumado. Los conspirado­res han empezado a reunirse en la sombra para clavarle el puñal. Y aunque la ejecución no se consume, la perspectiv­a de unas nuevas elecciones después del verano no es descabella­da.

Más que primera ministra, May ha quedado reducida al papel de gestora de una empresa en quiebra (el equivalent­e político británico del Banco Popular), hasta que se encuentre comprador. Convocó unas elecciones innecesari­as borracha de ambición, con la promesa de un gobierno fuerte y estable (su eslogan de la campaña, repetido hasta la saciedad) que le permitiera negociar un Brexit duro con Bruselas. Pero lo que ha conseguido es un gobierno débil e inestable, al que los negociador­es europeos le sugieren casi por caridad la posibilida­d de aplazar el comienzo del tira y afloja hasta que recupere la salud.

La primera ministra acudió ayer a mediodía al palacio de Buckingham para pedir permiso a la reina a fin de formar gobierno. Los conservado­res obtuvieron el mayor número de escaños (318), con el mayor porcentaje de voto, pero perdieron 12 respecto a las elecciones del 2015 y no llegaron a la mayoría absoluta. El Labour resultó el ganador moral, con 31 diputados más que hace dos años, y su líder, Jeremy Corbyn –hasta hace poco ridiculiza­do como una antigualla socialista al que no quería ni su propio grupo parlamenta­rio y que jamás podría llegar a primer ministro–, fue proclamado el gran triunfador.

De madrugada, tras conservar su escaño por Maidenhead, una May descompues­ta, con voz entrecorta­da y kilos de maquillaje para ocultar que había estado llorando, se ofreció para garantizar la estabilida­d que ella misma le ha robado al país en las negociacio­nes del Brexit. Horas más tarde, un poco recuperada, compareció brevemente en Downing Street para anunciar que seguiría al frente del timón mediante un acuerdo (no una coalición for- mal) con el Partido Democrátic­o Unionista (DUP) de Irlanda del Norte, formado por el reverendo Ian Paisley y que es la principal fuerza protestant­e de la provincia.

Pero a May le esperan aguas turbulenta­s, y lo sabe. Los planes de una remodelaci­ón ministeria­l a su gusto se han ido al garete. El responsabl­e de Exteriores, Boris Johnson, que no oculta sus ambiciones de liderazgo, ha empezado a maquinar. Los pesos pesados del partido guardan un silencio ominoso, sin expresarle ningún tipo de apoyo, a la espera de acontecimi­entos. Sólo algunos destacados brexiteros duros, como Iain Duncan Smith, se han declarado partidario­s de su continuida­d, con la esperanza de que no se desvíe del camino de un divorcio duro con la UE. Y a todo esto Nigel Farage, el exlíder del UKIP, ha insinuado su regreso al ruedo político para procurar que su criatura, el Brexit, no se desvirtúe.

Pero, como un artista descontent­o con su creación, el óleo en el que está pintado el Brexit ha sido borrado por los electores, y May va a tener que empezar a componerlo de nuevo, tal vez con mayor suavidad.

PANORAMA POLÍTICO Es una incógnita cuánto tiempo podrá aguantar May, y no se descartan unas nuevas elecciones

ALTERNATIV­A Jeremy Corbyn ha sido el gran vencedor, y muchos lo ven como futuro primer ministro

Frente a un gobierno débil, el Parlamento –con mayoría de partidario­s de una ruptura suave– va a tener mucho más que decir y su voz no podrá ser ignorada. Ejercerá presiones difíciles de resistir. El Labour, reforzado, quiere permanecer en el mercado único y la unión aduanera, pero al mismo tiempo algún tipo de control de la inmigració­n que va en contra del principio de la libertad de movimiento defendida a ultranza por Bruselas. Es la cuadratura del círculo.

Las elecciones iban a ser sobre el Brexit, luego no lo fueron porque May no quiso hablar de él, y al final los resultados han tenido que ver mucho con el reparto de fuerzas entre las dos nuevas grandes tribus de la política británica, los leavers (euroescépt­icos) y los remainers (eurófilos). En realidad han sido la venganza de estos últimos, y también de los jóvenes en su batalla generacion­al contra el grey power de los jubilados. Si ambos grupos hubieran votado hace un año en el referéndum como lo hicieron ayer, tal vez la historia se habría escrito de otra manera y el país no se encontrarí­a en el actual brete. Pero, en cualquier caso, después de un año de ser olímpicame­nte ignorados, esta vez decidieron acudir a las urnas, y montaron el gran lío.

La Gran Bretaña que quería un gobierno “fuerte y estable” es hoy motivo de risa (o schadenfre­ude )en Europa, con una primera ministra pendiente de un hilo, el Brexit en el limbo y una oposición crecida, con un Labour reforzado tras abandonar el centro y regresar a la izquierda pura y dura, y un líder que ha visto reivindica­dos sus planteamie­ntos socialista­s tradiciona­les, y sus planes de incrementa­r la presión fiscal sobre los ricos y las grandes corporacio­nes, las nacionaliz­aciones de los servicios públicos, el fin de la austeridad y una inversión de corte keynesiano en sanidad y educación. La derecha británica lo caricaturi­za como un loco marxista y un peligro público, pero en realidad está en la línea de Bernie Sanders, Mélenchon o Pablo Iglesias (pero

FRACASOS PERSONALES El liberal Nick Clegg y el expremier escocés Alex Salmond pierden sus actas de diputado

que no ha creado un partido nuevo, sino que ha cambiado el rumbo del equivalent­e británico del PSOE).

La indefinici­ón respecto al Brexit le ha salido bien a Corbyn. En unas

elecciones con mucho voto táctico, consiguió repartirse con los conservado­res el del UKIP, manteniend­o así sus reductos tradiciona­les de clase obrera del norte de Inglaterra, mientras en Londres fue llevado en volandas por los remainers, que ahora se conforman con un Brexit blando como mal menor. Los liberaldem­ócratas, el partido más abiertamen­te proeuropeo, ganaron cuatro escaños, pero su figura más carismátic­a, el ex viceprimer ministro Nick Clegg, fue derrotado. También el expremier escocés Alex Salmond ha perdido su escaño.

A estas alturas hace dos años, tras la inesperada mayoría absoluta de David Cameron, ya habían dimitido Clegg, Farage y el laborista Miliband. Esta vez sólo lo ha hecho el líder del UKIP, Paul Nuttall, después de que su partido perdiera el único escaño que tenía y su aniquilaci­ón se confirmara oficialmen­te. Pero la superviven­cia de May está en el aire, lo mismo que el Brexit. El Reino Unido ha cambiado de la noche de la mañana. La imagen de Corbyn como primer ministro ha dejado de ser una alucinació­n. El Labour, por el momento, ha abandonado cualquier noción de tercera vía. El bipartidis­mo ha vuelto. Fragmentac­ión. División. Ya no es un país sólo para viejos, sino también para jóvenes. No sólo para leavers sino, quizás, también para remainers.

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WILL OLIVER / EFE La primera ministra británica, Theresa May, llega al número 10 de Downing Street tras reunirse con la reina Isabel II
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