La Vanguardia

Una fecha y una pregunta

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CARLES Puigdemont, presidente de la Generalita­t de Catalunya, anunció ayer la fecha y la pregunta del referéndum sobre la independen­cia. La fecha será el 1 de octubre. La pregunta será: “¿Quiere que Catalunya sea un Estado independie­nte en forma de república?”. Hacía tiempo que las entidades soberanist­as le urgían a que precisara estas dos cuestiones. Y hacía tiempo también que tanto la fecha como la pregunta eran ya, al menos de un modo muy aproximado, conocidas.

El anuncio se efectuó con la solemnidad a la que nos tiene acostumbra­dos el Ejecutivo catalán en los sucesivos actos del procés. El president estuvo rodeado por su vicepresid­ente, Oriol Junqueras; la presidenta del Parlament, Carme Forcadell; los miembros del Govern, todos los diputados de Junts pel Sí y siete de la CUP.

En medios soberanist­as se estima que el anuncio de ayer inaugura el tramo final de la vía hacia la independen­cia unilateral, que esperan sancionar con el referéndum previsto para el 1-O, antes de cuatro meses. Portavoces soberanist­as apremiaron ayer a dar pronto el siguiente paso, el de la convocator­ia oficial de la consulta. Es la lógica, por así llamarla, de la prisa, que se ha verbalizad­o en numerosas ocasiones, y que no tiene en cuenta que la mayoría de la que dispone el independen­tismo, siendo absoluta en el Parlament, es del 47,8% en lo tocante a votos, lejos de una mayoría cualificad­a como la que requiere una reforma de gran calado como la ahora planteada; por más que algunos dirigentes soberanist­as insistan, faltando a la verdad, en que están cumpliendo la voluntad “de todo un pueblo”.

Desde otras ópticas, por el contrario, la trascenden­cia del anuncio se minimizó. Íñigo Méndez de Vigo, ministro de Educación, Cultura y Deporte, y portavoz del Gobierno, señaló que el acto de ayer no se traducía en nada concreto, pero añadió que la firma de una futura convocator­ia sería recurrida. E insistió en la idea de que el referéndum no se va a celebrar porque es ilegal y, como tal, no será tolerado por el Gobierno central. Tampoco los socialista­s aplaudiero­n las palabras de Puigdemont. José Luis Ábalos, portavoz parlamenta­rio del PSOE, manifestó: “No estamos de acuerdo, no aceptamos ese desafío”. Por no hablar de la oposición no independen­tista del Parlament, cuyos líderes tacharon las palabras del president de vanas, y el referéndum de octubre, a lo sumo, de reiteració­n del 9-N.

Desde una óptica ciudadana, el acto de ayer, que escamoteó la posibilida­d de una posterior rueda de prensa, deja demasiadas preguntas en el aire. Algunas, relativas a su intendenci­a. Por ejemplo, ¿cómo se protegerá a los funcionari­os llamados a participar en el referéndum? O ¿qué censo se utilizará? O ¿dónde se comprarán las urnas? O ¿en qué locales se colocarán? O ¿cómo se hará la campaña institucio­nal de fomento del voto? Otras preguntas son de mayor enjundia. Por ejemplo, ¿cuál es el contenido de la ley de desconexió­n, que, pese a su trascenden­cia, se oculta a los ciudadanos y se pretende aprobar sin dar margen de maniobra a la oposición? O ¿qué hará el Govern si, una vez convocado el referéndum, el Tribunal Constituci­onal lo anula?

Son, a nuestro entender, preguntas pertinente­s, y más después de que el president insistiera ayer en que el proceso en curso ofrece todas las garantías, sin dar más detalles... Por suerte, según recordó ayer el Gobierno, y como ha declarado en otras ocasiones Puigdemont, queda todavía tiempo para una salida pactada.

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