Demencia, madre de la ciencia
Alo largo de la vida he leído mil teorías sobre alimentos que “provocan” la homosexualidad, pero pocas tan desconcertantes como la que publicó el diario londinense The Telegraph hace una semana. El periódico entrevistaba a Susan King, una política del Partido Liberal Demócrata que ahora se presentaba como candidata por Telford, en las Midlands. (Supongo que ya debe saber si anteayer consiguió el cargo o no.) Decía la señora King que beber agua del grifo puede hacer que la gente se vuelva homosexual: “Creo que las influencias ambientales están afectando a la reproducción. Toda la polución tiene un efecto en nuestro ADN y nuestra población está cambiando y evolucionando. Hay un montón de hormonas feminizadoras que entran en el medio ambiente y eso tiene que tomarse en consideración. Básicamente, afecta a la sexualidad de la gente. La gente es libre de decidir cómo quiere vivir. Los ftalatos, los productos químicos que se utilizan para hacer plásticos y juguetes para los niños, se ven afectados. Todo lo que entra en el medio ambiente perturba la manera en que la industrialización ha cambiado las condiciones de vida, todo tipo de residuos de hormonas feminizadoras que hay en el agua del grifo, y los fármacos que están afectando al sexo del caldo de pescado...”.
“El sexo del caldo de pescado”. Tal cual. Mira que he tomado caldo de pescado en mi vida y nunca he conseguido verle el sexo.
En el año 2010, en la primera Conferencia Mundial de Pueblos sobre el Cambio Climático y la Madre Terra, el presidente de Bolivia, Evo Morales, explicó que el hecho de que haya homosexuales en el mundo es consecuencia del consumo de pollo criado en grandes explotaciones industriales, que según parece también están cargados con hormonas feminizadoras, como el agua del grifo: “El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen estos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres”. Pero cuidado, que Evo Morales también explicó cuál es el motivo de la calvicie: “La calvicie, que parece normal, es una enfermedad en Europa. Casi todos los europeos son calvos, y eso es por las cosas que comen, mientras que en los pueblos indígenas no hay calvos, porque comemos otras cosas”.
Dejando de lado el hecho de que conozco bastantes europeos que de calvos no tienen ni un pelo (no pun intended), es evidente que con dirigentes políticos capaces de decir estas barbaridades el mundo no puede ir bien. Con respecto al agua del grifo, yo soy un consumidor habitual desde hace décadas. Y no bebo poca. Tres, cuatro litros al día, a veces más. De manera que si lo que dice la política británica Susan King fuera verdad, hace lustros que me pasaría las noches en la Metro Disco o en la Arena Vip, contento como unas pascuas. Y lamentablemente (o no) no es así.
He aquí un refranico la mar de mono: “Agua que no has de beber, déjala correr”