El mundo contra Trump
La provocación de Trump a la comunidad internacional al retirarse, en la práctica, del acuerdo de París sobre el cambio climático ha movilizado a gobiernos y ciudadanos en defensa de la habitabilidad del planeta, que es lo que realmente está en juego en estos momentos. De hecho, ha reforzado el apoyo a las políticas de conservación en países decisivos para este objetivo como son China e India. Incluso Rusia, a pesar de su especial relación con Trump, ha acercado posiciones. Y la Unión Europea, energizada por una Merkel que aparece de nuevo como la única líder, esperando a Macron, ha asumido la dirección de las operaciones. No solamente en la ecología planetaria sino también en las relaciones comerciales y en la defensa de los derechos humanos. El aislacionismo del “America first” ha conllevado una reacción en que el mundo en su conjunto parece haberse despertado de una cómoda dependencia de la hegemonía estadounidense. Países y personas están asumiendo la necesidad de gestionar los problemas de un mundo globalmente interdependiente. Es más, en EE.UU. se ha producido una movilización sin precedentes de los gobiernos municipales (incluidas todas las grandes ciudades) y de los estados (más de 30, incluyendo California, Nueva York e Illinois) que están dispuestos a aplicar los compromisos del acuerdo de París sin contar con el Gobierno federal.
Asimismo, las principales empresas multinacionales, de todos los sectores, y en particular de la electrónica y las comunicaciones, de las finanzas y del automóvil, se han posicionado en contra de la política de Trump. Hasta empresas petroleras han declarado estar dispuestas a seguir con los compromisos ya adquiridos y en los que ya han hecho inversiones a largo plazo. Y es que la transición energética ya comenzó hace un tiempo y hay sectores industriales como el de las energías renovables que están convirtiéndose en motores del crecimiento económico. La defensa de Trump de sectores obsoletos y ecológicamente perjudiciales como el carbón es más un icono populista, con escaso premio en el Colegio Electoral, que un viraje de modelo energético. Si bien es cierto que la apertura de áreas hasta ahora protegidas a su explotación económica sin controles ambientales ha sido bien recibida por la industria energética, su perspectiva a largo plazo ya está fijada en términos de sostenibilidad. En algunos cálculos preliminares se predice que con el mantenimiento de medidas de conservación a nivel local, regional, industrial y residencial, la retirada de EE.UU. del acuerdo de París no se traducirá en cambios esenciales en los niveles de emisión determinantes del calentamiento global. Es decir, la sociedad, la industria y las instituciones subfederales están asumiendo las políticas ecológicas que antes dependían del Gobierno federal. De modo que la paradoja del nacionalismo insolidario de Trump es que está reforzando la responsabilidad conjunta de la comunidad internacional, así como la afirmación de la sociedad estadounidense y de sus instituciones más cercanas de su compromiso con la sostenibilidad.
Algo semejante está ocurriendo en el plano propiamente político. La reunión del G-7 en Taormina fue muy tensa, según testimonio de los presentes, el enfrentamiento con Merkel fue explícito y el intento de seducir a Macron fracasó, habida cuenta de la conciencia de la nueva estrella de la política francesa del repelús que suscita Trump en Francia, con la significativa excepción de las huestes de Le Pen. De modo que en lugar del triunfo de la política aislacionista de Trump estamos asistiendo a su aislamiento gradual de los procesos de decisión mundiales. Esto conduce a una situación nueva, de hecho a un mundo multipolar que supera la fase posguerra fría de unilateralismo de EE.UU., aceptado por el resto. Porque China no está en condiciones económicas, políticas o militares de ejercer un liderazgo global, aunque sí se ha situado como un actor cada vez más importante en la globalización económica, particularmente en América Latina y África meridional. Y Rusia sigue siendo temida y apenas aceptada en su entorno europeo. Sin embargo, los impulsos erráticos de Trump pueden generar tensiones incontroladas en zonas sensibles del planeta. Ha conseguido que China apaciguara a Corea del Norte, a cambio del compromiso discreto de Trump de no atacar primero. Pero en cambio, ha abierto un nuevo frente peligrosísimo en Oriente Medio al azuzar a Arabia Saudí en su enemistad abierta con Irán. El reciente viaje de Trump al reino saudí ha generado una nueva dinámica geopolítica cuyos efectos empiezan a vislumbrarse. A cambio de una gigantesca compra de equipamientos civiles y militares, que aportará enormes sumas a Estados Unidos y generará miles de empleos, los saudíes han recibido un espaldarazo de Trump a su enfrentamiento con Irán. Esta guerra de religión, de suníes contra chiíes, es el conflicto más explosivo de Medio Oriente porque continúa la confrontación secular entre dos legitimidades islámicas, igualmente fundamentalistas.
Trump sigue pensando (inducido por Israel) que Irán es el enemigo más peligroso y que algún día tendrá el arma nuclear. Y que Arabia Saudí es el valladar contra Irán. De ahí el aislamiento súbito por tierra, mar y aire de Qatar, también suní pero que busca la protección de Irán ante la hostilidad saudí. Y, sobre todo, el hecho inédito de lanzar un ataque terrorista del Estado Islámico contra el Parlamento iraní y la tumba de Jomeini, evidenciando la dependencia del califato islámico de sus financiadores saudíes. Exactamente la acusación que hacen contra Qatar para escenificar la confusión.
Y mientras, en Estados Unidos se pone en marcha la maquinaria institucional para limitar el poder arbitrario de Trump. Porque también en ese país surge con fuerza la resistencia contra un nacionalismo radical que desestabiliza el orden internacional, amenazando la paz del mundo y la habitabilidad del planeta. Continuará.
En lugar del triunfo de la política aislacionista del presidente, estamos asistiendo a su aislamiento gradual de los procesos de decisión mundiales