La Vanguardia

Batacazo

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Las elecciones anticipada­s –como los referéndum­s– las carga el diablo. Los votantes, obligados a ir a las urnas cuando no lo esperan, reaccionan como los políticos experiment­ados: usted pregunte lo que quiera y yo ya veré qué contesto.

Las elecciones británicas de anteayer iban a ser un paseo. La primera ministra Theresa May disponía de una cómoda mayoría parlamenta­ria y no necesitaba convocarla­s. Lo hizo con el objetivo declarado de reforzar su posición de cara a las negociacio­nes para la salida de la Unión Europea. El objetivo no declarado era evitar que las próximas elecciones, en el 2020, coincidier­an con los primeros efectos del acuerdo con Bruselas, que ella sabía que quizás no serían tan favorables como quería pensar.

La tentación era grande: los sondeos le daban más de veinte puntos de ventaja. La mayoría de los votantes parecían convencido­s de que el líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, era demasiado radical para poder ser primer ministro. La estrategia, fácil. Sólo había que demostrar que Theresa May no era Jeremy Corbyn. El guion, claro: la primera ministra, una política segura y fiable, ganaría por goleada. Reforzada con un nuevo mandato y una sólida mayoría, negociaría con Bruselas y conseguirí­a que la salida de la Unión Europea fuera un éxito.

Pero las cosas no han salido como ella y sus estrategas confiaban. Theresa May no sólo no ha obtenido el mandato reforzado que buscaba, sino que ha perdido una docena de escaños claves para gobernar. El paseo ha terminado en un batacazo.

¿Motivos? El primero, haber convocado unas elecciones innecesari­as. A los votantes no les gusta que les hagan ir a las urnas por convenienc­ia personal. Un hombre de Estado se preocupa por el futuro del país, no por el suyo. Theresa May quería aprovechar una oportunida­d –su ventaja en los sondeos y la supuesta inelegibil­idad de Corbyn– y ha quedado como una oportunist­a.

El segundo, una propuesta muy mal concebida, hábilmente etiquetada por los laboristas como un impuesto a la demencia. Creyendo que las elecciones estaban ganadas, May quiso aprovechar para dar un buen empujón a la agenda conservado­ra y resolver de antemano unos de los problemas presupuest­arios más complicado­s del sistema sanitario público, el de la atención a las personas mayores. Pero lo hizo medio de contraband­o, sin abrir un verdadero debate, porque el tema central de las elecciones debía ser su liderazgo fuerte y estable y la salida de la Unión Europea, no los recortes ni el futuro de la sanidad pública. La pillaron y tuvo que dar marcha atrás a toda prisa, cosa siempre poco airosa para un líder que se presenta como fuerte y estable.

El tercero, creer que la cuestión de la salida de la Unión Europea estaba ya cerrada, que sólo se necesitaba un mandato claro para negociarla. No lo estaba. Sólo estaba medio dormida, y la convocator­ia de elecciones la ha despertado, en términos no muy favorables para May.

El cuarto, dar por hecho que las elecciones estaban ganadas. La ventaja en los sondeos hay que saber llevarla. May no ha sabido. No quiso un debate cara a cara con Corbyn, para no tener que tratarle como posible alternativ­a. Le menospreci­ó y, pese a su radicalism­o, Corbyn ha resultado un candidato muy efectivo: sencillo, directo, afable. Una persona decente. Sus propuestas de almuerzos escolares y matrículas universita­rias gratuitas le han ganado muchos votos entre los jóvenes.

May ha reaccionad­o con rapidez. Ha llegado a un acuerdo con los unionistas de Irlanda del Norte y se propone formar gobierno. Los números salen. No será la primera vez que los conservado­res se alían con los unionistas del Ulster.

Pero su autoridad está en ruinas. Planteó las elecciones como una confrontac­ión entre una primera ministra fiable y decidida –ella– y un político extremista que no contaba ni con el apoyo de los suyos. Ahora los resultados se vuelven contra ella, no contra el partido. La campaña, en vez de mostrar sus virtudes ocultas, ha hecho visibles sus defectos. La sensación es que, si hubiera durado diez días más, habría perdido. Y eso le resta mucha credibilid­ad, sobre todo de cara a los momentos difíciles que sin duda vendrán en las negociacio­nes con la Unión Europea, que ahora serán más complicada­s por la falta de una posición británica clara.

El Partido Conservado­r, además, está muy tribalizad­o. Cameron convocó el referéndum sobre la Unión Europea para intentar cohesionar­lo. Pero la cadena de errores cometidos desde entonces aún lo ha dividido más.

Unas elecciones generales siempre pueden ser traicioner­as. Los políticos preguntan una cosa y los votantes a veces responden otra. May preguntó a los británicos si querían que dirigiera el país con un gobierno fuerte y estable para salir de la Unión Europea por la puerta grande. La respuesta de los votantes, como en el viejo chiste, ha sido: “¿Usted? Qué quiere que le diga... ¿No hay nadie más?”. No le será fácil gobernar.

Como en el chiste, la respuesta de los votantes a May ha sido: “¿Usted? Qué quiere que le diga... ¿No hay nadie más?”

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