La pata de conejo
Cuando un charlatán se hace famoso, escribe un libro. Si le sale bien y vende ejemplares, entonces abre un blog o una página web, o las dos cosas al mismo tiempo. A veces el orden de los acontecimientos no altera el producto. Es decir, primero abre un blog, luego una página web y después escribe un libro. Si juega bien sus cartas, entra en la rueda de la fortuna. Su suerte está echada. Así, un día le llaman de una radio, otro de otra, de una tele, de otra. ¿Que la audiencia responde? Pues dale, dale, como en la canción. Y de ahí a conferenciante, a montar congresos y a triunfar, que la vida (sobre todo la de los demás, qué gran cinismo) son dos días. La desvergüenza avanza a la luz del día como las olas de un mar de heces.
Esta banda de fantoches abunda desde hace años, pero ahora, sea por las redes sociales, por la inconsciencia de algunos medios de comunicación o por la inacción de quien nos gobierna, pescan en el río revuelto de los antivacunas y de la paranoia por lo natural. No son más que malas copias de los viejos chamanes. Si aquellos embaucaban con patas de conejo, estos lo hacen con té, agua marina, orina o con algún tratamiento mágico que no pasaría el cedazo de ningún ensayo clínico con un mínimo rigor.
Todas las pseudoterapias esquilman y engañan. Algunas incluso matan. Nada hay más peligroso que prometer milagros en forma de pastilla o brebaje. No tanto por que se acaben demostrando sustancias venenosas, sino porque incitan a los enfermos a rechazar terapias de probada eficacia terapéutica.
Es necesario que nos interroguemos sobre por qué, desgraciadamente, la ignorancia parece estar templada en ese acero toledano de la tizona del Cid Campeador. Indestructible es la ignorancia, sí, y también ciega porque nos hace vivir en la peor de las oscuridades, aunque este sería otro debate.
Privar a los pacientes de las opciones de curación que la medicina les ofrece constituye una forma de violencia atroz, por más que se ejerza disfrazada con ropajes científicos y bajo el hábil manejo de la nomenclatura médica. Esta clase de violencia criminal no está incluida en ninguna ley de Seguridad Ciudadana, debería, pero hace mucho daño. “Lo importante es estar bien con uno mismo. Sólo mueren los gilipollas”, ha llegado a decir uno de estos genios sobrenaturales de cuyo nombre prefiero no acordarme.
Hay que acabar con todo esto y devolver a alguno de estos fantasmas su condición natural: sin sábana que les cubra, queda en entredicho su engaño, y lo que antes parecían virtudes se antojan manifestaciones de un severo trastorno mental. Una forma optimista de abordar el asunto es pensar que la denuncia de la Organización Médica Colegial contra más de 150 páginas web de pseudoterapias va a llegar a buen puerto. Los médicos llevan demasiado tiempo poniéndose de perfil ante un problema que ha dado la cara y tiene nombre y apellidos.
Las pseudoterapias pescan en el río revuelto de los antivacunas y de la paranoia por lo natural