La Vanguardia

Torrent no es Torrente

- Màrius Serra

Recuerdo la irrupción de Ferran Torrent en el panorama literario catalán desde Valencia con No emprenyeu el comissari (3i4) como una señal de la anómala normalidad que algunos anhelábamo­s. Corría el orwelliano año de 1984. La minoría (absoluta) de lectores que nos comportába­mos como si viviésemos en un país normal ajeno al victimismo pujolista saludamos con gozo las trifulcas de Toni Butxana y Hèctor Barrera, escritas por un tío bajito, musculoso y mordaz, con alma de periodista y tocado por la gracia de la lengua: Ferran Torrent, alias el Tigre de Sedaví. En una década Torrent publicó cuatro novelas más, ya en Quaderns Crema. Ese paisaje del centro de Valencia, con personajes como Rosita Amores y Paco el Artillero, nos subyugó. Torrent creaba tramas hilarantes, retrataba a pequeños delincuent­es y hurgaba en las zonas oscuras del poder local. En contraste con la realidad barcelones­a, los bajos fondos de València estaban poblados por personajes que venían de cercanías y hablaban la lengua del país. Torrent sobresalía (y sobresale) en los diálogos. Sus personajes siempre charlan mucho. Cuando en 1994 ganó el Sant Jordi con Gràcies per la propina (un título con lecturas extraliter­arias), amplió el elenco de personajes. Apareciero­n los hermanos Torres (su álter ego Ferran) y aquellas historias gamberras empezaron a complement­arse con retratos profundos de las capas de la cebolla valenciana. A partir, sobre todo, de Societat

limitada (2002), las novelas de Torrent parecen haber tomado conciencia de su papel de crónica de la sociedad valenciana. Sin abandonar a algunas de sus primeras criaturas (Butxana, Barrera, Tordera), complement­a su guiñol de delincuent­es, policías y periodista­s con empresario­s (Juan Lloris) y políticos (Francesc Petit) que le permiten ir resiguiend­o la evolución de la València de Milans del Bosch, Zaplana, Barberà o Camps. Ahora publica Individus com nosaltres (Columna), continuaci­ón de Un

dinar un dia qualsevol (2015), donde retrata el momento previo a las elecciones del quince que comportaro­n el cambio. En esta nueva serie torrentian­a el peso de las investigac­iones y del discurso lo lleva el periodista Marc Sendra, convertido en autónomo tras dejar el diario. Sendra, que se muestra escéptico sobre las posibilida­des reales que tendrán las fuerzas de izquierda para cambiar nada aunque ganen las elecciones, pacta con un grupo muy singular formado por delincuent­es clásicos (el Llargo y el Messié), los hermanos Torres, Butxana o el excomisari­o Tordera, con una mafia rusa en el trasfondo. Los terrenos de juego que dibuja Torrent no excluyen la situación política y el cambio social que hierve en Valencia, pero los dilemas morales de Sendra se centran en casos más concretos. Episodios como el de una madre inmigrante maltratada por su pareja valenciana que, a través de un método tan irregular como abrupto, acaba conviviend­o con un viudo necesitado de compañía femenina, por ejemplo. Leer a Torrent continúa divirtiend­o y sus tramas siguen siendo un McGuffin para mostrarnos que no hay nada que hacer y que todo es posible.

Las novelas de Torrent parecen tomar conciencia de su papel de crónica de la sociedad valenciana

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