El traje nuevo del emperador
En los años noventa del final de siglo, Occidente vivió una muy profunda reformulación del valor intrínseco de las imágenes. Se puso en duda su capacidad de decir la verdad. La década empezó con la guerra del Golfo, con los informativos de la CNN en directo desde el frente y aquellas imágenes de videojuego que captaban las cámaras instaladas en los bombarderos americanos. La revolución digital llegaba al cine y a la televisión.
Enseguida apareció el JFK de Oliver Stone, en el que la verdad del magnicidio se descubría y confundía a través de la manipulación de las imágenes y, en nada, el movimiento Dogma 95, de Lars von Trier, que a pesar de celebrar el advenimiento del digital, lo hacía con el compromiso de evitar los efectos especiales y la artificialidad a que invitaba la nueva tecnología.
Pensaba en ello viendo OJ: Made in America (2016), la espléndida serie documental que nos relata el auge y la caída del actor y estrella del fútbol americano OJ Simpson. Acusado de asesinar a sangre fría a su expareja y un amigo la noche del 12 de junio de 1994, la producción nos acompaña a lo largo del juicio más publicitado de la historia. El ambiente en que se produjo tenía como antecedente inmediato y principal los disturbios de Los Ángeles de la primavera de 1992. Más allá de nuestros Juegos Olímpicos y de la primera Copa de Europa del Barça, también es ahora que celebramos el trigésimo aniversario de aquellos acontecimientos de alcance mundial. El estallido de violencia en las calles había empezado con la absolución de los policías a quienes, en unas imágenes captadas por un videoaficionado desde el balcón de casa, todo el mundo había visto apaleando encarnizadamente al taxista Rodney King. Nadie podía entender que no
Más allá de verlos en pelotas, todavía tardamos demasiado en mandar a paseo a nuestros gobernantes
fuera suficiente con aquellas imágenes para condenar a los agresores. Después de los Juegos, aquí en Barcelona, Manel Huerga puso en marcha BTV, enviando reporteros con pequeñas cámaras digitales de vídeo por las calles de la ciudad. Yo era uno de ellos. Y recuerdo que teníamos la idea de que los medios de producción audiovisual y, por lo tanto, la mirada sobre la realidad, dejaría de ser uniforme y unívoca, dejaría de estar sólo en manos de cuatro poderosos y se despabilaría entre la ciudadanía más o menos comprometida. Aquella idea o espejismo posiblemente se haya visto superado por Wikileaks, que tiene bastante con acceder a sus datos para demostrar que el emperador va desnudo. Es verdad que se han encontrado más maneras y mejores de poner en evidencia el mal ejercicio del poder. Pero cuando uno hace recuento de la ingente acumulación de argumentos contra nuestros gobernantes –Bárcenas, Millet o el precio de Neymar, tanto da– uno se da cuenta de que, más allá de verlos en pelotas, aún tardamos demasiado en mandarlos a paseo.