La Vanguardia

“Es curiosa la picaresca latina”

Michael Robinson da vueltas a su pasado y su presente en ‘Es lo que hay...’

- Sergio Heredia

Cada mañana, Michael Robinson desayuna en un bar de la carretera de Burgos. Pide lo mismo: café con leche y churros. La operación, por más que parezca habitual, está cuidadosam­ente programada. “Debo levantarme a las ocho porque si voy un poco después, ya no es lo mismo”.

Jesús Ruiz Mantilla. “Es lo que hay...”

Jesús Ruiz Mantilla y Michael Robinson se miran. De un vistazo, se entienden. Sonríen, cómplices. Jesús Ruiz Mantilla, que es periodista en

El País, ha escrito el libro de Robinson. Una biografía sui generis. Un pelín caprichosa y voluntaria­mente desordenad­a. El libro va y viene. Del Liverpool al Osasuna, pasando por los hijos y la mujer de Robinson, el fucking Brexit, los churros y la televisión.

Es lo que hay... (Aguilar), se titula la criatura. El libro. –Es lo que hay –me dice Robinson. Hay una cerveza y un bol de patatas fritas sobre la mesa. Estamos en la cafetería del NH Hesperia Presidente, en Barcelona. Y unos tipos reparando visillos nos observan, curiosos: han reconocido al personaje.

Llevamos años viendo a Robinson en la televisión. El día después. Informe Robinson. Caos Fútbol Club...

–¿Es lo que hay? –insisto. –Es una frase híbrida. Vale para todo. A través de ella, vengo a decir: voy a hacer un libro y voy a hablar de lo que pienso. Es lo que hay.

Me vuelvo hacia Ruiz Mantilla. Me guiña un ojo. Le entiendo. Parir a la criatura ha tenido sus servidumbr­es.

–¿A qué viene este libro? –le pregunto a Ruiz Mantilla.

–Un día, Michael me llama y me dice: ‘Llevo treinta años en España y quiero hacer un libro. ¿Me ayudas?’. –¿Y usted? –¿Yo...? Encantado. Este hombre es un maestro del cuento. Y la cosa fue muy fácil. Bastó con quedar en algunos de los mejores restaurant­es de Madrid. Y dejar que todo fluyera. Lo difícil fue encajarlo...

Robinson acaba el sorbo y vuelve en sí. Dice:

–¿Ha leído el epílogo? Ahí me pregunto: ‘¿Quién soy?’. –¿Y quién es usted? –No tengo ni idea. Pero sí sé algo. No me gustaría ser el médico de un equipo de fútbol. Se parte de risa. Le exijo una explicació­n. –El médico de un club tiene un enorme conflicto entre su juramento hipocrátic­o y el interés del equipo. El deporte profesiona­l no es salud. Es un proceso que destroza tu cuerpo, seas futbolista o pelotari. Y eso, sin hablar de la gimnasia rítmica. O de la natación. ¿Se imagina, tantos largos y sin poder hablar con nadie...?

Robinson fue futbolista. Ocurrió en los setenta y los ochenta. Un futbolista raro. Leía periódicos que se doblaban por la mitad. Era un nueve de los buenos. Cabeceaba una roca. Fue internacio­nal británico. Ganó una Copa de Europa con el Liverpool. Se hizo polvo una rodilla en el Osasuna. Lleva una prótesis. –Ahora, golf y dominó –dice. Otro sorbo a la cerveza. Quiero volver al juramento hipocrátic­o. Robinson lo cuenta en el libro. Él y el Osasuna acabaron mal.

Cuando jugaba en Pamplona, Robinson se rompió la rodilla. Pasó por el quirófano. Los médicos le hicieron volver al campo antes de tiempo. Duró 19 minutos. Ahí se acabó todo. Ahí se encabronó con los médicos. Y también con el Osasuna.

Se llevó algunos desaires. El club le negó el saludo. Lo mismo le hicieron a su hijo, años después.

–¿Por qué? Aún no lo sé. Ni lo entiendo. Fui muy querido por los aficionado­s pamplonica­s. Nadie me lo ha contado.

–Aun así, usted adora este país. Y nuestro fútbol, un mundo de tramposos –le digo.

–Aquí, el futbolista es tramposo. Es cierto. Es curioso cómo le gusta la picaresca al latino. Los españoles son capaces de entender a los argentinos. Estos conmemoran la mano de Dios, en vez de recordar el gol más bello nunca visto sobre algo verde: aquel golazo de Maradona a los ingleses... Los argentinos prefieren conmemorar una trampa. Valoran más eso que una obra maestra. Es una asignatura que aún no he aprendido. Menos mal que hay gente para todo. –Insisto: la trampa... –El fútbol español se basa en la artesanía. Durante muchos años, el fútbol había sido considerad­o un gesto atlético. Yo, por ejemplo, fui un atleta que se había comprado unas botas. Éramos atletas nobles, con pundonor. El fútbol español es más artesanal. España devolvió el balón al fútbol. –¿Tanto ha hecho? –En mi época se decía: ‘Jamie juega muy bien, pero es pequeño’. Y Jamie se hubiera dedicado a la arquitectu­ra. Hoy nadie dice que Jamie es pequeño para el fútbol. Hace años, el podio del Balón de Oro lo ocuparon Messi, Xavi e Iniesta. Tres llaveros. En mi idea nunca hubieran sido futbolista­s.

Reviso el libro. Me detengo en una anécdota. Cuando llegó a Pamplona, Robinson creyó que la ciudad se llamaba Osasuna.

–¿Cómo se paraba usted en una ciudad cuyo nombre ignoraba?

–Aún me lo pregunto yo. Era la peor oferta económica. Pero era romántico...

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CÉSAR RANGEL Michel Robinson posa para La Vanguardia en un hotel de Barcelona
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