La Vanguardia

La vida es un sarcasmo

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La lírica siempre se aprovecha del muerto. “Dios mío. Qué solos se quedan los muertos”. Eso escribió Bécquer en una de sus rimas nocturnas con cirios encendidos y ataúd. Han pasado los años y los muertos se siguen quedando solos o eso es lo que parece, pero los vivos cada vez les alborotamo­s más la paz. En periodismo, la muerte de alguien famoso suele ser a menudo un recurso. O la inesperada solución a la angustiosa falta de tema. Y, desde luego, puede ser una oportunida­d para mostrar esa vena lírica que a todos nos recorre y que, desde la existencia de Twitter, se ha convertido en pandemia. Pandemia liderada por muchos políticos. Por ejemplo, el socialista Pedro Sánchez diciéndole al escritor Juan Goytisolo, fallecido hace unos días, que “La luz brota del subsuelo cuando menos se la espera. Buen viaje, Juan Goytisolo”. Tuit que este hombre, Sánchez, momentánea­mente resucitado, parece dedicarse más a sí mismo que al ilustre finado de Marrakech. Si hoy yo también me apunto al muerto no es por falta de tema sino porque del “un escritor sin mandato” y, a su manera, un pájaro solitario. Y no. Su final en Marrakech, se supone que rodeado de su compañero y la mujer de este, sus tres hijos y la viuda del hermano de su compañero, es decir, su tribu, parece un sarcasmo. Como sarcasmo es, también, que el hombre libre que quería ser incinerado haya acabado enterrado y rodeado de tumbas de militares españoles en el cementerio español de Larache porque en Marruecos la incineraci­ón de cadáveres está prohibida por motivos religiosos. Pero la única religión a la que Goytisolo acusaba de manipular e instrument­alizar era la católica. Y, sin embargo, hay que reconocer que pocos intelectua­les se han sincerado tanto como él. No todos tienen el valor de confesar que si celebró, en sus inicios, la revolución castrista, no fue por los marxismos y sus barbas cubanas sino simplement­e porque tenía la necesidad vital de asirse a algo. Circunstan­cia muy habitual que muchos disfrazan de ideología. Y admitió que su esposa, Monique Lange, tenía razón al definir como “margen de perversida­d” el hecho de que él, intelectua­l y homosexual, sólo

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