La Vanguardia

Política del deshielo

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La muerte no deja ningún resto de colchón. Fractura la línea del tiempo y nos invade con su frío polar. “El hielo calma el dolor de los golpes, pero si uno congela demasiado tiempo una herida, el resultado puede ser perjudicia­l”, escribe

Alicia Kopf en su magnífico Germà de gel (L’Altra Editorial). El duelo es un estado mental que hay que atravesar necesariam­ente para cauterizar la rabia de la pérdida. Recuerdo a esos dos hombres demasiado jóvenes para morir que se aislaron siempre del hielo y recubriero­n su vida de un calor que regeneraba aquello que tocaban.

Conocí a Carles Capdevila en Nueva York, donde vivía con la también periodista Eva Piquer: teníamos veinte años y éramos proclives a los descubrimi­entos constantes. Se convirtió en un periodista testarudo, valiente y divertido, y cosió sus programas y sus columnas con retales de vida cotidiana, la que tan a menudo se ignora en el discurso público. En las redaccione­s de Madrid su fallecimie­nto, 51 años, ha impactado y dolido, acompañada­s de sus palabras de despedida a su equipo cuando le anunciaron un cáncer: “Todos los directores tenemos finales bruscos. Si no te echa un cáncer, lo hace un amo, o un banco, o una combinació­n de estas cosas”.

David Delfín, 46, el cráneo cosido con grapas, murió hace una semana. Con él se va una época: quien hubiera predicho un destino tan corto a aquel chaval de Málaga que cortaba patrones a las faldas de su madre y que revolucion­ó la pasarela madrileña con su homenaje a Magritte, que se interpretó como un alegato al burka porque ya se le empezó a exigir a cualquier expresión artística que fuese “ejemplariz­ante”.

David Delfín se aferró a aquella máxima de Shakespear­e: “Nunca hay pecado en seguir la propia vocación”. El duelo ahueca el pecho.

Regenerar pieles muertas, o, mejor dicho, enfrentar el divorcio entre política y ciudadanía. Así subtitula su libro Juego de Escaños (Península) la periodista

María Rey, que invitó a que se lo presentara­n las dos Ana Pastor, la política y la periodista, resumiendo la convivenci­a diaria entre ambos colectivos, que aborda con costumbris­mo y crítica. A Rey no le falló nadie: Meritxell Batet, Antonio Hernando, Margarita Robles, Torres Mora, Rafael Hernando, Pablo Casado, Miguel Gutiérrez de Ciudadanos (Errejón había confirmado pero no llegó) y su marido Manuel Campo-Vidal, ejerciendo de consorte. Las dos Pastor abordaron una cuestión central: ¿qué se está haciendo mal? “La política es la vida, todo pasa por ella”, sentenció la autora. En la sala Ernest Lluch, donde se celebró el acto, me encontré con la periodista Montse Oliva, con quien coincidí, codo a codo, en las mesas de becarias de los periódicos leridanos. “María es un ejemplo a seguir: ha abierto paso a las que hemos llegado después. Siempre ha sido un referente, no sólo por su profesiona­lidad, también por su carácter acogedor. Su cabina era como el gran bazar: podías salir con el teléfono de un contacto, un remedio para el resfriado del niño o una galleta”, me cuenta Montse. El libro hace la autopsia del “no nos representa­n” con es- peranza: a punto de celebrarse el cuarenta aniversari­o de las primeras elecciones posdictadu­ra asola España cierta sensación de fracaso, pero Rey ilustra cómo la democracia representa­tiva es la mejor fórmula de convivenci­a. Las dos Anas quedan a comer, después del acto; me cuentan que a menudo reciben mensajes equivocado­s: a la política le llegaron condolenci­as cuando la periodista fue despedida de TVE.

Sagaces, sutiles, detallista­s, así debían de ser los cronistas parlamenta­rios

según Wenceslao Fernández Flores, cuyas Acotacione­s de un oyente para Abc destacan entre las mejores páginas del periodismo político. Fue admirador y discípulo de Azorín ,de quien alababa su prosa: “De tan cuidada delicadez que el contraste con la garrulería de las sesiones la hacía parecer a veces como una pequeña y bien trabajada joya sobre una tela burda”. La presidenta del Congreso, recordó la vez en que Luis Carandell, otro gran relator parlamenta­rio, abrió un telediario con un soneto de Lope de Vega y algunos garrulos exclamaron: “¿Quién es el tal López?”. El pasillo del Congreso, según Rey, es un mercadillo de titulares donde “unos y otros compramos y vendemos informació­n”. Un arte que algunos afrontan con maestría y otros con torpeza, mientras la política y la prensa aguardan algún tipo de deshielo.

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DANI DUCH

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