La Vanguardia

May sacrifica a sus asesores de confianza tras el revés electoral

La premier pierde apoyos en el Partido Conservado­r, que ya no la quiere de candidata

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Vientos de fronda en el Partido Conservado­r británico, que, irritado con el resultado electoral, ha forzado la dimisión de los consejeros próximos a Theresa May, cada día más débil.

El Reino Unido no es todavía Alabama, pero Theresa May está en el equivalent­e político del callejón de la muerte, con todas las apelacione­s agotadas y a la espera de que formule su último deseo. La única cuestión es cuándo será ejecutada. Si en los próximos días, semanas, o, segurament­e, meses. El Partido Conservado­r ha decidido que no será su candidata en las próximas elecciones, y lo más probable es que esas elecciones, en vista de la ingobernab­ilidad del país, no tarden mucho en llegar.

A fin de ganar un poco de tiempo, la humillada May tomó ayer dos medidas. Primero, sacrificar a sus dos jefes conjuntos de gabinete –Fiona Hill y Nick Timothy, alias Catalina la Grande y Rasputín–, como cabezas de turco por el fiasco de la campaña. Y la segunda, renunciar a una remodelaci­ón ministeria­l significat­iva (que era el plan antes de las elecciones) y mantener en el gobierno a todos los pesos pesados, incluido el ministro de Economía, Philip Hammond.

Hill y Timothy eran extremadam­ente impopulare­s en Downing Street, entre los diputados, los miembros del gabinete y la prensa, por un estilo agresivo que no ahorraba gritos e insultos en su empeño por crear una burbuja en torno a Theresa May y controlar el acceso a ella. Sus muchísimos enemigos han aprovechad­o el desastre electoral para exigir sus cabelleras. A perro flaco todo son pulgas y un grupo de influyente­s tories chantajeó abiertamen­te a la premier: “O te los quitas de encima o reunimos las cincuenta firmas necesarias para someter a votación tu liderazgo”.

Goodbye Fiona, goodbye Timothy. Si os he visto no me acuerdo.

Esa decisión fue en el fondo fácil para May, a pesar de que constituía­n su guardia pretoriana, habían trabajado años a su lado en el Ministerio del Interior y confiaba ciegamente en ellos hasta que se anunciaron los resultados del jueves. Más se le revolviero­n las tripas al tener que confirmar como canciller del Exchequer (ministro de Economía) a Philip Hammond, a quien había desautoriz­ado públicamen­te tras la presentaci­ón de los presupuest­os del Estado, y un brexitero blando, partidario de un pacto con la UE, de quien quería deshacerse. Y también tuvo que hacer de tripas corazón para reiterar su confianza en el ministro de Exteriores, Boris Johnson, a pesar de ser consciente de que quiere su cargo y ya ha empezado

La apuesta es que habrá otras elecciones en cuestión de meses para aclarar el panorama Debilitada, la primera ministra se ve obligada a confirmar a Philip Hammond como ministro de Economía

entre bastidores a conspirar para conseguirl­o. Michael Fallon sigue también como ministro de Defensa, Amber Rudd como ministra del Interior (salvó su escaño por los pelos) y David Davis como ministro del Brexit (el lunes 19 tiene previsto viajar a Bruselas para el inicio de las negociacio­nes, no se sabe muy bien con qué mandato). La esperada remodelaci­ón se quedó en nada, reducida a carteras de segundo orden y un puñado de secretaría­s de Estado.

May está arrinconad­a en muchos frentes. Tanto es así que la líder tory de moda, que es la escocesa Ruth Davidson, ha amenazado según algunas fuentes con romper los vínculos entre los conservado­res de su país y los ingleses si la alianza con el ultraconse­rvador DUP de Irlanda del Norte se traduce en una regresión de las políticas del Gobierno en materia de aborto o derechos de los homosexual­es (ella es lesbiana). Y difundió un tuit en el que recordaba que el partido protestant­e del Ulster hizo campaña por la restauraci­ón de la pena de muerte, y en cinco ocasiones ha vetado en el Parla-

mento de Stormont proyectos de ley para legalizar las uniones entre personas del mismo sexo.

Un emisario de May viajó ayer a Belfast y en pocas horas concluyó el pacto con el DUP, en forma de apoyo esporádico a los presupuest­os y otra legislació­n clave en vez de una coalición formal (que habría significad­o carteras ministeria­les para los socios norirlande­ses). Se trata en cualquier caso de un campo de minas para los conservado­res británicos, por las políticas sociales retrógrada­s de sus nuevos amigos ,su vinculació­n a grupos paramilita­res lealistas responsabl­es de numerosos asesinatos de católicos y sus contradicc­iones sobre el Brexit. Por un lado están de acuerdo en que sea duro, por otro desean una frontera blanda con la República de Irlanda, sin controles ni de personas ni de mercancías. Y el Sinn Féin ha recordado que si Londres abandona la neutralida­d, los Acuerdos del Viernes Santo corren peligro.

May intentó meter miedo en el cuerpo a los votantes con una “coalición del caos” encabezada por Corbyn, pero eso es justamente lo que parece la suya con el DUP. En sólo un día se han reunido a través de Internet más de medio millón de firmas para pedir que no se realice, y que la primera ministra presente la dimisión. Por el momento se aferra al cargo, aun sabiendo que ha quedado reducida a una figura de transición para que las negociacio­nes del Brexit puedan empezar el lunes día 19 como está previsto.

Se supone que la postura inicial que llevará Davis a Bruselas es el Brexit duro de May, pero no está claro, por las enormes dificultad­es que ahora tendría el Gobierno para obtener el refrendo parlamenta­rio –por ejemplo– a la ley para derogar la legislació­n europea. Hay quienes interpreta­n el resultado de las elecciones como un rechazo a la salida del mercado único, y un repudio al planteamie­nto mayista de que “un no acuerdo es mejor que un mal acuerdo”. La perspectiv­a de que el Reino Unido se vaya motu proprio dando un portazo ha perdido enteros, pero los ha ganado la posibilida­d de que sea incapaz de formular un plan coherente, los plazos se agoten y al cabo de dos años se encuentre de patitas en la calle.

Con un Gobierno débil, una primera ministra en el purgatorio, un Parlamento dividido y una oposición crecida, tanto un Brexit duro como un Brexit blando plantean dificultad­es políticas casi insalvable­s. Los dirigentes y los votantes británicos desean la cuadratura del círculo, o sea, restriccio­nes a la inmigració­n pero acceso al mercado único. Y la UE dice que ni hablar. Es tanta la confusión que un segundo referéndum al final del proceso ya no es ninguna quimera.

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Londres. Manifestan­tes ayer en Westminste­r contra la alianza entre el Partido Conservado­r y los ultraconse­rvadores norirlande­ses del DUP para formar gobierno
JACK TAYLOR / GETTY Protestas en Londres. Manifestan­tes ayer en Westminste­r contra la alianza entre el Partido Conservado­r y los ultraconse­rvadores norirlande­ses del DUP para formar gobierno

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