May sacrifica a sus asesores de confianza tras el revés electoral
La premier pierde apoyos en el Partido Conservador, que ya no la quiere de candidata
Vientos de fronda en el Partido Conservador británico, que, irritado con el resultado electoral, ha forzado la dimisión de los consejeros próximos a Theresa May, cada día más débil.
El Reino Unido no es todavía Alabama, pero Theresa May está en el equivalente político del callejón de la muerte, con todas las apelaciones agotadas y a la espera de que formule su último deseo. La única cuestión es cuándo será ejecutada. Si en los próximos días, semanas, o, seguramente, meses. El Partido Conservador ha decidido que no será su candidata en las próximas elecciones, y lo más probable es que esas elecciones, en vista de la ingobernabilidad del país, no tarden mucho en llegar.
A fin de ganar un poco de tiempo, la humillada May tomó ayer dos medidas. Primero, sacrificar a sus dos jefes conjuntos de gabinete –Fiona Hill y Nick Timothy, alias Catalina la Grande y Rasputín–, como cabezas de turco por el fiasco de la campaña. Y la segunda, renunciar a una remodelación ministerial significativa (que era el plan antes de las elecciones) y mantener en el gobierno a todos los pesos pesados, incluido el ministro de Economía, Philip Hammond.
Hill y Timothy eran extremadamente impopulares en Downing Street, entre los diputados, los miembros del gabinete y la prensa, por un estilo agresivo que no ahorraba gritos e insultos en su empeño por crear una burbuja en torno a Theresa May y controlar el acceso a ella. Sus muchísimos enemigos han aprovechado el desastre electoral para exigir sus cabelleras. A perro flaco todo son pulgas y un grupo de influyentes tories chantajeó abiertamente a la premier: “O te los quitas de encima o reunimos las cincuenta firmas necesarias para someter a votación tu liderazgo”.
Goodbye Fiona, goodbye Timothy. Si os he visto no me acuerdo.
Esa decisión fue en el fondo fácil para May, a pesar de que constituían su guardia pretoriana, habían trabajado años a su lado en el Ministerio del Interior y confiaba ciegamente en ellos hasta que se anunciaron los resultados del jueves. Más se le revolvieron las tripas al tener que confirmar como canciller del Exchequer (ministro de Economía) a Philip Hammond, a quien había desautorizado públicamente tras la presentación de los presupuestos del Estado, y un brexitero blando, partidario de un pacto con la UE, de quien quería deshacerse. Y también tuvo que hacer de tripas corazón para reiterar su confianza en el ministro de Exteriores, Boris Johnson, a pesar de ser consciente de que quiere su cargo y ya ha empezado
La apuesta es que habrá otras elecciones en cuestión de meses para aclarar el panorama Debilitada, la primera ministra se ve obligada a confirmar a Philip Hammond como ministro de Economía
entre bastidores a conspirar para conseguirlo. Michael Fallon sigue también como ministro de Defensa, Amber Rudd como ministra del Interior (salvó su escaño por los pelos) y David Davis como ministro del Brexit (el lunes 19 tiene previsto viajar a Bruselas para el inicio de las negociaciones, no se sabe muy bien con qué mandato). La esperada remodelación se quedó en nada, reducida a carteras de segundo orden y un puñado de secretarías de Estado.
May está arrinconada en muchos frentes. Tanto es así que la líder tory de moda, que es la escocesa Ruth Davidson, ha amenazado según algunas fuentes con romper los vínculos entre los conservadores de su país y los ingleses si la alianza con el ultraconservador DUP de Irlanda del Norte se traduce en una regresión de las políticas del Gobierno en materia de aborto o derechos de los homosexuales (ella es lesbiana). Y difundió un tuit en el que recordaba que el partido protestante del Ulster hizo campaña por la restauración de la pena de muerte, y en cinco ocasiones ha vetado en el Parla-
mento de Stormont proyectos de ley para legalizar las uniones entre personas del mismo sexo.
Un emisario de May viajó ayer a Belfast y en pocas horas concluyó el pacto con el DUP, en forma de apoyo esporádico a los presupuestos y otra legislación clave en vez de una coalición formal (que habría significado carteras ministeriales para los socios norirlandeses). Se trata en cualquier caso de un campo de minas para los conservadores británicos, por las políticas sociales retrógradas de sus nuevos amigos ,su vinculación a grupos paramilitares lealistas responsables de numerosos asesinatos de católicos y sus contradicciones sobre el Brexit. Por un lado están de acuerdo en que sea duro, por otro desean una frontera blanda con la República de Irlanda, sin controles ni de personas ni de mercancías. Y el Sinn Féin ha recordado que si Londres abandona la neutralidad, los Acuerdos del Viernes Santo corren peligro.
May intentó meter miedo en el cuerpo a los votantes con una “coalición del caos” encabezada por Corbyn, pero eso es justamente lo que parece la suya con el DUP. En sólo un día se han reunido a través de Internet más de medio millón de firmas para pedir que no se realice, y que la primera ministra presente la dimisión. Por el momento se aferra al cargo, aun sabiendo que ha quedado reducida a una figura de transición para que las negociaciones del Brexit puedan empezar el lunes día 19 como está previsto.
Se supone que la postura inicial que llevará Davis a Bruselas es el Brexit duro de May, pero no está claro, por las enormes dificultades que ahora tendría el Gobierno para obtener el refrendo parlamentario –por ejemplo– a la ley para derogar la legislación europea. Hay quienes interpretan el resultado de las elecciones como un rechazo a la salida del mercado único, y un repudio al planteamiento mayista de que “un no acuerdo es mejor que un mal acuerdo”. La perspectiva de que el Reino Unido se vaya motu proprio dando un portazo ha perdido enteros, pero los ha ganado la posibilidad de que sea incapaz de formular un plan coherente, los plazos se agoten y al cabo de dos años se encuentre de patitas en la calle.
Con un Gobierno débil, una primera ministra en el purgatorio, un Parlamento dividido y una oposición crecida, tanto un Brexit duro como un Brexit blando plantean dificultades políticas casi insalvables. Los dirigentes y los votantes británicos desean la cuadratura del círculo, o sea, restricciones a la inmigración pero acceso al mercado único. Y la UE dice que ni hablar. Es tanta la confusión que un segundo referéndum al final del proceso ya no es ninguna quimera.