Chiíes y suníes por la hegemonía
Las viejas guerras entre católicos y protestantes son el símil más socorrido para entender el cisma entre suníes y chiíes en el islam. Seguidores todos ellos de Mahoma y del Corán, los segundos –amigos de procesiones– lloran todavía el asesinato de Alí, el yerno del profeta, y esperan la venida del mahdi, el imán oculto. El régimen de los Saud en Arabia, además de guardián de la Meca se considera guardián de la ortodoxia, que para ellos no es otra que el sunismo. Preferentemente el rigorismo aparejado a Wahab, el teólogo de la casa de Saud en el siglo XVIII, que propugnaba una vuelta a la misma fe de camelleros predicada por Mahoma en el siglo VII. Esta es la ideología salafista que el dinero saudí implantó en su día, con apoyo estadounidense, en las madrazas del oeste de Pakistán de donde salieron los muyahidines afganos y luego los talibanes.Tras la conversión de Persia al chiísmo, hace apenas quinientos años, la rivalidad con los árabes tomó un cariz religioso. La lucha por la hegemonía política, económica y religiosa en Oriente Medio se mantuvo bajo sordina mientras Arabia Saudí y el Irán del sha estuvieron en el mismo bando durante la guerra fría. Desde el triunfo de la revolución teocrática iraní, empeñada en la movilización política de las masas –a ser posible las ajenas–, la reaccionaria monarquía saudí no duerme bien. Profesan el chiísmo entre un 10% y un 20% de los musulmanes –tienen derecho a negar su adscripción. Sólo es mayoritario en Irán (98%), Azerbaiyán (85%), Bahréin (75%) e Irak (60%). Cuenta con poblaciones importantes en Líbano (30%), Emiratos (27%), Kuwait (25%), Qatar, Pakistán, Afganistán, Turquía (20%) y Siria (15%). En la propia Arabia Saudí los chiíes suman un marginado 10% en el este del país.