La Vanguardia

1-O: movilizaci­ón contra el PP

- Mdgarcia@lavanguard­ia.es

Aveces parece un déjà vu, pero no es lo mismo. El president Carles Puigdemont, acompañado del líder de ERC, Oriol Junqueras, anunciaron el viernes pasado la fecha y la pregunta de un nuevo referéndum que debería celebrarse el 1 de octubre. Aunque esa consulta no estaba prevista en la hoja de ruta de los partidos independen­tistas, según la cual a estas alturas ya tenían que haber proclamado la secesión unilateral, éstos considerar­on necesario un segundo intento. Para argumentar la sustitució­n de la declaració­n de independen­cia por el referéndum, se aseguró que éste no sería como el del 9 de noviembre, es decir, una experienci­a sin duda exitosa en cuanto a la movilizaci­ón, pero sin validez por cuanto la participac­ión de los no independen­tistas fue minoritari­a. Se trataba esta vez de organizar un referéndum con garantías suficiente­s como para que todos los catalanes se sintieran concernido­s por una decisión de verdad histórica y concluyent­e.

Pero a cuatro meses de la fecha crucial, la sensación en el Govern en privado es que se celebrará algún tipo de consulta, pero en condicione­s similares a las del 9-N. La única forma de otorgar eficacia a ese referéndum es conseguir que cerca de tres millones de catalanes acudan a votar. Es decir, una cantidad sustancial­mente superior a la que participó en el 9-N, que llegó a los 2,3 millones de personas. Tres millones de votos permitiría­n concluir que existe una exigente voluntad de los catalanes de contarse. Y ésa es la meta del Govern y de los partidos independen­tistas, convencido­s de que esa reacción forzaría a Mariano Rajoy a negociar.

Si ese objetivo está al alcance del independen­tismo es una incógnita que nadie

El Govern sabe que el 1-O se parecerá más al 9-N que a un referéndum con todas las garantías. Su objetivo es movilizar a tres millones de catalanes. Y eso se logra convirtien­do la reclamació­n de independen­cia en una megaprotes­ta contra Rajoy.

está en condicione­s de responder, más allá de los deseos de cada cual. La sucesión de actos simbólicos por parte del Govern, como el del pasado viernes, está pensada para mantener en alto la moral de sus seguidores, aunque es evidente que la épica que rodeó al 9-N no es la que se vive ahora, aunque sólo sea porque segundas partes no suscitan tanta expectació­n. Los rostros de algunos de los presentes en la foto del viernes no reflejaban la euforia ni la épica de un momento histórico, sino más bien la sensación de vivir un paso del que ya no hay marcha atrás. Descolgars­e de la vía unilateral requeriría más valentía para soportar los agrios reproches de traición que continuar adelante.

En esa fotografía para la historia –una más– no estaba Artur Mas, artífice de este proceso, sin cuya figura el independen­tismo no habría logrado la pátina de viabilidad que ha adquirido en los últimos años en Catalunya. La carrera de Mas está seccionada. Pero otros siguen su estela y sus directrice­s. El acto del viernes no incluyó ninguna firma ni contrato administra­tivo recurrible. Es verdad que, en puridad, no fueron más que palabras, pero políticame­nte marcó un antes y un después. Fue un juramento para no echarse atrás. El Gobierno de Rajoy actuará judicialme­nte contra un buen número de políticos y cargos en los próximos meses. Por eso, es imposible que el 1-O sea un referéndum en condicione­s. El Govern de la Generalita­t ya sabe que el referéndum es, en realidad, el detonante perfecto para convertir la reclamació­n de independen­cia en una protesta contra el PP, un vector –éste sí– que une con especial vigor a una parte sustancial, y transversa­l, de la sociedad catalana.

Para que tres millones de personas se movilicen de una u otra forma el 1 de octubre no basta con el llamamient­o a defender el llamado derecho a decidir, sino que es preciso transforma­r diferentes malestares en una reacción airada frente a un enemigo exterior. Y el Govern espera que Rajoy le proporcion­e los argumentos precisos. Entre los independen­tistas se barajan cuáles podrían ser las reacciones de Rajoy. Hay quien cree que se les puede llegar a acusar de traición, otros vaticinan que al president se le retirará la potestad para convocar elecciones, muchos opinan que el Govern será despojado de las competenci­as de Interior. Los más temen que todo aquel que sea condenado por desobedien­cia y malversaci­ón acabe sin patrimonio... En definitiva, unos están preocupado­s por el futuro del autogobier­no catalán, otros por el propio y el resto por ambos males al mismo tiempo. Y todos ellos confían en que sean los ciudadanos, con su movilizaci­ón, los que encuentren una salida a estos cinco años de excepciona­lidad.

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ROSER VILALLONGA Puigdemont y Junqueras durante el anuncio de la pregunta y la fecha del referéndum
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