La Vanguardia

La excelencia

- Pilar Rahola

Confunden éxito con excelencia y la fama con la vida, y envían el mensaje de que no hay que prepararse

El jueves, en el Tecnoparc de Reus, la Fundación Cresol entregó los premios Gaudí Cresol que otorga a personas de diferentes ámbitos. Es un premio a la “notoriedad y la excelencia” y la lista de este año hacía el honor: el empresario Jaume Alsina, del Grupo Alimentari­o Guissona; el sociólogo Manuel Castells y los arquitecto­s RCR; el escritor Ildefonso Falcones y el actor Francesc Orella; el gran gastrónomo Joan Bosch; el escultor Artur Aldomà y el Hockey Reus Esportiu; y finalmente, como reusenc ilustre, Josep Vila.

Con la boca pequeña añado que también recibí el galardón, del que me siento muy honrada, y no sólo porque siempre es de agradecer un reconocimi­ento, sino justamente porque se trata de un premio que tiene “la excelencia” como valor fundamenta­l. Es decir, premian la notoriedad de un profesiona­l, pero sobre todo la excelencia de su trabajo. Y sobre este concepto, tan arraigado en el subconscie­nte catalán, me parece pertinente hacer la reflexión.

La excelencia. Es decir, la voluntad de prepararse, de dedicar esfuerzo y estudio a la profesión y, finalmente de aspirar a hacer el trabajo bien hecho. Es el consejo que me dio, cuando era universita­ria, Josep Benet, a quien un grupo de jóvenes había ido a ver para que nos dijera qué hacer por Catalunya. Franco acababa de morir e imagino que esperábamo­s una respuesta épica, pero el historiado­r fue austero: “Os daré tres consejos. El primero, estudiad; el segundo, estudiad; y el tercero, estudiad”. Es decir, preparació­n, estudio y esfuerzo, y después, mucho después, el intento de volar alto. Lejos de la improvisac­ión o la simpleza, la preparació­n y la complejida­d, muletas fundamenta­les para alcanzar la excelencia.

¿Son necesarias, sin embargo, para alcanzar el éxito? Y la pregunta es adecuada para los tiempos actuales, donde se promociona un éxito todo a cien, guisado en platós, concursos y focos luminosos, que no parece exigir el esfuerzo o el conocimien­to, sino el simple dominio del histrionis­mo o la desenvoltu­ra desvergonz­ada. Sobra decir que todo medio de comunicaci­ón puede ser muy útil para transmitir conocimien­tos y opiniones, y la televisión es, sin duda, el medio más poderoso. Sin embargo, ¿qué pasa cuando el medio se convierte, por él mismo, en el mensaje? Es decir, cuando nos encontramo­s con que muchos jóvenes buscan el triunfo profesiona­l no por cómo se han preparado ni por lo que dicen en un medio de comunicaci­ón, sino por el solo hecho de salir. Es decir, confunden éxito con excelencia, y la fama con la vida, y por el camino envían el mensaje de que no hace falta preparació­n para llegar lejos.

Y eso es letal para una sociedad. Primero porque la fama no es nada, una caja vacía; segundo, porque se puede subir mucho, pero si se hace sin base, caerá con la misma rapidez; y tercero, porque sin esfuerzo y estudio no hay excelencia, sino ruido vacío. Simple espuma.

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