Malena espera en Kioto
Javier Sinay es un periodista argentino, autor de varios libros de crónicas, que, tras ser despedido como corresponsal en Buenos Aires, ha decidido emprender el viaje de su vida. Hace un tiempo, su novia Malena abandonó Argentina y se fue a vivir a Japón “porque lo mío es el té, Javier”. “¿El té?”, se preguntó él con estupor. En el país del Sol Naciente, los estudios de este importante ritual, influenciado por el budismo zen, tienen rango universitario, llegan a los tres años de duración y, a través de ellos, se adquiere un profundo conocimiento de la historia y cultura locales, además de virtudes como la armonía, el refinamiento del gusto, la honestidad, el coraje y las buenas maneras. Así, Malena está en Kioto estudiando la ceremonia del te, lo que es una manera, en realidad, de estudiarlo todo.
Javier, en una noche porteña de insomnio y entusiasmo, desarrolló una idea. Vio, como recomiendan los gurús de la autoayuda, una oportunidad en su despido y decidió que se desplazaría a Kioto por la ruta más larga, atravesando primero Europa y luego Asia, con el fin de encontrarse con Malena. Para financiarse el viaje a lo largo de cuatro meses, en vez de cortar leña, fregar platos o recolectar fruta, que es lo que hacían los viajeros clásicos, ha optado por su especialidad, contar la realidad, y, en cada ciudad por la que pasa, recoge una historia de amor que la editorial Tusquets publicará en un futuro libro, del cual le ha adelantado el pago.
Supe de la odisea de Javier porque, el viernes, recaló en la mesa donde nos citamos a comer unos amigos. Estos días está en Barcelona, donde quiere entrevistar a un actor y una actriz porno que son pareja estable en la vida real. En la remota ciudad de Irkutsk tiene previsto verse con el mayor asesino en serie de la historia de Rusia, encerrado allá desde enero. Ignoro qué citas –siempre relacionadas con el amor o el desamor– ha concertado en París, Munich, Berlín, Minsk, Grodno, Moscú, Mongolia, Pekín, Seúl u otras escalas de su periplo, pero el rigor con que ha acometido sus anteriores trabajos –que le valieron el premio García Márquez de periodismo– me hace pensar que serán interesantes y, de hecho, hay ya periódicos en Siberia que anuncian la futura visita del reportero con honores de acontecimiento.
Mientras Sinay muestra el billete del Transiberiano, me pregunto qué pasará cuando llegue a Kioto, transformado por cuatro meses de tan intenso viaje. ¿Lo reconocerá su Penélope? ¿Escribirá alguien algún día esa historia de amor, filtrada por tantas otras historias y la milenaria sabiduría del té?