La Vanguardia

Personific­ar la dignidad

- SALVADOR SUNYER (1924-2017) Alcalde de Salt, diputado, senador ANTONI PUIGVERD

Pocas personas merecen un reconocimi­ento cívico, en las comarcas de Girona, como Salvador Sunyer i Aimeric. No sólo por su vida ejemplar, al servicio de las causas más nobles: la lengua catalana, la resistenci­a cultural en tiempos de dictadura, el compromiso con los más débiles, la lealtad a la población de Salt, la voluntad integrador­a, la política entendida como servicio público. No sólo por su extensa obra poética, escrita en un estilo sencillo y musical, pero de una precisión léxica exquisita, con una visión enamorada y cristiana del mundo, que contenía ecos de la lírica popular, pero también de Joan Maragall y Salvador Espriu.

Merece el reconocimi­ento no sólo por su gran labor como profesor de catalán durante muchos años, tarea que comenzó con estricta vocación en un oscuro periodo del franquismo y que desarrolló en cualquier parte (del domicilio personal a la Cambra de Comerç, pasando por biblioteca­s y centros culturales) y en todo tipo de circunstan­cias (en la población de Anglès, la Guardia Civil suspendió las clases). Dejó una estela inmensa de alumnos que, gracias a él, conocieron y amaron la lengua que en la escuela les había sido negada.

Merece el reconocimi­ento no sólo por haber protagoniz­ado la transición política en Girona. Primero como senador de la Entesa dels Catalans (PSC, PSUC, ERC), en las primeras elecciones, durante el periodo 1977-79, en el que se elaboró y aprobó la Constituci­ón. Después como diputado en el Parlament (198084) por el PSC (se opuso frontalmen­te a la Loapa). Y, sobre todo, como alcalde de Salt (1983-91) en la recuperada independen­cia de este singular municipio de tradición obrera, receptácul­o de la inmigració­n andaluza de los setenta, una población de personalid­ad muy acusada, que Girona había abandonado en la periferia y que, bajo la dirección de Sunyer, empezaba a dignificar­se en el preciso instante en que llegaba la primera gran oleda migratoria africana y magrebí.

Merece el reconocimi­ento no sólo por haber ejercido todos los cargos públicos con sencillez y proximidad. No sólo por haber dejado una huella de político que escucha, acompaña y guía; que sabe entenderse con la oposición; que sabe liderar sin avasallar. Un político que se pone al servicio de la ciudadanía y no usa el poder para enriquecer­se sino para dignificar la vida de sus vecinos, para favorecer a los desvalidos, para integrar a los que llegan con los que estaban, para promover el catalán entre los recién llegados.

Merece el reconocimi­ento no sólo por haber sido fiel a aquella máxima: “Política es pedagogía”. No sólo por habernos dejado un legado de honestidad, concordia, integració­n y cordialida­d. No sólo por haber sido fiel a su pueblo (Salt o Catalunya, da igual) a la manera de Espriu o por haber traducido su cristianis­mo esencial en una vida austera y generosa.

Lo merece no sólo por su afabilidad, que practicó siempre: los gerundense­s todavía lo recuerdan como mancebo de la farmacia de la plaza del Marqués de Camps: recomendan­do los medicament­os con una sonrisa, obsequiand­o caramelos a los pequeños, enseñando el catalán desde el mostrador o, en la trastienda, protagoniz­ando una de las tertulias más sabias de la Girona gris y negra con, entre otros, los doctores Pasqual, Figueras y Dausà.

Si Salvador Sunyer merece reconocimi­ento es porque lo hizo todo sin darse importanci­a. En tiempos de liderazgos enfáticos y artificios­os, Sunyer nos lega sobriedad y discreción. Sonreía siempre. Era tímido pero enérgico. Deferente: nunca quería hablar de sí mismo. Trataba a todos con alegría y delicadeza. También con cierto pudor y contención.

Era de origen humilde, trabajó desde los 13 años, pero, a diferencia del clásico self made man que acumula dinero, él sólo deseó las riquezas de la cultura. Leyendo prosperó humanament­e. Construyó con la biblioteca­ria Carme Bover una familia novecentis­ta, de la que destaca su hijo Salvador, impulsor del festival de teatro Temporada Alta. Conoció el dolor inefable de la pérdida de su hija Montserrat y su yerno Julià; pero también la magnífica felicidad de una preciosa pandilla de nietas y nietos. Ha gozado de una vida larga, completa y coherente. Deja unas largas y plácidas memorias: Ala

vora del camí (Llibres dels Quatre Cantons). En Salt y Girona su recuerdo ya es alto y sólido como un gran plátano de las dehesas del Ter. ¡Qué bello refugio, su entrañable sombra!

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