Personificar la dignidad
Pocas personas merecen un reconocimiento cívico, en las comarcas de Girona, como Salvador Sunyer i Aimeric. No sólo por su vida ejemplar, al servicio de las causas más nobles: la lengua catalana, la resistencia cultural en tiempos de dictadura, el compromiso con los más débiles, la lealtad a la población de Salt, la voluntad integradora, la política entendida como servicio público. No sólo por su extensa obra poética, escrita en un estilo sencillo y musical, pero de una precisión léxica exquisita, con una visión enamorada y cristiana del mundo, que contenía ecos de la lírica popular, pero también de Joan Maragall y Salvador Espriu.
Merece el reconocimiento no sólo por su gran labor como profesor de catalán durante muchos años, tarea que comenzó con estricta vocación en un oscuro periodo del franquismo y que desarrolló en cualquier parte (del domicilio personal a la Cambra de Comerç, pasando por bibliotecas y centros culturales) y en todo tipo de circunstancias (en la población de Anglès, la Guardia Civil suspendió las clases). Dejó una estela inmensa de alumnos que, gracias a él, conocieron y amaron la lengua que en la escuela les había sido negada.
Merece el reconocimiento no sólo por haber protagonizado la transición política en Girona. Primero como senador de la Entesa dels Catalans (PSC, PSUC, ERC), en las primeras elecciones, durante el periodo 1977-79, en el que se elaboró y aprobó la Constitución. Después como diputado en el Parlament (198084) por el PSC (se opuso frontalmente a la Loapa). Y, sobre todo, como alcalde de Salt (1983-91) en la recuperada independencia de este singular municipio de tradición obrera, receptáculo de la inmigración andaluza de los setenta, una población de personalidad muy acusada, que Girona había abandonado en la periferia y que, bajo la dirección de Sunyer, empezaba a dignificarse en el preciso instante en que llegaba la primera gran oleda migratoria africana y magrebí.
Merece el reconocimiento no sólo por haber ejercido todos los cargos públicos con sencillez y proximidad. No sólo por haber dejado una huella de político que escucha, acompaña y guía; que sabe entenderse con la oposición; que sabe liderar sin avasallar. Un político que se pone al servicio de la ciudadanía y no usa el poder para enriquecerse sino para dignificar la vida de sus vecinos, para favorecer a los desvalidos, para integrar a los que llegan con los que estaban, para promover el catalán entre los recién llegados.
Merece el reconocimiento no sólo por haber sido fiel a aquella máxima: “Política es pedagogía”. No sólo por habernos dejado un legado de honestidad, concordia, integración y cordialidad. No sólo por haber sido fiel a su pueblo (Salt o Catalunya, da igual) a la manera de Espriu o por haber traducido su cristianismo esencial en una vida austera y generosa.
Lo merece no sólo por su afabilidad, que practicó siempre: los gerundenses todavía lo recuerdan como mancebo de la farmacia de la plaza del Marqués de Camps: recomendando los medicamentos con una sonrisa, obsequiando caramelos a los pequeños, enseñando el catalán desde el mostrador o, en la trastienda, protagonizando una de las tertulias más sabias de la Girona gris y negra con, entre otros, los doctores Pasqual, Figueras y Dausà.
Si Salvador Sunyer merece reconocimiento es porque lo hizo todo sin darse importancia. En tiempos de liderazgos enfáticos y artificiosos, Sunyer nos lega sobriedad y discreción. Sonreía siempre. Era tímido pero enérgico. Deferente: nunca quería hablar de sí mismo. Trataba a todos con alegría y delicadeza. También con cierto pudor y contención.
Era de origen humilde, trabajó desde los 13 años, pero, a diferencia del clásico self made man que acumula dinero, él sólo deseó las riquezas de la cultura. Leyendo prosperó humanamente. Construyó con la bibliotecaria Carme Bover una familia novecentista, de la que destaca su hijo Salvador, impulsor del festival de teatro Temporada Alta. Conoció el dolor inefable de la pérdida de su hija Montserrat y su yerno Julià; pero también la magnífica felicidad de una preciosa pandilla de nietas y nietos. Ha gozado de una vida larga, completa y coherente. Deja unas largas y plácidas memorias: Ala
vora del camí (Llibres dels Quatre Cantons). En Salt y Girona su recuerdo ya es alto y sólido como un gran plátano de las dehesas del Ter. ¡Qué bello refugio, su entrañable sombra!