Don Giovanni, la huida hacia delante
Kasper Holten enfatiza el malestar del seductor con una tecnológica producción de la ópera de Mozart en el Liceu
Kasper Holten, el hasta ahora director artístico del Covent Garden, pasará a la historia no sólo por ser un visionario de la escena operística, sino por ser ese danés que con cuarenta y pocos ha sido capaz de declinar la oferta de seguir jugando en primera división al frente de la Royal Opera House de Londres.
“Lo acordamos con mi mujer, es ya momento de que escolarizar a mi hija mayor y queremos que sea en Dinamarca”, comenta en los camerinos del Liceu, donde ha venido a poner en solfa su propia producción de Don Giovanni que Londres comparte con el Gran Teatre. “Podría haber seguido, me lo pidieron, pero...”.
Holten parece correr ahí un tupido velo sobre sus pensamientos y deseos. Un velo acaso como el que corre, a su juicio, el protagonista de esta ópera de Mozart y Da Ponte, el eterno seductor que en realidad no hace sino huir de sí mismo. Dirige la orquesta el propio Josep Pons.
“El personaje me parece fascinante –afirma Holten con su verbo ágil–. Es obviamente un psicópata y tiene muchas de las cualidades que la gente celebra: la imaginación, la capacidad de crear ilusiones, la empatía que le permite leer las emociones y los sueños de la gente... tiene un gran apetito por la vida, por cambiar el mundo. Pero su problema es que no controla esas cualidades y las usa para escapar de sí mismo”.
Y es sobre ese apetito, sobre esa necesidad de estar conectado y en contacto todo el tiempo que se interroga el director danés. “En este sentido es un personaje tan moderno... porque si coges cualquier ópera habrá un aria grande o dos del protagonista, y en cambio Don Giovanni (el barítono Mariusz Kwiecien en el primer reparto) solo tiene dos muy cortas y ambas las canta a otras personas, a Leporello (Simón Orfila) y a la doncella (Julia Lezhneva). Porque Don Giovanni sólo existe cuando se está comunicando, no cuando está solo. Se escapa, no quiere verse en el espejo, no quiere enfrentarse a quien es, y usa esa comunicación que tanto amamos hoy en día –dice mirando el móvil– como una droga para no tener que parar, para no tener que pensar en sus demonios. Hace daño a la gente, pero sin duda él es el que más sufre”.
En su estreno en Londres en 2014 (donde volverá en 2018) hubo quien reprobó a Holten que no considerara a Don Giovanni un violador. “La respuesta –dice– está en la partitura de Mozart, porque en su relación con Donna Anna (Carmela Remigio) está claro que ella disfruta, no es una música sobre una violación”.
La escenografía juega a favor de esta huida en círculos del protagonista. Una casa que se transforma constantemente, que gira, que ve aparecer y desaparecer tabiques...
“Porque para Don Giovanni necesitas muchas puertas, rincones, lugares donde esconderse, desde donde escuchar conversaciones sin ser visto –indica Holten–. Y es blanca porque con las proyecciones podemos pintarla ahora de una maravillosa ilusión y al minuto siguiente de una atmósfera claustrofóbica, tal y como sucede en la mente de Don Giovanni”. Al final de la obra, este habitáculo da un giro de 360 grados durante nueve minutos, mientras tres orquestas suenan a la vez, la del foso y las dos bandas en escena.
Este es el tercer Don Giovanni de Kasper Holten, aunque el primero le pilló muy joven y el segundo fue una película, Juan... ¿Encuentra limitaciones en el teatro tras haberla llevado al cine? “En contra de lo que pensamos, es cierto que el cine permite muchas cosas, pero en el teatro puedes hacer cosas que no podrías en el cine, puedes jugar con la imaginación de la gente”, concluye.
“Es un personaje tan moderno... necesita estar conectado todo el tiempo, escapa, huye de sí mismo”