La Vanguardia

Nadal regresa y no deja migas

- Santiago Segurola

Después de 15 años dominados por Roger Federer, Rafa Nadal y Novak Djokovic, el tenis atraviesa por un periodo singular. Lejos de abandonar el poder, los veteranos resurgen para dominar el ranking y defender un territorio que todavía parece lejano para jóvenes como el alemán Alexander Zverev o el austriaco Dominic Thiem, dos jugadores de gran clase que no han demostrado la fortaleza necesaria para derribar a las leyendas que les preceden. No hace mucho parecía que llegaba el cambio, pero la realidad es que el dominio pertenece a los clásicos y a sus coetáneos, gente como Stan Wawrinka (32 años) y Andy Murray (30), el jugador que encabeza el ranking mundial de la Asociación de Tenistas Profesiona­les (ATP).

Hoy se enfrentan Nadal y Wawrinka en la final de Roland Garros, un duelo que entre otras cosas rendirá homenaje a una generación excepciona­l. Se pierden en nuestra memoria la cantidad de finales, muchas de ellas catalogada­s entre las mejores de la historia, que han disputado Nadal, Federer, Djokovic, Wawrinka y Murray. Año tras año han impedido el ingreso de una nueva generación de campeones, resistenci­a a la derrota que no ha sido fácil. Todos ellos han atravesado por fases de regresión, y hasta de un aparente declive, y sin embargo han encontrado la manera de emerger nuevamente, contra pronóstico en algunos casos.

Hace un año, Djokovic tenía pista libre para gobernar el tenis. Era un jugador invulnerab­le. Ahora es el único de los cinco grandes que atraviesa por dificultad­es. Traslada un aire de agotamient­o físico y mental, el mismo problema que se abatió sobre Federer y Nadal, cuyo renacimien­to invita a pensar en el regreso más o menos próximo del tenista serbio. Si por algo ha destacado esta generación es por su fortaleza competitiv­a y por su capacidad para desmentir a los pesimistas.

En comparació­n con la situación actual de Djokovic, barrido en tres sets por Thiem en las semifinale­s de París, Nadal atravesaba por problemas mayores. La sucesión de lesiones le había apartado del grupo dominante del tenis en los dos últimos años, a una edad en la que empiezan a detectarse los signos de flaqueza. Nadal añadía otro aspecto interesant­e para el debate. Desde el inicio de su precoz carrera de campeón, no faltaron agoreros que le daban poco tiempo de éxito. Decían que su estilo exigía tanto desgaste que más pronto que tarde le pasaría factura.

El pronóstico se cumplió a medias. Es cierto que Nadal ha luchado durante años contra infinidad de dolencias en las articulaci­ones. Sin embargo, Nadal siempre ha demostrado dos caracterís­ticas esenciales: su capacidad para sobreponer­se al dolor y una ambición sin límites. Aunque no se sospechaba la vuelta triunfal de Federer, el regreso de Nadal se antojaba más complicado todavía. A Federer le podían pesar los años. Sobre Nadal planeaba un sinfín de lesiones.

Hoy jugará su décima final en París, donde ha ganado todas las que ha disputado. Está claro que es el Beamon de Roland Garros. Su techo se antoja inaccesibl­e. Tan interesant­e como su incomparab­le registro en las superficie­s blandas es el efecto que produce Nadal después de sus dos años de lesiones. No ha perdido una gota de su poder de intimidaci­ón.

Se esperaba una batalla colosal con el joven Thiem, que le había derrotado en Roma y dispone de un arsenal temible de recursos en la pista. Era su momento para proclamars­e como sucesor del más grande. Sucedió lo contrario. Como tantos otros aspirantes al trono de Nadal, Thiem se empequeñec­ió ante el mito. No estaba preparado para el salto.

A Nadal no se le enfrentará hoy un joven asustado. Wawrinka, que en su juego se parece bastante a Thiem, pertenece a la generación de los duros, los que dominan el tenis con puño de hierro desde hace 15 años.

Su duelo con Wawrinka servirá de homenaje a una generación excepciona­l, la más competitiv­a

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GABRIEL BOUYS / AFP Rafa Nadal se lanza a por una bola
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