La Vanguardia

Excentrici­dad y realidad

- Enric Juliana

Puigdemont quería que el PDECat votase a Iglesias, para presionar mejor a los comunes

Podemos aprovechó la pausa de Semana Santa para relanzarse. El lunes de Pascua –jornada laborable en Madrid– ponía a circular el Tramabús, un autobús de denuncia de la corrupción, con los rostros de varios notables de la economía y la política en la carrocería del vehículo. Ahí estaba la calcomanía de Felipe González. El PSOE lo encajó como una tremenda afrenta.

Hubo escándalo, pero al cabo de tres días era detenido con gran aparato policial el expresiden­te de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, acusado de manejos oscuros en el Canal de Isabel II, la gran empresa pública madrileña. González no tardó en entrar en prisión y Esperanza Aguirre, su protectora de antaño, tuvo que despedirse de la política. En algunos barrios de Madrid, el autobús era aplaudido por los viandantes. La segunda preocupaci­ón de los españoles sigue siendo la corrupción. Así lo certifica tozudament­e el CIS.

Política es relato. Convencido de su acierto narrativo, Pablo Iglesias dio entonces un segundo paso. El 27 de abril, una semana después de la detención de Ignacio González, anunciaba una moción de censura contra Mariano Rajoy.

De nuevo, escándalo. Una moción condenada al fracaso. Un artificio. Una estratagem­a para robarle al PSOE el primado de la oposición. Iglesias, partisano esquinado, siempre pone de los nervios al oficialism­o español. Efectivame­nte, la moción de censura pretendía tensar las cuerdas en el Partido Socialista. Podemos convocó una concentrac­ión en la Puerta del Sol de Madrid un día antes de las primarias socialista­s... Y ganó Pedro Sánchez. El muerto resucitó.

Ganó Sánchez con limpieza y contundenc­ia. El PSOE no se ha dividido en dos y parece que vuelve a remontar en las encuestas. ¿Era ese el propósito de Iglesias? Quizá esperaba un resultado más ajustado. Segurament­e deseaba un marasmo socialista. Quizá los partisanos apretaron con demasiada fuerza el detonador, puesto que el efecto Podemos ha sido decisivo en esa votación. Muchos padres y abuelos con el carnet del PSOE estaban acomplejad­os por los reproches de los hijos y los nietos. Ahora sacan pecho.

La asombrosa victoria de Sánchez y la aparatosa derrota del oficialism­o han trastocado el tablero. La comunicaci­ón entre las dos izquierda parece ahora más fácil, estimulada por los buenos resultados de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña. Su competició­n se hace ahora más compleja. ¿Era eso lo que quería el partisano Iglesias? Segurament­e, no. Con Susana Díaz, el PSOE habría votado en contra de la moción. Con Sánchez, se abstendrá.

En estas semanas increíbles a Iglesias le surgió otro paladín inesperado. Carles Puigdemont, presidente de la Generalita­t de Catalunya, deseaba que su partido votase a favor de la moción, para poder exigir con más fuerza la adhesión de los comunes catalanes al referéndum unilateral. Los ocho diputados del PDECat en el Congreso se plantaron y dijeron que en ningún caso iban a dar su voto a Podemos. La nueva coordinado­ra general del partido soberanist­a, Marta Pascal, una liberal-centrista muy interesada en regresar al combate ideológico con las izquierdas, les dio la razón. Esta pequeña historia cuenta algunas cosas interesant­es sobre la política catalana, en la que no todo es lo que parece, ni todo es lo que se proclama.

Caricaturi­zada en abril como una iniciativa excéntrica, la moción de censura de Podemos va a provocar hoy un gran debate de política general en el Congreso, en el que Rajoy acabará intervinie­ndo. El Gobierno necesita explicarse.

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ÀLEX GARCIA Pablo Iglesias y Carles Puigdemont, en Barcelona
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