Una jornada particular

PODÍA haber sido una jornada de fuegos de artificio. A menudo, la política resulta lo más parecido a la pirotecnia: mucho ruido pero poca pólvora. Sin embargo, lo cierto es que la moción de censura a Mariano Rajoy, condenada a un final más propio del cohete silbador que acaba con un breve estallido, se convirtió en una sesión relevante. Prueba de ello es que el presidente del Gobierno no hizo saltar al ruedo parlamentario a sus sobresalientes, sino que decidió pisar el albero con el estoque en mano. La dirección de Podemos tuvo la tentación de hacer teatro en el Congreso, pero aprovechó la ocasión para hacer política. Más allá de haber señalado al PP como el epicentro de todos los males, que era lo esperado, la nueva izquierda fue capaz de exponer los problemas políticos de fondo que tiene el país sin alharacas pero con contundencia.

La sorpresa de la jornada fue Irene Montero, la portavoz de Podemos, que lanzó un encendido discurso contra la bancada popular, en el que remarcó la larga lista de operaciones policiales y de investigaciones judiciales en las que está inmersa una larga lista de altos cargos. Fueron casi dos horas de implacable parlamento que acabaron por convencer a Rajoy de que debía contestar él y sin piedad, dejando en su escaño al portavoz Rafael Hernando.

El pulso entre Pablo Iglesias y Mariano Rajoy pareció más propio de un debate de política general, pues sirvió para repasar las desigualdades sociales, las políticas económicas, la insoportable corrupción y el modelo territorial. Sobre este último asunto, Iglesias dijo que se podía conseguir convocar una consulta en Catalunya interpretando la Constitución, si bien creía que la formulación de un Estado plurinacional podía ser la solución al conflicto. Rajoy no se apartó de su argumentó de que la soberanía nacional no se negocia. La sesión del mediodía acabó a las cinco. Los estómagos estaban tan vacíos como las carpetas de propuestas.