La realidad virtual de Björk inunda el Sónar
Björk mostró por partida triple lo atípico de su obra y su persona, difícil de entrar pero fascinante se mire por donde se mire
buenos seguidores de la cantante y conocedores de su obra sonora, especialmente de la de su último álbum, Vulnicura, ya que el grueso de la exposición se centra en seis videos realizados sobre otras tantas composiciones del mismo.
Aunque la muestra combina performance, cine, instalación, vídeo e interacción, el principal reclamo son cinco audiovisuales realizados con tecnología de realidad virtual.
Desde esta perspectiva adquieren su sentido las palabras que también pronunció Rosa Ferré, al insinuar que Björk se acerca tanto a los espectadores en esta “instalación inmersiva” que el visitante podría tocarla, si no fuera porque se trata de realidad virtual y su figura te traspasa, como si la artista fuera un superhéroe de ficción. El recorrido empieza con Black Lake, un innovador videoclip creado por encargo del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), estrenado en el 2015 que regala al espectador una experiencia envolvente a base de imágenes panorámicas y un sistema sonoro diseñado a medida. A partir de esa sala el visitante se sumerge en el ámbito de la realidad virtual, con gafas ad hoc y auriculares que propician la experiencia inmersiva. Se van visionando sucesivamente los videos de las canciones Stonemilker (donde aparece que Björk ofrece recital privado al espectador), Mouth
Mantra (puede que el más impactante, con un viaje por el interior de su boca), NotGet (con la cantante transformada en gigantesca polilla), Quicksand (una actuación suya en Japón)y, finalmente, Family (la de mayor carga emotiva y lúdica, en donde el espectador puede interactuar, dibujando trazos o empleando sus manos para sanar las heridas de la artista).
Porque en esta especie de ópera tecnológica que la música islandesa concibió a partir de ese citado álbum (que refleja y recoge su estado de ánimo tras la ruptura con su pareja), la actitud es más bien de asistir a un concierto que no la de asistir a una exposición al uso. Pese a estas prevenciones –recordadas por Ferré– de ir entrando poco a poco en las intenciones de Björk, no hay duda de que hay que ser bastante fan de la imprevisible creadora insular. Y como se puede leer en uno de los paneles de la exposición, Björk reconoce que “una vez escritas la canciones se hizo patente que, sin querer, me había adentrado en la narración de una tragedia griega”.
Björk digital prosigue su senda en otros dos espacios, uno donde se puede recordar amplia carrera videográfica, algunos vídeos allí incluidos íntimamente ligados a algunos de sus hits, y otro donde el aficionado (que ayer parecía en general encantado) puede jugar con los instrumentos pedagógicos creados a partir de su citado anterior trabajo discográfico.
Su presencia se tornó física por la tarde cuando aterrizó en las instalaciones del Sónar de Día en la Fira de Montjuïc. Llegó a la anunciada entrevista-charla con el comisario y editor jefe de The Creative
Independent, con llamativo vestuario de volantes, gasas y máscaraantifaz. En su inglés peculiar habló ante un auditorio repleto de periodistas y profesionales de algunos lugares comunes como la necesidad de que se reconozca y visualice la progresiva presencia de mujeres en la escena de la música electrónica –lo que levantó algún encendido aplauso–, que se siente muy a gusto con el viraje que imprimió a su carrera desde que publicara Biophilia, y que tiene previsto dedicarse a partir de otoño a preparar su próximo disco. Y que en sus sesiones de dj “adoro juntar extremos sonoros”.
Y eso hizo durante cuatro horas hasta la medianoche, en un escenario habilitado en clave selvática, con ella uniformada para la ocasión con gorro de paja y demás, y con una heterodoxa mezcla que hizo desertar a más de uno pero que refleja su pulso: música clásica báltica, coros tribales, John Cage, Kate Bush, flamenco, músicas del mundo a cual más peculiar... Eso sí, al final preveía hacer bailar un poco al personal.
En la sesión musical de cuatro horas viajó de John Cage a las tribus africanas pasando por el flamenco y el Báltico