Rajoy supera la moción de censura y Podemos corteja al PSOE
Iglesias obtiene los 82 votos de Podemos, sus confluencias, Bildu y ERC, y 170 en contra El portavoz socialista trata de rehacer lazos dentro de su grupo y con los podemitas
Pablo Iglesias obtuvo 82 votos a favor y 170 en contra de su moción de censura, en una jornada en la que el PSOE y Podemos evidenciaron cierta reconciliación, mientras que Iglesias y Albert Rivera protagonizaron un bronco cara a cara.
Mariano Rajoy habló solemne ante el Congreso y ante el país, arguyó su condición de hombre de orden, sereno, y sus triunfos macroeconómicos, alertó contra la intrepidez política –sobre todo, territorial–, trató de mitigar el eco de las imputaciones que llueven sobre el PP y superó la moción de censura con holgura.
Los votos contra el candidato a presidente, Pablo Iglesias, sumaron 170 (PP, Cs, UPN, Coalición Canaria y Foro Asturias) revelando la condición efímera de las alianzas que sostienen al Gobierno en tiempos de agitación (a seis votos de la mayoría absoluta que aprobó los presupuestos, hace sólo dos semanas). En todo caso, más que duplicaron a los favorables a Iglesias, 82 (su grupo confederal, ERC, Compromís y EH Bildu), mientras se elevaba una clamor abstencionista de 97 votos (PSOE, PNV, PDECat y NC).
El debate en el Congreso fue útil como espita y encarnación del humor del país. Las quince horas de sesión trazan los nuevos contornos del volátil paisaje político, expresan dos modelos de país antagónicos –de restauración el uno, de refundación el otro–, liberan buena parte de la presión acumulada por las últimas semanas de actualidad corrosiva y esbozan algunos flechazos que aún no se sabe si germinarán en amoríos fecundos.
El más obvio, el que ha iniciado Iglesias con su cortejo al PSOE, tan esmerado en sus afectos que hasta fingió no oír al portavoz provisional de los socialistas, José Luis Ábalos, sostener que “a veces abstenerse no es tan grave”, frase que cortó la respiración del socialismo español; soga en casa del ahorcado. El masaje de Podemos al PSOE y la ambición de su programa constituyente engordan la lista de deberes del ausente Pedro Sánchez ante su decisivo congreso del fin de semana, porque el noviazgo que propone Iglesias exige audacia territorial y parlamentaria: plurinacionalidad fehaciente
y moción de censura socialista antes de Navidad.
La jornada también deparó un vibrante intercambio entre Iglesias y el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, el único momento en que el líder de Podemos sacó los puños y la condescendencia. Los dos jóvenes líderes representaron un duelo litúrgico entre el profesor hipster (erudito y presuntuoso, el profe favorito) y el
muppie triunfador (formal y ambicioso, el yerno soñado), dos catego- rías del millennial urbano y a la vez dos expresiones adversativas de la España digital. No hubo cortejo, si acaso, tensión de machos alfa.
En cambio sí había feromonas –y a punto estuvo de haber beso– entre comunes y republicanos. El portavoz de ERC, Joan Tardà, hombre afectuoso, había proferido el martes cariños ampulosos a la valentía de Podemos por su moción contra Rajoy, y el portavoz de En Comú, Xavier Domènech, respondió al es- tímulo proponiendo un inmediato cambio de pareja en la Generalitat: prescindir del Partit Demòcrata y formar gobierno juntos, unos esponsales cuya dote sería un proceso constituyente que dé amparo a las aspiraciones de Catalunya. No hubo respuesta formal, sólo sonrisas.
Para Podemos, el saldo no fue magro. Los de Iglesias se agarran a la sugerida mayoría alternativa –la suma de abstenciones y votos favorables–, alardean de su control de la conversación política del país y festejan la revelación de su portavoz, Irene Montero, cuya obertura alle-
gro vivace magulló el humor y el prestigio del Consejo de Ministros. Quizá esa herida explique que el portavoz del PP, Rafael Hernando, le dedicara un agravio postrero de baja estofa, eco de la táctica de Cifuentes. Iglesias, irritado, zanjó el pleno y rechazó el cáliz: “No voy a contestar, no legitimaré una manera de hacer parlamentarismo que no se merece esta Cámara”. Y Montero sumó a su graduación la insignia de su primera cicatriz.
Los morados celebran el debut de Montero, que recibió el ataque final de los populares