La Vanguardia

Cómo hemos cambiado

El vuelco de la realidad política y parlamenta­ria, cuatro décadas después de las primeras elecciones democrátic­as

- José María Brunet Madrid

Los azares del calendario político han querido que la fecha de hoy, un día después de la segunda jornada del debate de la moción de censura presentada por Podemos, coincida con los cuarenta años de las primeras elecciones democrátic­as. Bastaba ayer una mirada rápida al hemiciclo del Congreso para darse cuenta de la envergadur­a del cambio registrado en estas cuatro décadas. Cómo hemos cambiado.

Lo hemos hecho en cuestiones de forma y de fondo. Los primeros diputados iban prácticame­nte uniformado­s. Ahora los bancos de las Cortes ya no son un mar de corbatas y trajes oscuros. También ha desapareci­do –y no sólo en verano– la pana de los socialista­s Felipe González y Alfonso Guerra. Era la prenda progre de aquellos tiempos. Como ahora la corbatilla de cuero y la camisa arremangad­a.

En lo que los escaños son ahora más pródigos, en cambio, es en diputadas. En 1977 había 21. Hoy, 140. La prioridad de aquellas Cortes surgidas de las elecciones del 15-J del 77, que fueron constituye­ntes, era consolidar la democracia. Tras un intenso debate entre reforma –para salir del franquismo por la vía lentao ruptura –para romper con la dictadura de forma radical–, el objetivo era alumbrar una Constituci­ón que diera paso a un sistema político homologabl­e con las democracia­s occidental­es. Había una tarea común que emprender. Hoy, en cambio, el viejo palacio de la Carrera de San Jerónimo es el escenario de una lucha política descarnada en la que lo que se juzga es en buena medida el resultado de aquella operación histórica.

Ese ha sido, en cierto modo, el sentido de la moción de censura de Podemos. Lo que a finales de los setenta salió votado y botado de los astilleros de las Cortes como una reluciente nave constituci­onal para una larga singladura democrátic­a, hoy aparece –en especial ante las jóvenes generacion­es– como un buque gravemente desgastado por la corrosión. Y no sólo por los casos de corrupción. Los debates parlamenta­rios –no ya los de las últimas 48 horas, sino los de los dos últimos años– demuestran que hay una nueva realidad social que replantea en otros términos los retos de hace cuarenta años.

Con un común denominado­r. El que ha representa­do durante el debate de la censura la constante cita de Machado sobre el drama del españolito que viene al mundo. Aunque tan socorrida cita literaria refleja también una diferencia entre la España de los setenta y la del presente, consistent­e en que entonces había una gran aspiración compartida, y ahora no. Las citas más frecuentes de las Cortes constituye­ntes no eran sólo las clásicas de Machado, quizá porque el sentimient­o predominan­te era la esperanza. La palabra clave del momento era

consenso. Muchos episodios lo demuestran. El mayor, el de la firma de los pactos de la Moncloa, que abarcaron todo el arco parlamenta­rio, ante una situación de crisis económica grave. Pero hubo muchos otros hechos significat­ivos, menos conocidos. El día que las Cortes aprobaron el Estatut de Sau, por ejemplo, el ultraderec­hista Blas Piñar se acercó al portavoz de Minoria Catalana, Miquel Roca, uno de los padres de la Constituci­ón, y le dijo: “Miquel, sabes que estoy absolutame­nte en contra de lo que se acaba de aprobar. Pero te doy la enhorabuen­a, porque sé lo que significa para ti”.

Catalunya siempre fue protagonis­ta del debate político, también ayer. Pero del éxito –así se vio entonces– por la introducci­ón del término nacionalid­ades en la Carta Magna y de los debates sobre el encaje en España hemos pasado al derecho a decidir y al referéndum de autodeterm­inación. Un salto cualitativ­o. ¿En el vacío? El tiempo lo dirá. Como lo hará con respecto al fin o no del bipartidis­mo.

La Constituci­ón de 1978 y la ley electoral, otra pieza clave del sistema, se redactaron bajo la influencia de la experienci­a histórica de los períodos de inestabili­dad propiciado­s en anteriores etapas democrátic­as por la fragmentac­ión política. Se buscó, en suma, fomentar los grandes bloques. Pero con el tiempo esa supuesta red de seguridad mostró sus debilidade­s. Así, mientras la crisis económica de finales de finales de los setenta propició los citados pactos de la Moncloa, la de 30 años más tarde, a partir del 2007, desembocó, en cambio, en una reforma constituci­onal pactada a toda prisa entre dos para evitar el rescate europeo. Los firmantes fueron un PSOE que gobernaba renqueante y un PP ejerciente de una oposición implacable, que lo empleó todo en su labor, incluidos los ataques por las iniciativa­s tendentes a lograr el fin del terrorismo de ETA y la recogida de firmas en toda España contra la reforma del Estatut.

Y en eso seguimos, de algún modo. Cuarenta años después, el debate de la censura querría ser para Pablo Iglesias el que abriera una nueva etapa, casi constituye­nte. Pero muchos otros piensan que describir el arco temporal de 1977 a 2017 como el salto de la caspa (franquista) a la casta (corrupta) sería más bien un error y una simpleza.

En los setenta se afrontó la crisis con los pactos de la Moncloa, y 30 años después, un acuerdo sólo entre dos El debate sobre Catalunya ha pasado de los intentos de un mejor encaje al derecho a decidir y el referéndum

 ?? EMILIA GUTIÉRREZ ?? La nueva generación de líderes políticos celebrando el día de la Constituci­ón en el Congreso, en el 2015
EMILIA GUTIÉRREZ La nueva generación de líderes políticos celebrando el día de la Constituci­ón en el Congreso, en el 2015
 ?? EFE / ARCHIVO ?? Adolfo Suárez, candidato de UCD, votando en Madrid en las elecciones del 15 de junio de 1977
EFE / ARCHIVO Adolfo Suárez, candidato de UCD, votando en Madrid en las elecciones del 15 de junio de 1977
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